La novela del dictador / Abraham Kato
La ambición de poder del ser humano no tiene límites y una vez en la cima el objetivo es permanecer ahí. Desde reyes, faraones, emperadores y conquistadores, el Hombre se ha dado todo tipo de títulos para establecerse como soberano gobernante. Hoy en día, aunque en la mayoría de los países llamados civilizados se elige democráticamente al líder de una nación, sigue intacto ese deseo no solo de llegar al poder, sino de perpetuarse en él.
En todo el mundo se ha dado el caso de personas que se niegan a dejar la presidencia de un país y terminan reeligiéndose una y otra vez. Permanecen ahí durante décadas y mientras están en el poder su palabra se convierte en ley, su imagen se vuelve divina y sus órdenes incuestionables. Pasan de ser el caudillo libertador a el tirano opresor. Este fenómeno ocurre en todo el mundo, pero por alguna razón se da más en América Latina. Desde México hasta Chile y Argentina, desde Santa Anna y Porfirio Díaz hasta Perón y Pinochet, han surgido, y siguen surgiendo, toda clase de dictadores y dictaduras. Como una maldición de la que no nos podemos liberar, que nos acecha y atormenta en todo momento. Como veremos más adelante, no es coincidencia que estos personajes siempre aparecen en los momentos de peor crisis en una sociedad para surgir como salvadores dispuestos a traer orden al caos.
‘‘Los Padres de la Patria’’
En la década de los sesenta los escritores Carlos Fuentes (México) y Mario Vargas Llosa (Perú) se plantearon la idea de escribir sobre los dictadores latinoamericanos; dicho proyecto irónicamente llevaría el nombre de ‘‘Los Padres de la Patria’’. La idea general era que diferentes escritores hablaran sobre un dictador de su país. Por tanto, Alejo Carpentier, Cuba, hablaría de Gerardo Machado; Carlos Fuentes, México, de Antonio López de Santa Anna; José Donoso, Chile, de Mariano Melgarejo; Julio Cortázar, Argentina, de Juan Domingo Perón; Vargas Llosa, Perú, de Sánchez Cerro; el hondureño Augusto Monterroso del dictador nicaragüense Anastasio Somoza y, como veremos en seguida, Roa Bastos, Paraguay, del doctor Francia. El proyecto como tal no se concretó, sin embargo, produjo varias obras que hoy en día se agrupan bajo el nombre de ‘‘La novela del dictador’’.
El bestiario político
Comencemos con Tirano Banderas. Novela de tierra caliente (1926) la primera novela de este subgénero literario del siglo XX escrita por el español Ramón del Valle-Inclán. Para entender esta obra debemos tomar en cuenta que a principios de la década de los veinte coinciden las dictaduras de Primo de Rivera en España y la de Mussolini en Italia; sucede el Putsch de Munich, un intento fallido de golpe de estado por parte del Partido Nacional Socialista Obrero Alemán (NSDAP) junto con un joven Adolf Hitler; también, Valle-Inclán regresa a México, invitado por el presidente Álvaro Obregón por los festejos del Centenario de la consumación de la Independencia, y atestigua de primera mano el contraste entre el México post revolucionario y aquel que había visitado en 1892 durante el Porfiriato. Todo esto naturalmente sensibiliza al ya maduro y rebelde, con crecientes preocupaciones sociopolíticas, Valle-Inclán y se propone escribir una novela para caricaturizar al dictador hispanoamericano como producto de una mala herencia española. Para tal efecto, crea la república ficticia de Santa Fe de Tierra Firme y al dictador Santos Banderas.
Veinte años después tendríamos la segunda de las novelas que son consideradas el germen de esta literatura, El señor Presidente (1946) del premio Nobel de Literatura 1967 Miguel Ángel Asturias, quien nació y creció durante la dictadura de Manuel Estrada Cabrera (1898-1920), en Guatemala. El libro fue escrito en la década de los años veinte y terminado en 1933, sin embargo, fue publicado hasta trece años después, en México, debido a la fuerte censura de la nueva dictadura que vivía su país. A pesar de que en la novela no se menciona ni a Estrada Cabrera ni a Guatemala, se dan pistas en repetidas ocasiones que aluden a ellos; como la mención de la primera guerra mundial, que coincide con el último periodo de la dictadura, y los atentados contra el presidente. A diferencia de otras novelas, en esta no se nombra directamente ni aparece el ‘‘señor presidente’’, solo se le menciona. Esto le otorga una mítica presencia, omnipresente, que fue el objetivo principal de Asturias: describir la naturaleza de una dictadura y sus efectos en la sociedad.
Llegamos ahora a mediados de la década de los setenta donde coinciden varios autores con un mismo tema: el dictador latinoamericano. Primeramente tenemos El recurso del método (1974) del cubano Alejo Carpentier. Aquí nuevamente vemos la construcción de una figura autoritaria, en algún país anónimo de América Latina, que Carpentier utiliza para describir la Cuba de los años veinte que él vivió. En cuanto a la figura del dictador, el propio autor menciona, en una carta al editor y académico mexicano Arnaldo Orfila Reynal, que su libro está construido con un 40% de Gerardo Machado (Cuba 1925-1933), un 10% de Antonio Guzmán Blanco (Venezuela, 1870-1877, 1879-1884, y 1886-1888), un 10% de José Cipriano Castro (Venezuela, 1899-1908), un 10% de Manuel Estrada Cabrera (Guatemala, 1898-1920), un 20% de Trujillo (Rep. Dominicana, 1930-1961) y un 10% de Porfirio Díaz (México, 1877-1880, 1884-1911).
Ese mismo año se publicó Yo el Supremo (1974) del escritor paraguayo Augusto Roa Bastos, considerada por muchos la mejor novela de este subgénero. Si bien las novelas anteriores hablan sobre un dictador latinoamericano, Roa Bastos le pone nombre y apellido: José Gaspar Rodríguez de Francia, apodado el Doctor Francia. Combinando hechos históricos reales con ficticios refleja los aspectos más negativos de la dictadura. Irónicamente el libro fue escrito en Buenos Aires, Argentina, mientras Roa Bastos se encontraba exiliado por otro dictador paraguayo, el general Alfredo Sroessner; algo similar a lo que le pasó a Miguel Ángel Asturias.
El otoño del patriarca (1975) del colombiano y premio Nobel de Literatura 1982 Gabriel García Márquez resulta un interesante experimento de novela donde nuevamente tenemos una mezcla de dictadores, en este caso caribeños, pero en su mayoría de Francisco Franco de España y de Antonio de Oliveira Salazar de Portugal. Un libro difícil de leer, carente de puntos y comas, que contiene anécdotas imaginativas que habitan los límites de lo real maravilloso. El mismo García Márquez explica que el ejercicio de esta novela fue una especie de exorcismo de la anterior, Cien años de soledad, que necesitaba para poder volver a escribir.
Quizá esta sea la novela menos conocida de las aquí mencionadas, sin embargo, debido a las circunstancias de su país resulta la más relevante en la actualidad. Oficio de difuntos (1976) del venezolano Arturo Uslar Pietri, narra la historia de Aparicio Peláez, que prácticamente es la biografía novelada del dictador Juan Vicente Gómez Chacón Quintero, que gobernó Venezuela desde 1908 hasta 1935. A diferencia de todas las otras novelas que se centran en una época del dictador, Uslar Pietri nos narra la historia completa del humilde caudillo que llega al poder; que prácticamente es la historia de casi todos los dictadores.
Por último, tenemos La fiesta del chivo (2000) del peruano y premio Nobel de Literatura 2010 Mario Vargas Llosa, quien, al igual que Roa Bastos, también habla directamente de un dictador en específico, en este caso del generalísimo Rafael Leónidas Trujillo, en República Dominicana. La historia, contada en dos tiempos y desde tres perspectivas diferentes, narra los últimos días del dictador y recuerda sus comienzos. En entrevista con Jorge Ramos, en septiembre del 2014, Vargas Llosa comenta ‘‘yo quiero mucho a la República Dominicana. Es un país al que le tengo un enorme cariño’’, y en base a todo lo que investigó y a todas las anécdotas que recopiló sobre la dictadura de Trujillo asegura que el poder es la fuente de todos los males ya que despierta la codicia, la crueldad y saca los peores instintos de la gente.
Otras novelas que pertenecen al subgénero de ‘‘la novela del dictador’’ son Facundo (1845), de Domingo Faustino Sarmiento; Amalia (1851), de José Mármol; Maten al león (1969), de Jorge Ibargüengoitia; La novela de perón (1985), de Tomás Eloy Martínez, y El general en su laberinto (1989), de Gabriel García Márquez.
Mario Benedetti
En su libro El recurso del supremo patriarca (Nueva imagen, 1979) el escritor, ensayista y poeta uruguayo Mario Benedetti resalta la importancia de las novelas de García Márquez, Alejo Carpentier y Augusto Roa Bastos, siendo que las tres fueron publicadas casi el mismo año. Primeramente resalta el hecho de que los tres autores hayan ‘‘tratado simultáneamente un mismo tema, como si respondieran a demandas de testimonios e imaginación, creadas por la historia misma de esta América sufrida’’, explica Benedtti.
Quizá la diferencia más notable entre las tres novelas es su posición dentro de la obra de cada autor; aspecto en donde sale a relucir Yo el supremo, puesto que llegó a convertirse en la magnum opus de Augusto Roa Bastos y, como explica Benedetti, pasó de ‘‘ser un novelista local (…) a la categoría de un escritor latinoamericano de primerísimo rango’’. Mas aún, desde su publicación Benedetti ya presagiaba que la novela se convertiría en un clásico. Llega incluso a calificarla como obra maestra no solo de la literatura latinoamericana, sino de la universal.
Caso contrario el de Carpentier y García Márquez quienes ya gozaban del prestigio de ser grandes escritores y sus novelas El recurso del método y El otoño del patriarca representaron un cambio de rumbo en su narrativa habitual; más aún siendo que el El otoño precede a la monumental Cien años de soledad, por lo que recibió fuertes críticas y acumuló una enorme decepción al no lograr cumplir las irreales expectativas que se tenía de él. Ciertamente la novela de El otoño del patriarca sale mal librada tanto en la obra de García Márquez como en el conjunto de novelas del dictador. Benedetti la califica como un experimento fallido; en gran medida a la credibilidad del personaje: ‘‘Es posible creer en los dictadores de Roa y Carpentier; en cambio, es virtualmente imposible creer en el de García Márquez. Más que un personaje, es una idea feroz’’, asegura.
En cuanto a Carpentier es su afilado humor, ese tono burlón que maneja a la perfección, lo que lo diferencia de la ironía que caracteriza a las tres novelas. ‘‘El humor se constituye así en un decisivo recurso de El recurso. Es a golpes de humor que Carpentier va signando y definiendo la imagen de su protagonista’’, menciona Benedetti y asegura que es con este recurso que el escritor cubano logra construir una novela política que no parece serlo. Pero si bien admite que El recurso del método no es la mejor de las novelas de Carpentier, lo que más le reconoce es que cumple con una ley muy importante: ‘‘la novela que lleva implícita una propuesta política, debe cumplir primero con las leyes novelísticas. Debe existir primero como novela, a fin de que ese nivel cualitativo sirva de trampolín para el salto ideológico’’.
El manual del perfecto tirano
La serie/documental de Netflix, Cómo ser un tirano, explica detalle a detalle cómo surgen estos personajes, su ascenso al poder, los mecanismo que utilizan para mantenerse en él, así como, en la mayoría de los casos, sus caídas. A manera de un manual, enseña los diferentes pasos a seguir para lograr el poder absoluto; entre los cuales se encuentran aprovechar la indignación de la gente para justificar su propósito y vender una imagen de protector y redentor. Convertirse en un hombre del pueblo. Una vez en el poder se debe establecer un dominio neutralizando a todos los posibles enemigos, ya sea eliminándolos o comprándolos. Siempre se debe utilizar un chivo expiatorio para ocultar la brutalidad y manipular las leyes a conveniencia. Es necesario reescribir la historia, censurar todo y saber utilizar una de las armas más poderosas de todas: el acceso a la información. Se debe construir un legado adoctrinando a la juventud y poniendo a las mujeres en su lugar. Entre otras cosas. Si bien la serie se centra en los más célebres dictadores del mundo, como Hitler, Hussein, Amin, Stalin, Gaddafi y la dinastía de los Kim, estos aspectos se pueden aplicar en cualquier dictador de América Latina y a cualquiera de los aquí mencionados.
La vida entre tiranos
El premio Nobel de literatura 1990, Octavio Paz, afirma en su libro El laberinto de la soledad, en el ensayo El pachuco y otros extremos, que los latinoamericanos somos más cautos y reservados, a diferencia de los estadounidenses, debido a las prolongadas dictaduras que hemos vivido. Acostumbrados a la censura y represión, preferimos el silencio para no meternos en problemas.
En la antigüedad los reyes y faraones eran considerados descendientes directos de Dios, en la actualidad ciertas personalidades políticas son veneradas y reverenciadas como tal; si bien todos los dictadores (o políticos) son irremediablemente narcisistas, ¿qué se necesita para en verdad creerse divino? La ambición del ser humano por el poder es parte de nuestra naturaleza. Hay, ha habido e invariablemente habrá quienes se autoproclamen salvadores de pueblos, poseedores de la verdad, centinelas del cambio, o guías de la prosperidad y busquen llegar así a la cima del poder; por más que conozcamos la historia, estamos condenados a repetirla. Mas al final, si algo nos enseñaron todas estas historias de tiranos y dictadores (y sobre todo en la época en la que vivimos), si algo nos demostraron todos esos grandes escritores con sus novelas, es que siempre será decisión nuestra a quién le queremos creer, que todos los dictadores a final de cuentas son de carne y hueso, y, sobre todo, que es la gente la que realmente tiene el poder.