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Opinión

Réquiem por el PRD

Por: Editorial de La Jornada

La Unidad Técnica de Fiscalización del Instituto Nacional Electoral notificó ayer formalmente al PRD la pérdida de su registro, toda vez que no alcanzó en ninguna elección federal el 3 por ciento requerido para conservarlo. Se extingue así una de las tres fuerzas partidistas que –junto con el PRI y el PAN– dominaron la escena política durante el periodo neoliberal, al que algunos llaman «de la alternancia» o «la transición».

Como se recordará, el PRD fue fundado en 1989 por los principales componentes del Frente Democrático Nacional (FDN), una alianza de organizaciones de izquierda entre las que destacaban el Partido Mexicano Socialista (PMS) con la escisión priísta denominada Corriente Democrática. En las elecciones federales del año anterior, el FDN postuló a la Presidencia a Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. En ese contexto, la constitución del PRD fue, por una parte, la respuesta legal y electoral al fraude que impuso a Carlos Salinas de Gortari en la Presidencia luego de aquellos comicios.

El partido del sol azteca se creó para construir un cauce electoral, legal y democrático a innumerables luchas sociales y populares que habían sido ignoradas, reprimidas o desvirtuadas durante décadas por el autoritarismo y la cerrazón priístas, así como para ofrecer una alternativa al régimen oligárquico configurado por el salinato. Tal proyecto generó entusiasmo y esperanza en millones de personas que ofrecieron su esfuerzo, sus bienes y hasta su vida –cientos de perredistas fueron asesinados durante el salinato– a su edificación. Además de partidos y organizaciones políticas, en el PRD confluyeron causas agrarias, sindicales, indigenistas, ambientalistas y de género, entre otras expresiones progresistas y de izquierda. Ahí convergió una reconocida generación de dirigentes y militantes sociales de la segunda mitad del siglo XX.

Obtuvo importantes triunfos electorales. En 1997, llevó a Cuauhtémoc Cárdenas a la jefatura de Gobierno del entonces Distrito Federal. Sumó además varias gubernaturas estatales desde finales de la década de 1990, como las de Zacatecas, Tlaxcala, Baja California Sur, Michoacán y Guerrero. Además, se quedó a las puertas de la Presidencia en 2006, cuando postuló, en alianza con los partidos del Trabajo y Convergencia, a Andrés Manuel López Obrador; en dichos comicios, el fraude electoral se hizo presente de nuevo y el candidato oficialista, Felipe Calderón, fue impuesto en Los Pinos.

No obstante, en ese instituto también encontraron acomodo cacicazgos y expresiones de atraso político, oportunismo y corrupción. Su paradoja fatal es que no pudo extirpar de sus propias filas las injusticias y distorsiones contra las que se fundó y luchó, sino que acabó por hacerlas suyas. Así, en el proceso de renovación de su dirigencia realizado en 2008, la facción conocida como los Chuchos se adueñó de la dirección partidista mediante múltiples trampas y con el aval del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, el cual se negó a procesar la infinidad de irregularidades perpetradas y denunciadas. La entonces nueva dirigencia se abocó a la colaboración con el calderonato y fue traicionando una a una las banderas por las que la organización había pugnado.

Aunque en los comicios de 2012 el PRD respaldó formalmente la segunda campaña presidencial de López Obrador, desde el inicio del sexenio de Enrique Peña Nieto se plegó a la colaboración con el régimen hasta el punto de integrar, en alianza con PRI y PAN, el llamado Pacto por México, un conciliábulo legislativo formulado para dar paso a una nueva etapa de privatizaciones, vulnerar derechos laborales, legalizar prácticas corruptas y perpetuar el predominio del modelo neoliberal en el país. Lo anterior llevó al distanciamiento definitivo entre la cúpula perredista y el movimiento obradorista, el cual fundó su propia organización política, el actual partido Morena.

Resulta desolador recordar los innumerables sacrificios –no sólo de vidas– realizados en la construcción del partido que llegó a representar la esperanza de un cambio de rumbo nacional por medio de las urnas. Pero, al mismo tiempo, la desaparición definitiva de los rescoldos del perredismo debe verse como un esclarecimiento del escenario político nacional y como el fin de lo que era una insostenible simulación y un foco de corrupción, oportunismo, extravío político y traición a los principios. Cabe esperar que el ocaso y el fin del PRD sirvan como lección para cualquier partido de izquierda, y particularmente al que hoy gobierna en México, de lo que no debe hacerse.

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