La espiritualidad y la defensa de la tierra
Existe un cierto acuerdo sobre que en todo ser humano se conjugan cuatro dimensiones: la mental, la emocional, la corporal o física y la espiritual. Lo mental tiene que ver con el raciocinio, mientras que lo emocional con lo sentimental. Ambas dimensiones marcan razón y pasión, pensamiento y sentimiento, dando lugar en términos generales a la ciencia y al arte. Estas dos dimensiones hallan su base material en el cerebro que, a su vez, forma parte del cuerpo. La dimensión espiritual es la más difícil de definir e incluso de ser aceptada. Sin embargo, aunque parece la más inasible o etérea la dimensión espiritual puede ser definida como veremos.
Uno de los rasgos más notables del mundo moderno ha sido su incapacidad para reconocer estas cuatro características, lo cual genera un forzamiento que da lugar a personalidades mutiladas, a seres escindidos. En un mundo donde predomina el individualismo, la competencia, lo racional, lo especializado y lo material, el homo industrialis termina siendo un ser exclusivamente racionalista, que busca suprimir o eliminar todo sentimiento (ya no siente, sólo piensa que siente) y que por supuesto niega la existencia del espíritu. Esta deformación conforma la crisis individual o existencial que impide que existan sujetos capaces de resolver las crisis estructurales o colectivas, que son tanto ambientales como sociales.
La espiritualidad en un ser humano, aparece como resultado de su enfrentamiento, no de su fuga, con el mundo, brota de una conciencia, fruto de la reflexión introspectiva, profunda e íntima, sobre la incertidumbre, el no sentido de la existencia, la inconmensurabilidad del universo, etcétera, que le lleva a aceptar con humildad la existencia indescifrable de un misterio, y el reconocimiento de una entidad abstracta y superior. Es la respuesta del “ser frente al abismo”. Esta percepción de carácter intuitivo surge de la idea de “la existencia de conexiones misteriosas entre todas las partes del universo o la naturaleza que conforman una unidad cósmica dirigida por una fuerza inteligente”.
La sabiduría, está ligada a la meditación y, finalmente, a la espiritualidad. La indisoluble relación entre sabiduría y espiritualidad nos permite identificar además un rasgo central en los seres espirituales: la de los límites del ser. El ser humano no sólo se declara impotente, imperfecto, limitado y finito, también reconoce sus propios errores y los de sus semejantes, distingue entre el bien y el mal (posee una ética), y adquiere o afirma un atributo muy valioso: la compasión, que es la capacidad de perdonar y de ser perdonado.
La espiritualidad no es sinónimo de religiosidad. Aunque todo ser humano es espiritual en algún grado, no todos son religiosos. Vista en perspectiva histórica, la espiritualidad precedió a la religiosidad y se mantuvo como un acto fundamentalmente individual. Lo religioso aparece cuando lo espiritual se vuelve colectivo, institucional y práctico, y cuando cobran vida entes sagrados de todo tipo que terminan por volverse figuras humanas.
La conversión de la espiritualidad supone la transformación del “naturismo”, es decir, de un panteón formado por numerosos elementos de la naturaleza sin jerarquías (politeísmos), en una creencia donde las divinidades son ya sólo humanas. Del politeísmo se pasa al monoteísmo con dioses masculinos cada vez más poderosos.ç
Tras 2 mil años de expansión, las tres mayores religiones (cristianismo, islamismo y judaísmo) abarcan casi la mitad de la humanidad. Las religiones son hoy instituciones, sociales, culturales y políticas, con relaciones de poder, que en la mayoría de los casos se convirtieron en estructuras opresivas.
Hoy, quienes de verdad defienden al planeta, a la vida, y por ende a la dignidad humana, son seres espirituales. Los que exigen justicia ambiental y social en todos los países del mundo creen en la existencia de la Madre Tierra, una creencia heredada, qué paradoja, de los pueblos indígenas. Fue David Choquehuanca, actual vicepresidente de Bolivia, quien en 2010 convocó y organizó en Cochabamba la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra. La respuesta fue impresionante, asistieron 35 mil personas y más de mil delegados de 100 países. Este evento crucial fue precedido por la promulgación de las Constituciones de Ecuador (2008 ) y de Bolivia (2010) que integró los derechos de la Madre Tierra, abandonando el paradigma antropocéntrico dominante e imaginando una nueva sociedad. Una cosa es pregonar la recuperación del “equilibrio de los ecosistemas” y otra muy diferente asumir la defensa de la Madre Naturaleza. Lo primero domina los discursos que brotan de las élites académicas, las organizaciones empresariales y los organismos de Naciones Unidas. Lo segundo está cada vez más presente en las resistencias de los pueblos campesinos e indígenas y en las luchas ambientales más radicales y avanzadas. Sólo la espiritualidad logrará detener el camino al colapso.