Ultraderecha: entre lo risible y lo peligroso
El cónclave de la ultraderecha que tuvo lugar este viernes y sábado en el hotel Westin Santa Fe de la Ciudad de México ofreció un desfile de figuras fársicas, que resultarían simplemente risibles si no fuera por el papel que algunas de ellas han desempeñado en pasajes oscuros de la historia reciente, y por su denodada voluntad de imponer su agenda de odio en todos los rincones del mundo.
Encabezado por el ex actor y hoy activista del conservadurismo Eduardo Verástegui, la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) tuvo como cierre y acto estelar el breve telemensaje del ex presidente Donald Trump. También contó entre sus oradores (muchos de ellos, de modo virtual) al ex asesor del magnate y gurú de la posverdad Steve Bannon, a la senadora colombiana María Fernanda Cabal, al senador republicano Ted Cruz, al diputado brasileño Eduardo Bolsonaro, a su homólogo argentino Javier Milei, al presidente guatemalteco Alejandro Giammattei, a Mercedad Schlapp, estratega política y copropietaria de la marca CPAC, al ex mandatario polaco Lech Walesa y al líder del partido neofascita español Vox, Santiago Abascal.
Quienes tomaron el micrófono rozaron el ridículo en su afán de presentarse como “desamparados” y perseguidos, como víctimas de una poderosa conspiración socialista y feminista que se ha adueñado del planeta, y amenaza con derruir los cimientos mismos de la sociedad.
Herrman Tertsch, eurodiputado de Vox, llamó a construir un “programa de recuperación de la civilización occidental”, Verástegui afirmó que “la verdadera derecha está huérfana”, Giammattei reprochó que organismos multinacionales condenen a su nación por imponer las creencias religiosas sobre el derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos. Dos días de oír a la Inquisición desgarrarse las vestiduras por la intolerancia de sus adversarios.
Las contradicciones menudearon. Cruz, uno de los más furibundos antimigrantes y promotores de la trumpiana idea de erigir un muro en los 3 mil kilómetros de frontera entre nuestros países, exaltó a Estados Unidos como la tierra a donde “cientos y miles de personas llegan a lograr sus sueños”. Verástegui, quien pronunció sus discursos en español e inglés, tiene una de sus banderas en el combate a la trata de menores de edad para explotación sexual y tráfico de órganos, tema en el que choca con su aliado Javier Milei, aspirante presidencial argentino que defiende la venta de órganos como parte de la “libertad económica”.
Para entender a estos personajes es necesario recordar que amalgaman el más radical neoliberalismo económico con un conservadurismo moral y económico que genera en el oyente medio la impresión de haber sido transportado siglos atrás. Para los locales, una de las ideas clave es la necesidad de un partido que defienda abierta y decididamente la agenda católica en México, un papel que, dicen, el Partido Acción Nacional ha dejado de cumplir, hasta el punto en que una de las mesas se llamó “¿Hay derecha en la política mexicana?” Por ello, el lema que más se escuchó en el Westin fue “Dios, patria, familia”, y el encuentro se clausuró al grito “¡Viva Cristo Rey!”
Uno de los aspectos que más se ha destacado de la conferencia es su falta de convocatoria, acaso suscitada porque las figuras visibles de la derecha mexicana no desean mezclarse con un grupo de momento marginal en momentos en que esperan sumar la mayor cantidad de fuerzas con vistas a los procesos electorales venideros. Sin embargo, no puede subestimarse el peligro de que el odio, la glorificación del fascismo y el fundamentalismo religioso se instalen como parte normal del debate público en nuestra nación como ya lo han hecho en buena parte de América y Europa.