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Opinión

La hora de la reforma

Por: Rolando Cordera Campos / La Jornada

Podemos decirlo y repetirlo: esto no aguanta más. Para casi de inmediato reconocer la conveniencia de unas instituciones que vemos como providenciales. Este gobierno o el que venga podrán obstinarse en unas reformas del régimen que sólo amenazan, pero, al final de cuentas, resignados o no, todos convendremos en que lo mejor que puede ocurrir es que la institucionalidad alcanzada se mantenga y que lo que sobrevenga sea todo el fruto de buena albañilería.

En este sentido, bien podríamos replicarle al presidente López Obrador: sí somos conservadores, porque queremos conservar lo que ha funcionado y ha sido útil o bien, puede serlo con añadidos de poca monta. La furia revolucionaria que quiere un nuevo régimen, será respetada pero no tiene mayor cabida en un ambiente volcado a la reforma y urgido de ella. Es un regreso a la reforma institucional, en la economía y la gestión de lo social pero también en la política misma, lo que muchos mexicanos expresaron con su voto.

A pesar del ánimo de reyerta que impregnó buena parte de los discursos electorales, mucho de lo acaecido a partir de esa fecha indica que los esfuerzos empeñados por no pocos mexicanos en la construcción de las reglas y normas electorales hace más de 30 años, lograrán resistir los absurdos rumores de sospecha y desconfianza cuya obvia intención parece ser la crispación, de por sí aguda y extensa, que priva en el clima nacional.

Bien harían Morena y seguidores, la presidenta y su gobierno, si su transición gubernamental se dedica a reflexionar sobre las reformas necesarias y las posibles. Hacia dónde y cómo; a qué ritmo y con qué restricciones, son algunos de los temas que partidos y organizaciones cívicas tendrían que empezar ya a despejar, más allá del sonido y la furia que acompañaron las campañas y la misma elección.

Disponer las voluntades y los ánimos para transitar, legal y pacíficamente, hacia el tiempo de la invención y la innovación institucional; convertir a México en un auténtico legislativo para la unión.

Un Congreso nacional formado por el Legislativo, el ancho cuanto poco conocido espacio de la sociedad civil, organizada y no organizada, las universidades y los centros de reflexión e investigación. Con unos partidos y unos políticos respetuosos de la legalidad, dispuestos a escuchar y escudriñar al país y su alma, discutir y asumir integralmente nuestros temas fundamentales, para reordenar nuestra vida política.

Pienso que entre las tareas a emprender debe estar el mejoramiento de los candados y las acciones conducentes a evitar la presencia y las presiones del crimen organizado en las elecciones y, más allá de esto, tendremos que convenir en la urgencia de replantear nuestro sistema de partidos, que ha dado de sí, y emprender la asignatura fundamental: la reforma del Estado y del poder.

Atender el reclamo económico por más y mejor crecimiento, una reforma estatal destinada a darle dimensión y flexibilidad al Estado y a la construcción sostenida de una ciudadanía democrática. Atreverse a construir un Estado fiscal activo, promotor del crecimiento y la innovación y capaz de redistribuir los frutos del esfuerzo colectivo. Discutir y acordar una reforma de la política macroeconómica, que nos libere de la nociva dictadura de la estabilidad financiera cortoplacista; formular una estrategia nacional de inversiones que tenga en el centro al empleo formal, la inversión productiva y la reorganización regional.

En suma, iniciar una verdadera transformación en todos los ámbitos de nuestra vida comunitaria, poner a prueba nuestro espíritu cooperativo y nuestro compromiso cívico; establecer contrapesos racionales a los arrebatos y las futilidades que tanto mal han hecho a la deliberación inteligente y reflexiva: tales son algunos de los trabajos y los días que nos esperan pero que no se desplegarán ni superarán en automático, sino gracias a una política democrática y renovadora.

Ni pocas ni fáciles son estas tareas. De aquí que sea crucial el despliegue de inteligencias y esfuerzos para llevar a la mesa del debate público diagnósticos, programas y voluntades que, en lo fundamental, den sustento y perspectiva a nuestros acuerdos. De otra forma no queda sino la deriva.

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