publicidad
Opinión

Las juventudes precarizadas en la frontera norte de México y su relación con la violencia

Por: Salvador Cruz Sierra | Voces de El Colef

A finales de diciembre del año pasado, en un pequeño habitáculo de la avenida Pacífico de Playas de Tijuana, detonaron un explosivo con más de una persona en su interior, quedando totalmente destrozada la vivienda y calcinados quienes se encontraban en su interior, al menos un joven. Evento trágico y no poco frecuente que da cuenta del destino fatal para quienes la sociedad no ha procurado otro futuro, pues al parecer el lugar fungía como punto de venta de droga. Esta realidad muestra la condición de vulnerabilidad de muchos jóvenes precarizados.  

Las prácticas de violencia y delictivas en que cada vez participan más niños y jóvenes tiene que ver con la condición de lo juvenil en México. Diversas formas de expresiones identitarias, prácticas socioculturales y corporales, así como ejercicios performativos de género, envuelven a hombres y mujeres jóvenes, en ejercicios de reconfiguración, resignificación y transformación en las maneras de concebirse como hombres jóvenes. Como hombres inmersos en una sociedad donde la violencia ha impreso en sus cuerpos los efectos lacerantes, particularmente de las formas más cruentas de la discriminación, exclusión, criminalización y muerte.

Particularmente las ciudades fronterizas, fragmentadas en sentido territorial y sociocultural, han generado extensas demarcaciones y espacios de alta marginalidad, con escasa infraestructura urbana y cultural, que remarcan una segregación espacial, agudizan diversas formas de violencias, como la delictiva, comunitaria y familiar, así como la correspondiente estigmatización.

Estas condiciones favorecieron el establecimiento del narcotráfico que entró en la vida de los jóvenes marginados de manera contundente cuando los cárteles de la droga toman posesión de los territorios que componen toda la ciudad, aprovecharon las agrupaciones juveniles existente en los barrios y el liderazgo que algunos jóvenes habían adquirido en su paso por la pandilla, para reclutar, comprometer y, en otros casos, obligar a los jóvenes sin expectativas para su ingreso a los cárteles de la droga.

La participación de niños y jóvenes en el tráfico de drogas es una práctica añeja y extendida en nuestras ciudades. Anterior a la década de los años dos mil, los niños eran parte de la infraestructura del crimen que los empleaba como mulas, para cruzar la droga a Estados Unidos; como polleros, que cruzaban migrantes en tránsito; como toreros, para distraer a la patrulla fronteriza del verdadero motín; como halcones, es decir, los que vigilan y dan aviso de policías o de posibles intrusos; o como puchadores para la venta de droga al menudeo. El incremento de la distribución de droga al menudeo en la última década engrosó su capacidad con la participación de jóvenes, quienes se han convertido en gran parte, en los individuos más visibles, estigmatizados y criminalizados.

Si bien, las alternativas ocupacionales para los jóvenes precarizados no siempre son nulas, como la oferta laboral de la industria maquiladora, su pertenencia a la misma no es atractiva, ya que además de las condiciones de explotación y los bajos salarios, este tipo de trabajo no favorece la disputa de otros significantes vinculados con la masculinidad, como puede ser la hombría vista en el poder hacer, poder tener, en el ser decisivo, arriesgado o hasta heroico; así, las distinciones entre ser maquilador, sicario o narcomenudista, por mencionar solamente algunas, están permeadas por los parámetros de la masculinidad. Es decir, en el imaginario de estos jóvenes el ser obrero de maquila es equivalente a no tener futuro, ser pobres y sin ambición, mientras tanto, a aquellos asidos al crimen los identifican con el arrojo, la valentía y posiblemente con ser buenos proveedores y protectores.  

Tanto en Tijuana y Ciudad Juárez, escenarios en el que emergen estas juventudes precarizadas y asesinables, siguen padeciendo y participando de la violencia, pero también, a la par, resisten mediante diversas expresiones culturales y prácticas corporales propositivas y constructivas para la ciudad.

Related Posts