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Opinión

Los torcidos

Por: José Blanco

El último affaire del Presidente con la Suprema Corte (SC) no será el último. Árbol que nace torcido nunca su tronco endereza, dice con razón el refrán popular. La señora Norma Piña y cofrades nacieron a sus respectivas carreras profesionales en el mundo avasallante del neoliberalismo. Tal vez, aún no se enteran; no obstante, es su lar: ahí nacieron y crecieron, torcidamente. Fue su molde y es su credo: es su “normalidad”; la normalidad de unas élites políticas forjadas en lo peor que le ha sucedido a la humanidad con el capitalismo actual, que hizo del Estado una plaza neoliberal, que convirtió las instituciones de Estado en cuasi mercados. La falta de escrúpulos, la artimaña oportunista, el apego y la sumisión al poderoso, el quid pro quo por debajo de la ley para obtener dinero, favores y ascensos, negociados en lo oscurito. Todo ello ha sido inherente a su vida pública, negociada en privado. La dilatada reiteración de esas prácticas convirtió los años de esa vida pública en normalidad. Y ese sino abarcó no sólo a los jueces sino, visiblemente, a una inmensa manada de políticos hoy desamparados por una ubre neoliberal que dejó de proveer a discreción, y dejó de ser.

El Presidente hizo un reclamo público, cabreado como pocas veces. “Lamentable el nivel de indignidad, cuando deberían de estar dando ejemplos de rectitud”, dijo con pasión, refiriéndose a los magistrados. Inaceptable –con base en principios–, la propuesta de Piña de negociar la fecha en que se pondría en acto la resolución de la SC respecto del lugar institucional de la Guardia Nacional. Más que torpe la propuesta de Piña que no prosperó: primero engendro el mazo con el que voy a golpearte, luego negociamos cuándo te asesto el golpe. Y, además, vaya usted a saber qué quería a cambio la presidenta. Peor aún, la señora Piña buscaba una negociación “acá entre nos”, con la seguridad pública, algo crucial para los ciudadanos, especialmente para los de abajo. Es evidente que el asunto de la seguridad pública en concreto, en los hechos de la realidad del cada día, le importa punto menos que un bledo a la señora de marras. Lo que le importaba es una actuación donde quedara claro que aquí, en la SC, podemos doblegar al Presidente; que la jugadita de lawfare fuera una celebración para unas oposiciones que no dan golpe ni por casualidad.

Como en otros momentos, el Presidente convirtió el tajo que se le quiso propinar, en una decisión política en su sentido más recto. Dijo: “No puede ser que una élite corrupta sea la que decida un asunto tan delicado como es la seguridad de la gente. Ya se acabó la política cupular, ahora el pueblo manda, y nosotros estamos aquí para mandar obedeciendo al pueblo, siempre…, no hay negociaciones como las que se acostumbraban antes”. Por tanto, presentará su nueva propuesta de reforma constitucional en septiembre de 2024, cuando espera que el pueblo de México, mediante el sufragio, haya construido una mayoría calificada en el Congreso de la Unión, para poder reformar la Constitución. Si ello ocurre, no sólo podrá hacerse una reforma para ubicar a la Guardia Nacional como una comandancia especial en la Secretaría de la Defensa Nacional, sino que, con esa mayoría, puede reformarse el entero Poder Judicial.

A lo largo y ancho del país los miembros de Morena deben sacar todas las enseñanzas de este último affaire del Presidente con la SC, y ser consecuentes siempre y en todo momento. Nuevamente: la insignia juarista ha de estar a la orden del día: “con el pueblo todo, sin el pueblo nada”. Para satisfacer las necesidades del pueblo, en las condiciones de México, donde las oposiciones fueron forjadas a hierro y fuego por el molde neoliberal (árboles torcidos), es irrecusable una mayoría calificada en el espacio preferente donde tiene lugar la democracia de las élites políticas: el Congreso. Este es el más alto objetivo de Morena en los comicios, visto como está que el PRIANRD no volverá a la Presidencia. Alcanzar esa mayoría calificada, con el apoyo mayoritario del pueblo, para hacer avanzar en el Congreso las decisiones que se traduzcan en bienestar del pueblo, es su misión.

Pocas veces ha sido tan claro: el Estado-nación es una necesidad insoslayable, sin cuyo fortalecimiento los mexicanos estaríamos totalmente a merced de Estados Unidos, de otras potencias, de las empresas multinacionales. El Estado es la sociedad misma altamente organizada, cuyo objetivo no puede ser otro que la autoprotección de la sociedad para que sus miembros tengan una vida feliz, con educación, salud, alimentación y acceso a todos los bienes que las civilizaciones produzcan.

En el México de hoy para que el Estado llegue a ser eso, primero los pobres. Entre las numerosas y difíciles tareas que tenemos para que el Estado funcione efectivamente como la sociedad organizada, es preciso que los servidores públicos sean servidores públicos y que los políticos trabajen de modo transparente en el propósito de hacer del Estado la sociedad organizada. No caben en ese curso los torcidos.

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