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Opinión

Voces de El Colef | Los jóvenes en la delincuencia

Por: Salvador Cruz Sierra

La participación de adolescentes y jóvenes en el crimen, ante el fallo de la justicia y corrupción en México, ha generado el fenómeno llamado “la puerta giratoria”: menores que ingresan al sistema penal de justicia y salen en breve tiempo para reincidir en las prácticas delictivas. El problema de fondo es la pobreza, la falta de oportunidades, la aplicación de las leyes, la corrupción y lo que la sociedad dicta de ser un hombre.

La participación de los jóvenes varones en el crimen se ha incrementado notoriamente, incluso las mujeres. Datos de 2021 (EMPOL, 2021), señalan que el 61.8 % de la población privada de la libertad en Baja California tenía entre 18 y 39 años, en su mayoría cuentan con educación básica (67.6 %), tienen dependientes económicos (71.7 %), trabajan en sectores laborales precarizados (70.8 %), padecen problemas de salud como presión arterial alta (10.2 %), hepatitis (8.7 particularmente mujeres jóvenes) y VIH (0.6 %).

Creencias, percepciones y prescripciones sociales, sobre ser joven y hombre, conlleva, en las infancias y juventudes tempranas, prácticas socioculturales y corporales encaminadas al logro o mayor acercamiento a los modelos de masculinidad violentos. Ejercicios de resignificación y transformación en las maneras de concebirse y vivirse como hombres, cuya base está en la cultura de género. Lo que se dice, piensa y se siente respecto de lo que debe ser un varón, tiene un peso muy importante para los niños desde sus primeros años de socialización en la casa, en la escuela y en el barrio. 

En algunos sectores, principalmente en condiciones de precariedad económica y sociocultural, hace que algunos niños/jóvenes participen en actividades criminales, se les prive de su libertad, se les desaparezca, las drogas les lleve a la muerte, sufran enfermedades mentales, tengan accidentes o se suiciden. La sociedad vulnera a los mismos hombres, y de forma significativa, a niños que buscan la validación y reconocimiento de llegar a ser hombres. Los niños y jóvenes en condiciones de exclusión y marginación social, experimentan la discriminación, criminalización y muerte, que, en conjunto, representan los costos de una sociedad heteropatriarcal, adultocentrica, clasista y racista. 

La condición de la población joven en exclusión social, se ha visto agravada tanto por el crimen organizado como por las políticas de seguridad pública implementadas por los gobiernos de EEUU y México. Las condiciones de vulnerabilidad apresan a los jóvenes pobres, desempleados, migrantes, con prácticas pandilleriles y posibles trasgresores de la ley. Algunos son cooptados por el crimen organizado y les hace víctimas y victimarios de la violencia social que se vive en la ciudad. 

Las violencias que viven los jóvenes inicia en la infancia ante la falta de acceso a vivienda, alimentación, servicios de salud, educación, cultura y deportes, parte de las desigualdades estructurales, pero también vinculado a estereotipos, prejuicios y distinciones de clase, origen social, de edad, de etnia, gustos musicales  y de vestir o adornar el cuerpo. Pues parte importante de estas víctimas han sido jóvenes tatuados, con apariencia o vestimenta tipo cholo o usuarios de drogas. A lo anterior, se suma el aumento en el consumo de drogas, la violencia intrafamiliar, así como el consumo de la narcocultura que, en conjunto, resaltan rasgos de la masculinidad dañina que adquiere mayor visibilidad por ser hombres marginados.

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La participación de niños y jóvenes en el tráfico de drogas ha sido una práctica añeja y extendida en México. En la frontera norte, los niños han sido parte de la infraestructura del crimen que los emplea como mulas, para cruzar la droga, como polleros, que cruzaban migrantes en tránsito, como toreros, para distraer a la patrulla fronteriza del verdadero motín, o como halcones, los que vigilaban y dan aviso de policías o de posibles intrusos, o como distribuidores de droga al menudeo. Estudios revelan que esta población se caracteriza por el rezago y marginalidad social, pues la mayoría que participa en el narcomenudeo se encuentran entre los 16 y 17 años de edad, aunque su inicio puede ser desde los 12 o 13 años, con; 1) Una edad cada vez más temprana de consumo y venta de droga. 2) Desincorporación de la escuela y/o trabajo. 3 Provenientes de ambientes familiares con alto grado de violencia.

Por lo que resulta apremiante atender estas poblaciones sin prejuicios, con basto conocimiento sobre los efectos de la marginalidad social, la condición de lo juvenil, el peso de la cultura de género y la importancia de atención en el bienestar emocional de las y los jóvenes.

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