Opinión

Rompecabezas | Nueva trampa de Donald Trump: dividir el T-MEC para debilitar a México

Por: Mónica García Durán

Hagamos un poco de historia: Cuando en 1994 se firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), México apostó su futuro económico a una fórmula inédita: integrarse al mercado más grande del mundo como socio manufacturero.

Durante más de dos décadas, el modelo funcionó. La economía mexicana se reconfiguró sobre una premisa: la estabilidad del bloque norteamericano.

Pero llegó 2020 y Donald Trump, con su conocida narrativa de “América primero”, impuso la renegociación que dio origen al Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC). Aquella negociación fue áspera, pero al final se preservó la arquitectura trilateral.

El acuerdo garantizaba —en teoría— una década de certidumbre. Sin embargo, apenas cuatro años después, en un segundo mandato, Trump reabre el tablero y amenaza con romper la estructura tripartita.

En el despacho oval, durante una reunión bilateral con el primer Ministro canadiense, Mark Carney, el presidente de los Estados Unidos declaró que podría negociar acuerdos separados con México y Canadá: “Podríamos renegociarlo y eso sería bueno, o podríamos llegar a acuerdos diferentes si queremos”.

Y esto no significa una improvisación. La Casa Blanca ya inició el proceso de revisión del T-MEC —previsto para 2026— solicitando a empresas y sindicatos estadounidenses que evalúen su funcionamiento.

De acuerdo con reportes periodísticos, el representante comercial de Estados Unidos, Jamieson Greer, fue aún más directo: “Si analizamos el TLCAN y luego el T-MEC, la pregunta es: ¿por qué lo agrupamos todo? Tenemos problemas específicos con México y con Canadá”.

Durante un foro en el New York Economic Club el pasado viernes, aseguró que “hay rubros donde (México) debería estar cumpliendo con el T-MEC y no lo están haciendo. Podría ser energía, servicios de telecomunicación, agricultura, todo tipo de cosas”. En términos llanos, es una clara advertencia de que Estados Unidos no iniciará negociaciones para extender o renovar el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) hasta que el gobierno mexicano cumpla con los compromisos establecidos en los rubros mencionados.

Traducido a lenguaje diplomático, el mensaje es claro: Estados Unidos quiere jugar por separado con cada vecino para maximizar su poder de negociación.

Las implicaciones económicas inmediatas para México con la posible e inminente fragmentación del T-MEC reabriría un capítulo de vulnerabilidad que se creía superado. El acuerdo actual no solo regula el comercio, sino que articula cadenas de valor compartidas en sectores estratégicos: automotriz, electrónico, farmacéutico y agroalimentario.

Romper el marco trilateral implicaría volver a negociar reglas de origen, aranceles, estándares laborales y mecanismos de resolución de disputas.

Y en ese escenario, México no llegaría con las mismas cartas que en 2018, cuando aún tenía el respaldo técnico de negociadores experimentados y cierta coordinación con Canadá.

Entonces, la economía mexicana, ahora, enfrenta una mayor dependencia del mercado estadounidense, una política industrial debilitada y tensiones internas por el bajo crecimiento, la inseguridad y la falta de certidumbre jurídica para las inversiones. Y esto lo sabe la presidenta Claudia Sheinbaum.

Mientras tanto, Estados Unidos vive un ciclo de reindustrialización agresiva —con subsidios, relocalización de empresas (nearshoring) y proteccionismo tecnológico— que busca atraer manufactura mexicana de regreso a su territorio.

Si Trump cumple su amenaza de dividir el T-MEC, México quedará expuesto a negociar desde la necesidad, no desde la estrategia.

Un acuerdo bilateral con Washington implicaría enfrentar condiciones impuestas de manera directa, sin el contrapeso canadiense ni la cobertura diplomática del marco trilateral. Y es cuando Estados Unidos podría condicionar los términos comerciales a temas no económicos, como el control migratorio, la cooperación en seguridad o la política energética.

Ya hay antecedentes: en 2019, el propio Trump amenazó con imponer aranceles del 5% a todas las exportaciones mexicanas si no se reforzaba el control fronterizo. México cedió.

La fractura del T-MEC abriría la puerta a un nuevo chantaje estructural, esta vez con un disfraz técnico: “ajustes bilaterales” que en realidad serían instrumentos de presión política y económica.

A diferencia de Canadá, México carece de un peso simétrico en la negociación. Sus exportaciones dependen en más del 80% del mercado estadounidense y su margen de maniobra es mínimo.

La ruptura del T-MEC también tendría efectos en la confianza de los inversionistas. Esto en el marco trilateral ofrece hoy certeza jurídica y previsibilidad; su fragmentación generaría incertidumbre sobre impuestos, aranceles y requisitos de cumplimiento.

Sectores como el automotriz, electrónico y agrícola podrían enfrentar duplicación de normas, afectando costos y competitividad. Además, el comercio mexicano quedaría más expuesto a decisiones políticas coyunturales de Washington, que podría usar el acceso al mercado como mecanismo de castigo o premio según la agenda bilateral.

Lo que se infiere es que Donald J. Trump nunca creyó ni cree en la integración norteamericana como un proyecto común. Su visión del comercio es transaccional: Estados Unidos gana o pierde, pero nunca comparte.

Dividir el T-MEC no solo le permite renegociar condiciones, sino reafirmar el dominio de Washington sobre sus socios. En esa ecuación, México es el eslabón más frágil, precisamente por haber apostado todo su modelo económico a una sola carta: la estadounidense.

Si el gobierno mexicano responde con complacencia, defendiendo la “buena relación” antes que la preparación técnica, la revisión de 2026 podría ser el principio de una recolonización comercial disfrazada de modernización.

Voces expertas en la materia, advierten que si el T-MEC se divide y se negocian acuerdos bilaterales, Canadá protegerá sus intereses y Estados Unidos impondrá los suyos. En cambio, México, sin una política industrial sólida ni un frente común con Ottawa, llegará a la mesa de negociación en clara desventaja, con menos aliados, menos tiempo y menos poder de veto. Trump lo sabe: un México solo es un México débil.

Y cuando el tablero se incline, no será por error: será por diseño.

monique.duran@outlook.com

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