Opinión

Rompecabezas | Washington reenciende la Guerra Fría en el Caribe y sacude a América Latina

Por: Mónica García Durán

El tablero geopolítico del continente americano vuelve a arder. La presencia del portaaviones USS Gerald R. Ford, el más grande y avanzado de la Armada estadounidense, en aguas del Caribe, ha encendido todas las alarmas diplomáticas. 

Mientras Washington habla de “operaciones antinarcóticos”, Caracas moviliza tropas y alista misiles, mientras que Bogotá congela su cooperación militar con Estados Unidos.

Los grandes diarios estadounidenses —The Wall Street Journal, The Washington Post, The New York Times y las agencias Reuters y Associated Press— coinciden: la administración Trump está tensando el clima hemisférico como no se veía desde los años más duros de la Guerra Fría.

El Wall Street Journal lo plantea con frialdad estratégica: el despliegue del grupo de ataque del USS Gerald R. Ford es un mensaje directo a Nicolás Maduro. La Casa Blanca pretende exhibir músculo militar frente a un régimen que considera “narcoterrorista”, y el Caribe, una vez más, se convierte en escenario de demostración de fuerza.

Y la respuesta venezolana no se hizo esperar. En diarios locales se reporta que el ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, ordenó activar el “Plan Independencia 200”, que incluye a casi 200 mil efectivos y unidades navales y aéreas. Desde Caracas se habla de “amenaza imperial”, y las imágenes de misiles antiaéreos desplegados en la costa han vuelto a dominar la televisión estatal.

En la narrativa de Maduro, este despliegue estadounidense busca justificar una agresión directa; en la de Trump, se trata de una “operación de precisión” contra el supuesto Cártel de los Soles, que Washington considera una estructura de narcotráfico dirigida desde el Palacio de Miraflores.

Sin embargo, la realidad es más difusa. Los propios analistas militares en Washington admiten que el Ejército venezolano, aunque debilitado, mantiene capacidad de respuesta, y que una incursión terrestre sería altamente riesgosa y de dudoso impacto real sobre el tráfico de drogas.

Petro y Colombia rompen filas

El golpe más inesperado vino desde Bogotá. La suspensión de la cooperación de inteligencia ordenada por Gustavo Petro a sus fuerzas armadas representa un quiebre simbólico y operativo. La relación entre Colombia y Estados Unidos ha sido, durante décadas, el pilar de la estrategia antinarcóticos hemisférica. Pero Petro decidió frenar el intercambio de información hasta que Washington deje de atacar embarcaciones sospechosas en el Caribe, calificando esos actos como “ejecuciones extrajudiciales”.

La Casa Blanca no ha respondido oficialmente, pero en los pasillos del Congreso estadounidense se interpreta como una señal de pérdida de control regional. Petro, por su parte, marca distancia del intervencionismo militar y se alinea con la tesis de que “la lucha contra las drogas debe subordinarse a los derechos humanos”.

Esta ruptura no solo aísla a Estados Unidos: también resquebraja el eje de cooperación que durante veinte años sostuvo la llamada “guerra contra el narcotráfico” en América Latina.

Amenaza a la región

El ruido de los motores del USS Gerald R. Ford resuena más allá del Caribe. En Centroamérica y México, donde los gobiernos intentan mantener una relación pragmática con Washington, la tensión se percibe con recelo.

Para México, el dilema es doble: evitar involucrarse en operaciones militares que puedan interpretarse como respaldo a Trump, y al mismo tiempo mantener la cooperación en materia de inteligencia y seguridad fronteriza.

En Cuba y Nicaragua, los regímenes aliados de Caracas aprovechan el momento para reforzar su retórica antiimperialista y ofrecer solidaridad a Maduro, reavivando viejos discursos de resistencia continental.

Mientras tanto, en los mercados financieros, los bonos venezolanos y colombianos sufrieron caídas inmediatas, reflejando la inquietud por un posible choque armado regional que altere el comercio y la estabilidad energética.

La estrategia de Trump recuerda más a una política del garrote que a una diplomacia hemisférica.

El republicano, con tantas agendas abiertas dentro y fuera los EE.UU. busca proyectar firmeza de cara a las elecciones más próximas y por encima de todo ello, necesita mostrar control sobre el “patio trasero”, reactivando una narrativa conocida: el enemigo externo, el narcotráfico, el comunismo.

Sin embargo, los expertos advierten que su margen de maniobra es limitado. No existe un marco legal claro que justifique ataques directos contra Venezuela, y el Pentágono no respalda una intervención prolongada. El propio almirante retirado Jim Stavridis advirtió que, si bien podrían realizarse ataques “cinéticos de precisión”, estos no alterarían el flujo real de drogas ni debilitarían al régimen de Maduro.

En realidad, Trump parece apostar por una escalada controlada: una sucesión de movimientos militares que no lleguen a la guerra abierta, pero que mantengan la región bajo presión y, de paso, fortalezcan su discurso interno de autoridad.

El impacto de esta espiral de tensión podría sentirse en todo el continente. Una confrontación entre Washington y Caracas reordenaría las alianzas latinoamericanas, forzando a países como México, Brasil y Argentina a definir posiciones incómodas.

En el plano económico, una crisis militar en el Caribe encarecería los seguros marítimos y afectaría rutas de hidrocarburos y alimentos, elevando los precios de exportación y la inflación regional.

Y en el plano político, la narrativa antiestadounidense volvería a unir a gobiernos ideológicamente dispares, desde La Habana hasta La Paz.

En suma, América Latina vuelve a convertirse en campo de prueba de la política exterior estadounidense. Lo que comenzó como un despliegue naval “contra el narcotráfico” amenaza con transformarse en un ensayo de fuerza preelectoral, donde los barcos, los misiles y los discursos valen más que la diplomacia.

El Caribe huele a pólvora y cálculo electoral. Venezuela despliega tropas, Colombia rompe con Washington y los portaaviones navegan con cámaras encendidas. Trump, fiel a su estilo, lanza dados sobre un mapa ajeno, mientras las naciones latinoamericanas tratan de no convertirse en fichas sacrificables. Aquí, hoy, la única certeza es que la paz continental vuelve a depender del capricho del norte.

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