Opinión

Netanyahu, fuera de control

Por: Editorial La Jornada

El jueves se confirmó que el gobierno de Benjamin Netanyahu está entregando armas a organizaciones criminales y a grupos rivales de Hamas a fin de que hagan el trabajo sucio de Israel en la aniquilación de los militantes elegidos democráticamente para encargarse de la administración de la franja de Gaza. La medida ha sido criticada dentro de Israel por representantes de todo el espectro ideológico, desde el rival de Netanyahu en la extrema derecha Avigdor Liberman hasta el izquierdista Yair Golan, pasando por Yair Lapid, sionista liberal que en el pasado formó parte de una coalición con el Likud del actual primer ministro.

Liberman, ex ministro de Defensa, denunció que se está armando a grupos extremistas a los que considera equivalentes al Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) y señaló lo obvio: nadie puede garantizar que los dispositivos repartidos por Netanyahu no sean usados contra Israel. Lapid señaló que la acción, autorizada sin la aprobación del gabinete de seguridad, es la continuación de las maquinaciones del líder fascista para radicalizar a las facciones palestinas: desde 2018 hizo transferencias de dinero a Hamas a fin de fortalecerlo frente a Fatah, heredera de Yasser Arafat que gobierna en el menguante territorio de Cisjordania, y ahora apoya a bandas más radicales que Hamas en su intento de desplazarlo del poder, todo improvisado, sin planificación estratégica y con el consiguiente desenlace de nuevos desastres. Golan apuntó a otros hechos evidentes: en lugar de lograr un acuerdo, de arreglar con el eje sunita moderado y de traer de vuelta a los rehenes y de garantizar la seguridad a los ciudadanos israelíes, está creando una nueva bomba de tiempo en Gaza.

Las declaraciones anteriores encajan con hechos como el asesinato sistemático de los liderazgos moderados de Hamas, quienes no tenían relación alguna con ataques como el del 7 de octubre con que Netanyahu justifica el genocidio contra el pueblo palestino. En conjunto, la actuación del criminal de guerra que guía los destinos de Israel muestra que nunca ha tenido preocupación alguna por las vidas de sus conciudadanos ni por la seguridad nacional y por garantizar la viabilidad a largo plazo de su país, sino que se mueve de acuerdo con sus intereses y urgencias personales. Está claro que su prioridad reside en prolongar la guerra a toda costa con tal de postergar la rendición de cuentas por las múltiples acusaciones de corrupción que pesan en su contra, y que con tal de alcanzar sus objetivos, está dispuesto a exterminar hasta al último palestino, pero también a poner en riesgo al pueblo israelí en cuyo nombre perpetra los mayores crímenes del siglo XXI.

Por otra parte, es ineludible señalar que el reparto de armas entre facciones rivales de un mismo pueblo sojuzgado constituye una estrategia típica de las potencias coloniales racistas, para cuyos dirigentes los sometidos no son seres humanos. La respuesta de Occidente a la barbarie desatada por su aliado ha ido de las condenas vacías o el silencio de Europa a la agresiva defensa de los genocidas emprendida por Washington, que ha iniciado una persecución implacable contra los cuatro jueces de la Corte Penal Internacional (CPI) que han tenido el valor de investigar los crímenes de guerra de Israel.

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