México y la pesadilla nuclear
Varios factores convergen hoy en Gaza para prolongar y agravar definitivamente el asedio y la muerte masiva y continua de niños y jóvenes ahí.
El primero, que el gobierno israelí ha hecho saber que no descarta la opción nuclear, y explica esto; segundo, el hecho de que como reiteró antier su presidente, Israel no ha dejado de pensar que este es un enfrentamiento entre el Bien y el Mal y por tanto sin detalles de compasión.
Por eso, tercero, ni la presencia de rehenes judíos en las zonas bombardeadas ni los débiles llamados de Biden a un real cese al fuego hacen mella en la determinación de borrar al Mal, Hamas, aunque signifique eliminar todo vestigio humano y de humanidad en Gaza.
Cuarto, que el gobierno de Estados Unidos ha establecido un importante círculo militar con navíos y bases militares activas que rodea a Palestina, protege a Israel y alienta el belicismo de su derecha moral y militar. Quinto, que no ha cesado el flujo hacia Israel de toneladas de bombas, municiones, armas, baterías antimisiles, drones y sistemas de defensa electrónica estadunidenses.
Sexto, que se anuncia por el gobierno israelí que no va a dejar de golpear a los palestinos hasta que no logre erradicar para siempre la posibilidad de que Hamas o algún otro grupo vuelva a controlar ese territorio. Y, séptimo, el hecho paradójico, y ahora claro, de que todas estas décadas de soluciones inhumanas y belicistas no han servido.
Nunca como ahora el pueblo israelí se había sentido tan permanentemente inseguro. Idos ya los tiempos en que derrotaba en unos días a los ejércitos árabes regulares, lo que ahora se ofrece como salida es sólo más armamento y más guerra.
Y, octavo, como advierten analistas estadunidenses, la bárbara y genocida respuesta de hoy está creando para mañana una generación de militantes que de niños y jóvenes lo vieron todo y sienten que ya no tienen nada que perder. Ahora todo es incierto. El contexto mundial también lo es por los problemas de conducción política nacional en Estados Unidos, que indudablemente son una pieza clave del orden mundial.
La política de bombardeo a los civiles palestinos ya ha puesto en vilo la relección de Biden a la presidencia. Hay ahora una importante y activa minoría árabe estadunidense que se siente profundamente agraviada por los aviones y bombas estadunidenses en suelo palestino.
Esto, teóricamente le abriría el paso a Trump –y a la incertidumbre de sus arranques–, pero ni siquiera eso es seguro: el ex presidente está hoy sujeto a un proceso judicial por fraude y puede ser enjuiciado luego por instigar un golpe de Estado contra Biden.
Finalmente, la nota adicional: en este momento el gobierno federal estadunidense está a punto de suspender los salarios a todo el personal federal y eso incluye a los marineros y soldados, generales y almirantes –estén o no desplegados en Medio Oriente– porque en el Congreso no acaban de ponerse de acuerdo en cómo y cuánto gastar en apoyo a Ucrania, a Israel y a las políticas migratorias en la frontera con México (que acarrearían más tensiones en la economía y en las relaciones entre varios estados y el gobierno de Washington).
El resultado más problemático de este entrampamiento de Estados Unidos es que se profundice la debilidad que tiene frente a su propia creatura, a la que además, desde hace tiempo, está dotada de una provisión de bombas atómicas estadunidenses, y que nos coloque a todos al borde del abismo.
El anquilosamiento político e intelectual que producen los compromisos del poder político y militar y, además financiero, en las mentes de las élites dirigentes en Estados Unidos y en Europa ahora les impide mirar al mundo desde la perspectiva de las multitudes humanas empobrecidas y ahora hasta arrasadas militarmente.
Como tienen fácil acceso a las armas y al financiamiento, no piensan en otras dimensiones o soluciones ni son capaces de entender las demandas y las transformaciones que busca el gran resto de la humanidad. Sólo pueden reprimir, y ahí es donde los países latinoamericanos, que por historia y por origen, son resistentes a la milicia y al capital, pueden ofrecer muy valiosas alternativas. La enorme potencia latinoamericana es la de un pensamiento que surge y convive con esas historias de opresión y resistencia.
Por eso Bolivia, en el centro geográfico y político de América Latina, es el primer país en el mundo que hoy rompe con Israel, pero no es único; en estos últimos 100 años prácticamente no hay país latinoamericano que no haya generado visiones e iniciativas de profundo cambio, pese a la oposición estadunidense y europea. Como decían ya en 1918 los jóvenes universitarios, es la hora latinoamericana. Y México haría muy mal en excluirse.