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Opinión

Josetxo Zaldua en el periodismo mexicano / José Steinsleger

Por: José Steinsleger

“Mañana voy a La Jornada para platicar contigo.” Mirando hacia los jardines donde Maximiliano y Carlota se amaron, Josetxo musitó con un dejo cubano: «No cojas lucha, tocayo. Ya no estoy ahí».

No le creí. Pero ya en el edificio, advertí que no había polis, y tampoco las chicas de la recepción. Pulsé el botón del elevador. Nada. No funcionaba. En las escaleras, pegué un grito con desolación: ¡¿Hay alguien!?! Ídem, nada. Me dije: Josetxo tenía razón.

Durante 25 años mantuve el hábito de platicar con él mientras cerraba la edición, a razón de cuatro o cinco encuentros anuales. Momentos en los que, sin darnos cuenta, se fue dando una suerte de «etapa superior» a la del mero cuatismo o amistad: el compadrazgo.

Vasco de fina y dura madera, Josetxo había llegado a México en 1978, asqueado del hipócrita contubernio entre Franco y la tricentenaria dinastía de los Borbones, junto con comunistas vegetarianos y socialdemócratas de utilería (Pactos de la Moncloa, 1977). Así, con 28 años apenas, constató el lado mestizo, nacionalista y luminoso de la hospitalidad que encontraron los refugiados de todas «las Españas», desde los tiempos de la primera independencia.

(Adenda. Curioso nacionalismo el mexicano, abierto al mundo y generoso con los pueblos caídos en desgracia. ¿Cómo entender, entonces, a los imbéciles ilustrados que han retomado las ofensas contra el país de Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928) –el exitoso Vargas Llosa de hace 100 años– y el supuesto «odio» de México contra «lo español»? Fácil: figuran en la nómina de Iberdrola, Repsol y otras corporaciones neoantropófagas de la «civilización».

Josetxo empezó a trabajar en el unomásuno, matutino que a finales de 1977, bajo la dirección de Manuel Becerra Acosta, hacedor de periodistas, y Carlos Payán en la vicedirección, cambió radicalmente la forma de hacer periodismo en el país. Y en 1984 se incorporó a La Jornada, fundada por Payán junto con un colectivo de reporteros, investigadores y cronistas de excelencia.

La época que vivió Josexto como periodista y corresponsal de ambos medios, redundó en una envidiable acumulación de experiencias «on line»: reforma política en México, revolución en Nicaragua, inicios del modelo neoliberal y del llamado «Consenso de Washington», triunfos democráticos en el Cono Sur, fraude electoral contra Cuauhtémoc Cárdenas; acuerdos de paz en Guatemala y El Salvador, caída del socialismo «realmente existente» en Europa oriental; derrota electoral del sandinismo, arranque de la revolución bolivariana, etcétera.

Con todo, el ABC de su experiencia profesional. Payán se retiró de La Jornada en 1996, y en su lugar quedó un «dúo dinámico». Hace unos días, pregunté a nuestra directora qué la había llevado a nombrar a Josetxo como coordinador general del periódico. Sin vueltas, respondió: la lealtad.

La etapa Carmen-Josetxo de La Jornada tuvo que vérselas con la insurgencia zapatista y la llamada «transición», impulsada por el «quinteto de la muerte» (Salinas-Zedillo-Fox-Calderón-Peña Nieto) que empezó diciendo que la pobreza era «un mito genial», y terminó haciendo del país un osario colosal a cielo abierto.

Apunté que el compadrazgo (o, el madrinazgo), sería una suerte de «etapa superior» al mero cuatismo o amistad. Ahora bien: fácil es sentirnos cuate o compadre de otros. En cambio, la lealtad es entrega. ¿A quién? Fue dicho. Aunque por sobre todo, lealtad al potente equipo de profesionales que a diario, tornan posible el milagro cotidiano de un periódico que también lleva nombre de mujer.

¿Qué platicaba con Josetxo, mientras los jefes de sección y redactores entraban y salían de su cubículo con sus planas? De todo y de nada. Dimes y diretes de nosotros, de los hijos, de la marcha del país o del mundo, y en los que avenirse o disentir era lo de menos.

Con la mirada fija en la floresta del Jardín Borda, Josetxo inquiere: ¿de qué estás escribiendo, animal?

–Sé que te vas a reír. Fíjate: en mi último artículo apunté un párrafo de la arenga de tu coterráneo, Francisco Javier Mina, cuando desembarcó en Soto la Marina en 1817. Y acabo de ver que sus primeras palabras responden a tu hoja de vida… Oye esto:

«¡Mexicanos!… permitidme participar de vuestras gloriosas tareas, aceptad los servicios que os ofrezco en favor de vuestra sublime empresa y contadme entre vuestros compatriotas».

–¡Ni madres voy a publicar eso!

–Haz lo que quieras. Ya no estás. Sigamos platicando.

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