Ana García Bergua y los aviones/ Bárbara Jacobs
Si no fuera porque apenas he leído un par de sus extraordinarios cuentos en Leer en los aviones, de Ana García Bergua, que recibí ayer en un delgado sobre de manos de nuestro común editor, de Ediciones Era, aquí, ahora, soltaría la pluma y apenas aspirante a comentarista literaria, llamarme crítica me haría reír por presuntuosa irrealidad, actividad fuera de mi alcance intelectual, pobre, sostendría: “Para muestra un botón”, expresión estupenda, ¿mexicana?, denota que no resulta necesario mostrarlo o enseñarlo o “reseñarlo” todo, ya que un ejemplo, un solo hecho, caso o argumento, de entre cuantos que se podrían citar o exponer, es representativo y prueba suficiente, explican los diccionarios, si no fuera porque quiero leerlos todos, fascinada como voy con el par.
Resulta casi inverosímil la capacidad, ajena a la verbosidad, ¿o cómo llamarla?, con la que la autora economiza el lenguaje para hacerlo preciso, exacto, lo más precisos y exactos términos sin grados de mínimos a máximos, y que significan, simplemente, lo que significan la precisión y la exactitud. Y qué decir de la imaginación, ¿propositiva?, la síntesis que hace del respectivo tema de Leer en los aviones; qué decir de la retención, voluntaria, no sólo de ningún tipo de exceso imaginativo, sino, sencillamente, de material superfluo para el tema.
El libro es una ilustración discreta, de una asombrosa, pocas veces lograda, madurez literaria, más llamativa debido a la “juventud” (sé que me excedo en nombrarla así, pero reconozco por qué tengo derecho a hacerlo) de Ana. Aquí debo recordar que Katherine Mansfield alcanzó dicha madurez en 1923, a los 35 años, algunos menor que su maestro amado, Chéjov, que a los 44 murió, en 1904. Edades de autores mayores, de “persona mayor”, como nos definen, escritores mayores (yo ahora ya de 74 años) que nunca alcanzan, alcanzamos, ni esa, la literaria, ni de ninguna otra (constato, me temo), nunca.
Bravo, Ana, ¿de qué otra manera elogiar como debería saber, poder, hacer? La razón por la que no puedo, no debo, no quiero seguir desbocándome de entusiasmo, asombro, felicitaciones, es que me siento, me sé, deseosa de leer y releer ya el resto de los cuentos tan realistas que pasan por fantásticos, o tan fantásticos que resultan realistas. ¡Qué logro imposible, si no es que es posible, sea por intuición, por “inspiración”, por “recepción viva aunque de origen, de intención, inexistentes”, propicias al lector a leer el resto de los cuentos de tu excepcional Leer en los aviones.
Soy feliz desde que (debido a un aviso cercano de muerte que padecí, hace más de cuatro años a la fecha) dejé de padecer envidia, aun “de la buena”, según dicen que existe; desde que me libré, para siempre, ¡qué fortuna!, del espíritu, supuestamente natural, de la competencia; desde que me sé un ser, una escritora libre, feliz de serlo, se reconozca, se reconozca poco, o no se reconozca (por ignorancia, válida; o por envidia “de la mala”; o por espíritu irresistible, propositivo, de “competencia”. ¡Qué liberación poder admirar, auténticamente, a un colega, hoy por yo misma, a Ana García Bergua!
Gracias te diría también por ser mi amiga, por quererme como sé que me quieres, y no porque sepa, también, que sabes que en el cariño, en la amistad, estás correspondida por (tímida) Bárbara. Ni modo. Vivimos a sabiendas de lo que sabemos que no podemos presumir, solamente admitir, “con la frente en alto”, “con la mano sobre el corazón”.
A leer otro antes de la medianoche, cuando caeré dormida sobre la almohada, o sentada, contra la almohada y el cojín, cabecera móvil, con los anteojos puestos, con la copa de vino sin consumir. Es medianoche. Me resisto a caer dormida sin registrar, en este momento crucial ¡la liberación que experimento de no esperar nada! Ni siquiera, y perdón, Vida, despertar. (Bueno, despertar sí, sólo que únicamente para pasar a la compu estas páginas hacia el destino que fuera.)
Repito, o sostengo por primera vez: Leer en los aviones pertenece al género fantástico, tanto así que raya en el realista o, por el contrario, del realista que raya en el fantástico. En todo caso, un género original, y más preciso que eso, sencillamente admirable. ¿Quién tiene ya, con las complicaciones que, día a día, no hacen si no crecer y abrumarnos hasta que llegue el momento de seguir leyendo Leer en los aviones?