El último lector | La fotografía en el estudio de Anna Politkóvskaya
Obertura
La observé en tu estudio y me pregunté si serían tus padres. Es una fotografía que, ladeada e informal, reposa visible sobre la repisa.
En su interior, ausente el marco (su marco es la total belleza de tu mundo), hay aires de campiña, árboles de romance fresco.
Se ve en ella una pareja, una mujer rubia que acaricia el cabello cano de un hombre vestido de verde, recargado o sentado en una rama. El lago, manso como el viento de esas horas (lo advierto en la tranquilidad de las copas de los pinos), es el amplio testigo de la escena.
Después de este acercamiento, como velando por una intelectualidad trascendente, de reojo miro los libros que, custodiados fielmente por cuartillas impresas y otras postales, se encuentran al lado de la fotografía.
Pienso en tus padres, diplomáticos soviéticos —de origen ucraniano— que trabajaban en las Organización de las Naciones Unidas (ONU), en Nueva York. Eran tiempos buenos para la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), con Brezhnev a la cabeza.
En esa época, paridad del terror nuclear, todos hacíamos de la Guerra Fría un largo brindis con vodka y espionaje internacional. Éramos estúpidos, o jugábamos a ello.
¡Ah! No conocíamos vivir en libertad, sólo sabíamos —como hoy— morir por ella.
Vuelvo a la fotografía…
Ahora me pregunto: ¿Por qué tendrían que ser tus padres? ¿Podría, el hombre, acaso ser un alegre y cansado rebelde checheno o un alto oficial moscovita o un jovial disidente del servicio secreto? ¿Y la mujer, brazo extendido, cabello claro, vestido negro, límpida sonrisa, ser tú misma?
Miro la fotografía, no puedo dejar de hacerlo.
Es una fotografía adentro de otra fotografía.
Tú, Anna Politkóvskaya, en esta imagen que decido ilustre mi ensayo no homicida sobre tu muerte —y que contiene la imagen de tus padres o la de tus soldados—, te encuentras revisando una de tus libretas, un breve apunte que comparas con otro anterior, quizá para publicarlo en “Novaya Gazeta”.
“Putin ha pronunciado su discurso ante la Asamblea Federal. Así es como el pueblo ruso es informado de los planes del presidente para el año próximo. Estaba en muy buena forma y de un talante agresivo. Ha hablado con desprecio absoluto de nuestra sociedad civil, asegurando que está totalmente corrompida y que los defensores de los derechos humanos no son más que una quinta columna que se alimenta de la mano de Occidente”. (Mayo 26 de 2004 / “Diario ruso”)
Traes un suéter marrón, descansa tu codo en el escritorio y la palma de la mano sostiene el entumecido peso de la cabeza (las muchas lecturas, las investigaciones que no cesan) a la altura natural de tu mejilla derecha.
Llevas la transparencia amable de tus lentes. Luces preciosa.
Epílogo
El 7 de octubre de 2006, Anna Politkóvskaya fue baleada, tiroteada, liquidada en su fuero vital. No cayó, a mansalva la derribaron… ¿Profesionales del crimen? ¿Calculado el propósito? Sí, con disparos de control, para asegurarse que han asesinado al objetivo señalado.
Tomo mi “Obituarios intempestivos” y repaso: «Se dice que se trata de “un hombre joven, de 1,80 metros y de complexión delgada”. De vestimenta oscura, como el alma perdida, llevando una gorra en la cabeza…».
También parto de la literatura a secas, y de ella extraigo el pasaje de “Limónov”, novela-reportaje de Emmanuel Carrère: «Es extraño que a Politkóvskaya se la carguen, como por casualidad, el día del cumpleaños de Putin. ¡Como por casualidad! ¿Te das cuenta del grado de estupidez al que hay que llegar para escribir con todas las letras eso de como por casualidad? ¿Te imaginas la escena? Reunión de crisis en el FSB (Servicio Federal de Seguridad de la Federación Rusa). El jefe dice: chicos, habrá que devanarse los sesos. Pronto será el cumpleaños de Vladímir Vladímirovich (Putin), hay que encontrar un regalo que le guste. ¿Alguien tiene alguna idea? La gente se exprime el coco, una voz se alza: ¿y si le lleváramos la cabeza de Anna Politkóvskaya, esa mosca cojonera que no hace más que criticarle?».
Una personalísima guía del crimen y la sordidez, que va más allá de las palabras.
raelart@hotmail.com