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Opinión

Los historiadores de la frontera: los forjadores de un oficio | Lawrence Taylor

Por: Lawrence Taylor

De vez en cuando es conveniente que los historiadores contemporáneos de Baja California realicen una reflexión sobre los “pioneros” o “forjadores” de la historiografía de esta entidad como región. Si bien existe un gran número de autores que han redactado obras que tratan de la historia de la península o alguno de sus aspectos, se puede resumir la importancia que han tenido, en la opinión personal del autor, cierto impacto duradero en la historiografía del estado.

Referente a la etapa misional (1697-1849), Miguel Venegas, Miguel del Barco, Francisco Javier Clavijero y otros de los misioneros jesuitas y dominicos que escribieron crónicas de viaje e “historias” sobre la región (que en la mayoría de los casos fueron publicadas muchos años después de la muerte de los autores), dejaron registrados datos sobre la geografía e historia de la región que les parecieron importantes a anotar. Aunque los misioneros trataron de crear ciertos tipos de barreras para proteger a las poblaciones indígenas de las incursiones por parte de los comerciantes y colonos blancos a sus tierras, también fueron participantes activos en el proceso general de la aculturación y destrucción en general de su civilización y cultura. Además de los muertos entre los indígenas provocados por las epidemias y las enfermedades introducidas por los exploradores, misioneros y colonos europeos, también hubo aquellos originados por éstos o de aculturación forzada, además del genocidio cultural entre los grupos y poblados de indígenas, que dejarían sus huellas en la región hasta nuestros días.

Respecto al siglo 19, son particularmente destacables las obras de Ulises Urbano Lassépas, José Matías Moreno (1819-1870), Henry Alric (1805-1883), Adrián Valadés (1848-1918), y Manuel Clemente Rojo (1823-1900), que describen los vaivenes de región durante varios períodos de turbulencia nacional. El Partido Norte (1849-1888) se caracterizó mayormente por ser una región abandonada a su suerte y olvidada por el gobierno central, en que existían muchísimas carencias: una escasez de pobladores, imprentas, recursos económicos, y fuentes documentales. Una crónica particularmente interesante es la del abate francés Henry Jean Antoine Alric, quien describió sus aventuras en la península en los años de 1850 a 1860 en su libro Apuntes de un viaje por los dos océanos, el interior de América y de una guerra civil en el norte de Baja California (1869). Sus narraciones de dos viajes que realizó, el de 1857 por la sierra de Santa Catarina hasta el delta del Río Colorado y de 1860 a 1861 cuando viajó desde la misión de San Diego de Alcalá hasta Sonoyta (Sonoita), Sonora, son particularmente vívidas por sus descripciones de paisajes y personas. Otra obra memorable de este período es la de —Apuntes históricos de la Baja California (1879), del periodista de origen peruano Manuel Clemente Rojo. Un hombre de muchos talentos, siendo a la vez pintor, historiador, periodista y dibujante, o una especie de hombre renacentista dentro del contexto del período en que vivía, Rojo se distingue por mostrar una preocupación por los pueblos y personajes indígenas que pelearon por sus derechos a ser libres; es, quizás el primer historiador bajacaliforniano que da cierta voz a la versión de los indígenas peninsulares.

Existía una fuerte conexión entre la elaboración de las varias obras relacionadas con la historia en esta época, por un lado, y el ejercicio del periodismo por otro. Un caso interesante es lo de David Goldbaum (1858-1930), hijo de padres judíos-alemanes y nacido en México (Mazatlán o Nayarit), cuyas colecciones de especimenes y documentos llegaron a formar, en 1925, el Museo Regional de Ensenada (Museo Goldbaum). La serie de informes breves que escribió, La colonia Carlos Pacheco (1917), Los pueblos indígenas del Distrito Norte, Baja California, México (1918), Las ciudades y pueblos de la Baja California (1918, que posteriormente fue traducido al inglés por William O. Hendricks y publicado por La Siesta Press de Glendale, California, en 1971), han servido hasta la fecha como fuentes imprescindibles para la consulta de datos para aquellos historiadores e investigadores de la historia de Baja California durante el Porfiriato y las primeras décadas del siglo 20. Otro escritor importante de la región fue David Zárate Zazueta, nacido en Real del Castillo (1875) y quien falleció en Ensenada en 1961. Su obra principal, Bosquejo histórico de la península de Baja California, particularmente de la ciudad y puerto de Ensenada (1947), que es fuertemente cargado con tintes de la historia empresarial, tuvo gran impacto entre la población ensenadense y sirvió como estímulo para continuar con las indagaciones sobre la historia regional, que ha sido reflejada en los simposios celebrados conjuntamente por la Asociación Cultural de los Liberales de Ensenada y la UABC cada año hasta la fecha.

Son abundantes a partir de este período las crónicas de viajes sobre la región, así como los informes resultados de las varias expediciones científicas que recorrieron el norte de la península en estos años, registrando sus características naturales, geología, biología, así como aquellos recursos que podrían ser explotados económicamente con las necesarias infusiones de capital. Dentro de este género, son notables las obras del naturalista francés León Diguet (1859-1926), el promotor de inversiones estadounidense John Reginald Southworth (1866-  ?), el también publicista chileno de la década de los veinte, Aurelio de Vivanco y Villegas, y el explorador californiano Arthur Walbridge North (1874-1943). Las obras notables de este género no son de extranjeros exclusivamente; también existen libros como Viaje al noroeste (1943) del periodista y escritor de izquierda mexicano José Revueltas (1914-1976), y El otro México, biografía de Baja California (1951), de Fernando Jordán (1920-1956), que, con el paso del tiempo, se ha convertido en quizás el libro más difundido o reconocido por el público sobre la península.

El período de la investigación histórica “científica” o profesional en la región comienza con las obras del historiador sudcaliforniano Pablo L. Martínez (1898-1970). Su obra magna, Historia de Baja California (1956) fue la primera obra para tratar de la historia de la península con ciertos criterios de objetividad y de rigurosidad en términos de la investigación de los acontecimientos, desde sus orígenes preeuropeos hasta mediados del siglo XX. El libro extenso sirvió, durante algunas décadas, como el punto de partida para aquellas personas interesadas en aprender algo sobre la historia de la región en su conjunto, así como sobre su evolución durante sus distintas fases de desarrollo.

Se concluye este breve resumen con una mención de las aportaciones considerables del Dr. David Piñera Ramírez, quien, como varios de los historiadores contemporáneos estarían de acuerdo, ha sido el “padre” del establecimiento y la promoción de los estudios históricos profesionales en el noroeste de México. La carrera del Dr. Piñera en las varias etapas de evolución de la UABC abarca la transición entre el período del dominio de la historia por parte de los aquellos historiadores y cronistas que existían en los varios estados de la frontera (por ejemplo Francisco R. Almada de Chihuahua e Israel Cavazos Garza de Nuevo León) y la profesionalización de la disciplina a partir del establecimiento de los centros y departamentos de estudios sobre la historia en las universidades y colegios del país. El Dr. Piñera estableció algunas de las primeras bases para el establecimiento firme de la investigación profesional de la historia en Baja California: la fundación del Centro (hoy Instituto) de Investigaciones Históricas UNAM-UABC, la revista especializada de historia Calafia (1970) y, unos años más tarde (1977), Meyibó.

La serie de megaproyectos emprendidos por el Instituto de Investigaciones Históricas (IIH) –Panorama histórico de Baja California (1983), Historia de Tijuana, semblanza general (1985), Visión histórica de la frontera norte (1987, con una versión aumentada en 1994), Historia de Tijuana, 1889-1989 (1989), Mexicali: una historia (1991), Baja California: un presente con historia (2002) se destacan no sólo por ser compilaciones de contribuciones de especialistas de diversas disciplinas y áreas de historia, sino también por su inclusión de las “voces” de personas que vivieron por los acontecimientos y transformaciones que han ocurrido durante los períodos analizados. Como el propio Piñera ha comentado al respecto, el propósito consistió en reconstruir la atmósfera peculiar de cada época, recoger el matiz y el sentido característico de esos días, de labios de quienes los vivieron y nos hablan de ellos en forma fresca, espontánea y coloquial”. El uso de historia oral, desde luego, ha tenido un fuerte impacto en la elaboración de las numerosas monografías que los investigadores del IIH han realizado desde entonces.

El Colegio de la Frontera Norte

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