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Opinión

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Por: José Blanco

Murió Luis Echeverría Álvarez y terminaron de morir con él unos restos astrosos de un tramo sustantivo de la historia de México: el de la Revolución Mexicana (RM), con sus claros y sus espantosos oscuros. La fecha de defunción de ese tramo fue el 2 de octubre de 1968; los historiadores del futuro dirán a México su última palabra. El portador de la puntilla, Luis Echeverría –habilitado por Gustavo Díaz Ordaz–, murió después del sistema político y económico que él mismo remató.

El sexenio de Echeverría puso en escena, activamente, los rasgos extremos de la RM. El populismo propio de la RM, con un discurso exacerbado, amplificador de sus acciones en favor de los jodidos por la propia RM, y una actuación de política exterior de tercermundismo progre para apuntalar una (imposible) recuperación del régimen.

Fue olvidado, pero en un clima de tendencia al estancamiento económico e inestabilidad política, Echeverría impulsó el primer programa de atención a la pobreza, el Programa de Inversiones para el Desarrollo Rural (Pider). Fue uno entre muchos otros. Fueron olvidados sus esfuerzos por intentar limpiar ante las mayorías la cara de la RM, un régimen que hizo todo por desgastarse a fondo en pocos años, los posteriores al gobierno de Lázaro Cárdenas.

El gobierno de Echeverría operó en septiembre de 1973, a través del embajador Gonzalo Martínez Corbalá, un célebre rescate de cientos de chilenos que huían al golpe de Estado de Augusto Pinochet, entre ellos la familia del presidente Allende, Hortensia Bussi, y sus hijas Carmen Paz e Isabel. Desde 1974, abrió las puertas a numerosos exiliados argentinos que se organizaron, unos en el Comité de Solidaridad con el Pueblo Argentino, fundado y dirigido por Rodolfo Puigross, ligado estrechamente a Montoneros, y otros en la Comisión Argentina de Solidaridad, que nucleaba grupos socialistas, peronistas críticos de Montoneros y otros grupos de muy diversas expresiones intelectuales y culturales que se ocuparon en editoriales, universidades, librerías, centros de estudios, y “casas” de discusión.

Echeverría era consciente de que el régimen perdía su poder histórico; trató de salvarlo a toda costa; fue su afán que la RM continuara viva tal como era conducida brutalmente por el PRI. El mismo de la cara progre, tan actuada como espuria, armó fría y despiadadamente el halconazo de 1971, y puso en marcha una perversa, criminal, persecución de las izquierdas sublevadas. La RM siempre cooptó a sus opositores y, quienes resistieron, fueron con frecuencia asesinados, eliminados sin miramientos. Sin miramientos el gobierno echeverrista eliminó a numerosos opositores al régimen. Fue señalado como agente de la CIA.

De otra parte, la economía, funcionando bajo las reglas de la sustitución de importaciones, se enfilaba en sus días a una crisis epocal, rematando a fines de sexenio con la devaluación de un tipo de cambio establecido en 1954, de 12.50 pesos por dólar, que había adquirido el estatus popular de una cifra “normal” y su fin fue vivido como catástrofe.

Todas las acciones de Echeverría fueron para su pesar tardías, no podían recuperar el pasado. La ideología de la RM se iba al desfiladero, especialmente porque la estructura de las clases sociales de los años 70 no cabía más en el encorsetado sistema que le ofrecía el régimen político de la RM. Uno de los grandes avatares de la economía mundial impidió que el régimen se fuera inmediatamente al hoyo: una crisis petrolera internacional que elevó para siempre los precios del petróleo. Gracias a este suceso de alcance global, el cadáver [de la RM] siguió muriendo. Eso ocurrió durante el gobierno de López Portillo, quien pensó que le tocaba “administrar la abundancia”, y terminó su sexenio concluyendo que el suyo era el último gobierno de la RM: así fue.

No murió el país con la muerte de la RM; murieron unos ideales de profunda raíz popular que no hallaron cauce de realización bajo la dirección política del PRI. Sobrevivieron los ganadores, los empresarios, que asestaron una profunda y final derrota política a López Portillo, cuyo gobierno se parecía muy poco a los ideales de la RM. Los empresarios, ganadores de aquellos devastadores cambios, se convertirían en la base de sustentación del siguiente tramo histórico.

Al régimen de la RM le sucedió uno peor, sin claros, sólo oscuros para la inmensa ma­yoría de los mexicanos: el neoliberalismo salinista, forma de dominación de baja ralea bajo la dirección de PRI y PAN. Ahora está en curso la muerte de este nefasto régimen. Pero a diferencia de la muerte del régimen de la RM, la muerte completa del neolibe­ra­lismo no puede ocurrir en el espacio nacional. Viaja ahora mismo hacia el pasado, pero tentáculos mil hacen presencia de mil maneras; no es un difunto. La banca y el ca­pital financiero global son los dueños del “modelo”.

Luis Echeverría quedará enterrado en una página oscura de la historia mexicana. Fue un producto neto de los peores usos y abusos del régimen de la RM.

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