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Opinión

Onésimo Cepeda, el capellán de las élites / Bernardo Barranco V.

Por: Bernardo Barranco V.

El obispo Onésimo Cepeda fue un religioso atípico. Su impronta está muy lejos de la estampa del pastor espiritual. Por el contrario, era mundano, dicharachero y mal hablado. No daba ejemplo de pobreza, humildad ni sencillez. Más bien, un hombre conflictivo e imprudente que no supo guardar moderación. Contrario a los requerimientos religiosos, Onésimo fue ostentoso, le deleitaba la opulencia, gozaba de los grandes banquetes, por supuesto los vinos y licores de los cuales era un reconocido catador. También aficionado al golf y a los viajes placenteros. Era bien conocida su afición por la fiesta taurina que compartió como comentarista en los programas radiofónicos de Jacobo Zabludovsky y siendo obispo, incursionó como empresario promotor de la fiesta brava. Capellán de los diablos rojos tanto del Toluca, futbol, como los beisboleros de Harp Helú.

Onésimo fue el arquetipo del obispo de los acaudalados. El capellán consentido de políticos y pudientes. Pastor de las élites y de los poderes fácticos. Siempre anti-AMLO, cuando fue candidato en 2006, calificó de «estupideces» los posicionamientos críticos frente al IFE. Fue acusado de fraude y de presuntamente haber timado a la señora Olga Azcárraga por 130 millones de pesos en una muy discutida donación de valiosas obras de arte.

Cepeda falleció este lunes tras ser hospitalizado por covid-19. Ante todo, fue un obispo adicto al poder y a la exposición mediática. Le seducía el protagonismo en medios sin importar si era a costa de polémicas escandalosas que avergonzaban tanto a sus hermanos en el episcopado como al propio Vaticano. No fue por azar que, en cuestión de días, Benedicto XVI le aceptó la renuncia canónica al cumplir 75 años en mayo de 2012. Cepeda pertenece a una generación de obispos que quiso mimetizarse con las élites económicas y políticas para insertar una agenda católica conservadora. Formó parte de un poderoso grupo de obispos y religiosos que intentaron predicar el evangelio desde la punta de la pirámide social.

Podemos valorar en su trayectoria, un personaje con diferentes etapas contrastantes. Nace en 1937 y experimenta varias metamorfosis. Primero, el joven Onésimo es mundano y aventurero. Motociclista, rockero, cantante, torero, pendenciero, enamoradizo y bohemio. Se gradúa como abogado en la UNAM en octubre de 1961. Sienta cabeza en sus primeros años como profesional. Fue el gerente general muy joven en el Fiduciario Banco de Londres y México. Trabaja con Carlos Trouyet. En 1964, transita en la Bolsa de Valores, donde conoce a Carlos Slim, fundando posteriormente la Casa de Bolsa Inversora Bursátil SA, donde después colaborarían Alfredo Harp y Roberto Hernández. Por razones que desconocemos, se fue a estudiar teología a Friburgo, Suiza. Tuvo una vocación sacerdotal tardía a los 33 años. Lo ordenó sacerdote nada menos que Sergio Méndez Arceo, el llamado Obispo Rojo. En sus primeros años sacerdotales, en los 70, se amparó bajo el signo de progresismo católico de la teología de la liberación, que estaba de moda. Entonces ser clérigo progresista era plausible. Por ello se asentó en la avanzada diócesis de Cuernavaca bajo toda esa atmósfera de innovación y profetismo con Eric Fromm, Iván Ilich y Gregorio Lemercier. Luego, Cepeda tiene un extraño cambio de piel. Se convierte en capellán de grupos carismáticos. Onésimo cuenta cómo Dios lo rescató de su extravío en las filas de la llamada opción por los pobres, para darle el don de poder hacer milagros. Como en los evangelios, en uno de sus libros se describe en trance que hace que los ciegos recobren la vista, los sordos oigan, los tullidos caminen.

Desde los años 80, encontramos a Onésimo haciendo eco de las preocupaciones de Roma y las disciplinas impuestas por Juan Pablo II a la teología de la liberación. Se hizo aliado incondicional del siniestro nuncio Girolamo Prigione para desmantelar la obra pastoral de don Sergio. Apoyó la persecución de los obispos sucesores, Juan Jesús Posadas Ocampo y Luis Reynoso Cervantes, contra las comunidades de base, la pastoral popular de Morelos y sacerdotes libertarios.

Cepeda tuvo un nuevo reacomodo entre las élites conservadoras y participó en la guerra fría eclesiástica. Además de Posadas y Reynoso, se alió con Marcial Maciel, Norberto Rivera, Emilio Berlié, comandados por Prigione y conformó el poderoso grupo de Iglesia casi un cártel, el llamado Club de Roma. Como recompensa, en 1995 fue ordenado obispo de la diócesis de Ecatepec distinguiéndose por construir en tiempo brevísimo, de un año y dos meses, una ostentosa y lujosa catedral valuada en más de 60 millones de pesos en marzo de 1999. En esas fechas se aventuró proponer que el papa Juan Pablo II la inaugurara, pero ni Roma ni el entonces nuncio Justo Mullor cedieron, pese a que Cepeda ofreció romper el récord de asistencia a una misa pontifical de 5 millones de fieles en Manila.

Políticamente fue pragmático, siempre siguió el poder. Sin embargo, su corazón fue priísta. Vía Ecatepec, se hermanó con el grupo Atlacomulco. Presumía ser padrino político de Eruviel Ávila y de Peña Nieto. Me quedo con un reproche del sacerdote Antonio Roqueñí, finado canonista, quien le cuestionó: «No queremos obispos que vayan a los toros los domingos, no queremos verlos en las páginas de sociales compartiendo las inauguraciones de los edificios ricos o en desayunos de caridad que son ostentosos e insultantes para la gente que tiene hambre en este pueblo, no queremos obispos arribistas ni oportunistas del poder». Que Onésimo Cepeda descanse en paz.

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