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Opinión

Mar de historias | La demasiada soledad

Por: Cristina Pacheco

Los rumores, la agitación en la oficina, indican que llegó el momento de la salida. La puntualidad estricta observada a esas alturas de la tarde es tal que cualquiera podría sintonizar la hora exacta en su reloj tan sólo viendo la diligencia con que las oficinistas desconectan y guardan las cafeteras, apagan la computadoras, en desorden y a gritos hacen planes para el viaje de vuelta a la casa, al encuentro previsto, la compra de última hora, el alto en la panadería.

Para Esteban ese es uno de los momentos más gratos del día. Se contagia de la animación juvenil, se siente parte de ella y por momentos piensa que los comentarios incidentales lo involucran a las breves palabras sin importarle que nadie haga caso de sus opiniones.

Más grata es la hora en que registra su salida y, a un lado de la puerta principal, espera a que sus compañeros enciendan sus celulares –por orden superior, apagados durante las jornadas de trabajo– y, como si se tratara de mensajes de auxilio, envían sus llamados asegurando a la familia que no tardan en llegar, que esta vez no se desviarán y llevan el encargo que les hicieron esa mañana.

Poco a poco sus compañeros se alejan con la promesa de que se verán al día siguiente dejándole la recomendación de que se cuide mucho –una simple fórmula a la que él corresponde en términos semejantes y una sonrisa que muestra su simpatía y su agradecimiento.

II

Ya solo en la calle, Esteban enciende un cigarrillo y se echa a caminar pensando que en su departamento no hay nadie que lo espere, que lo acompañe en la mesa o lo ponga al tanto de las noticias del día. Cuando hay alguna, Hugolina, la ayudante que se ocupa de las tareas domésticas, se las deja escritas en una nota impersonal y precisa, sin una frase de bienvenida.

En ese detalle Esteban reconoce su soledad, pero sin amargura. La acepta como algo natural, parte de su destino. Como supone que lo hacen los demás solitarios, ha aprendido a entenderla cual una expresión de libertad que otros envidian: no está obligado a darle explicaciones a nadie, a justificar sus tardanzas, sus pequeños caprichos y ocurrencias cuando llega a su departamento. Después de un día agotador, hoy proyecta cenar mientras empieza a ver la serie que le recomendó Elvira, su compañera de cubículo, no por auténtico interés sino por el deseo de tener un tema de conversación.

III

Sentado frente al televisor, escucha cerca un ruido semejante a un rasgueo que se repite varias veces.

Deduce que puede tratarse de una ventana mal entornada, una gota de agua que se escapa de la llave y piensa en dejarle la reparación a Hugolina: rezadora, caritativa, la más encarnizada enemiga de los insectos y en especial de los roedores para quienes tiene reservadas trampas ocultas en los rincones que considera estratégicos.

Esteban sigue viendo la serie y repentinamente vuelve a percibir el ruido. Incómodo, curioso, se levanta para una revisión rápida hasta que al fin encuentra en la trampa que Hugolina siempre deja en el rincón de la sala un ratón diminuto, negro, que va de un extremo a otro de la jaula buscando una escapatoria.

Con la punta del pie, controlando apenas la repugnancia, Esteban aleja la trampa. El movimiento renueva la energía del animal que corre desaforado en la pequeña prisión. Se inclina un poco para mirar de cerca al invasor y queda sorprendido de su perfección y también de su fortaleza: prisionero, en plena derrota, sigue luchando en busca de su libertad.

Esteban retira la jaula un poco más. El movimiento renueva las energías del ratón que retrocede hasta donde es posible. Inútil: si no de miedo o de frío, el animal en poco tiempo morirá.

Antes de que eso ocurra puede gratificarlo dejándole caer unas gotas de agua y migajas de galleta.

Satisfecho, sorprendido de su acción, Esteban decide seguir viendo la serie, después Hugolina sabrá qué hacer con el depredador, que tal vez no amanezca con vida.

Ya en la cama, Esteban se burla de su actitud. No entiende cómo pudo dedicar minutos a darle de comer a un ratón como si se tratara de uno de esos perritos abandonados que todo el tiempo pasan frente a su casa agitando sus identificaciones a fin de provocar un interés que él no alimenta, entre otras cosas para no despertar el disgusto de Hugolina.

IV

Después de una noche intranquila Esteban salta de la cama dispuesto a cumplir los compromisos del día. De paso a la cocina, atraviesa por la sala y escucha las uñas del roedor arañando la tela metálica de su prisión.

Se aproxima y queda maravillado ante la tenacidad con que el ratón sigue luchando por su libertad y decide, antes de salir al trabajo, premiarlo con unas cuantas migajas y unas gotas de agua.

Por la tarde, de regreso a su departamento fresco y otra vez silencioso, Esteban, descubre sobre la mesa el consabido mensaje: No hubo novedades, sólo encontré un ratón en la sala. Era diminuto, igual que un prendedor. Me sorprendió ver cómo luchaba cuando lo metí en la cubeta de agua donde al por fin se ahogó.

Esteban se vuelve hacia la jaula vacía y piensa que en algunos momentos hay demasiada soledad. Finge apresuramiento y corre a su oficina.

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