La guerra económica de EU contra China
La economía de China se ralentiza. Se pronostica que el avance de su producto interno bruto (PIB) para 2023 será menor a 5 por ciento, lo que está por debajo de las proyecciones hechas el año pasado, y muy por debajo de los elevados índices de crecimiento que el país registró durante la década de 2010. La prensa occidental está llena de las supuestas fallas de China: una crisis financiera en el mercado inmobiliario, problemas de sobrendeudamiento y otros males.
Sin embargo, mucha de la desaceleración es resultado de las medidas adoptadas por Estados Unidos para frenar el crecimiento de China. Dichas políticas violan las normas de la Organización Mundial de Comercio (OMC) y son un peligro para la prosperidad global, por lo que se les debería poner fin.
Las políticas antichinas provienen del libro de tácticas tan usado en el ejercicio político de Estados Unidos. El objetivo es evitar la competencia económica y política de su principal rival. La primera y más evidente regla del manual es el bloqueo sobre la tecnología que Estados Unidos impuso a la Unión Soviética durante la guerra fría, cuando esa federación era el enemigo jurado de Washington y se buscaba frenar su acceso a toda tecnología avanzada.
La segunda aplicación de dicho manual es menos obvia, y de hecho, generalmente pasa inadvertida, incluso por los observadores expertos. A finales de los años 80 y principios de los 90, Estados Unidos buscó deliberadamente desacelerar el crecimiento económico japonés. Esto puede parecer sorprendente, pues Japón era y es aliado de Estados Unidos, no obstante, se estaba volviendo demasiado exitoso
y las empresas japonesas le ganaban a las estadunidenses en sectores claves como semiconductores, electrónicos de consumo y automóviles. Ese éxito era elogiado en bestsellers como el libro Japón número uno, de mi difunto y grandioso colega, el profesor de Harvard Ezra Vogel.
A mediados y finales de la década de los 80, los políticos estadunidenses pusieron trabas a las exportaciones japonesas (por medio de límites voluntarios
supuestamente acordados con Tokio), y obligaron a Japón a sobrevaluar su moneda. El yen japonés se apreció de una paridad de 240 yenes por dólar en 1985 a 128 unidades por dólar en 1988 y 94 yenes por dólar en 1995, lo que hizo que los bienes japoneses salieran del mercado de Estados Unidos. Japón se hundió y el crecimiento de sus exportaciones se colapsó. Entre 1980 y 1985, las exportaciones japonesas se habían incrementado en un 7.9 por ciento anual. Entre 1985 y 1990 este índice cayó a 3.5 por ciento anual, y se contrajo aún más, a 3.3 por ciento anual, entre 1990 y 1995. A medida de que el crecimiento caía drásticamente, muchas compañías japonesas experimentaron una crisis, que fue lo que ocasionó la quiebra financiera de principios de los 90.
A mediados de los 90, pregunté a uno de los más poderosos funcionarios japoneses por qué el país no había devaluado su moneda como recurso para restablecer su crecimiento. Respondió que EU no lo permitiría.
Ahora Estados Unidos apunta a China. Desde 2015 aproximadamente, quienes toman las decisiones sobre la política estadunidense comenzaron a ver a esa nación como una amenaza y no como un socio comercial. Este cambio de visión se debió al éxito económico chino, que comenzó a alarmar a los estrategas de Washington, especialmente cuando Pekín anunció su política Made in China 2025
, con la que buscaba convertirse en un país de punta en áreas como robótica, tecnologías de la información, energías renovables y otros sectores de vanguardia. En esa época, China anunció también su Iniciativa de la Franja y la Ruta, que proponía construir infraestructuras modernas en Asia, África y otras regiones, usando financiamiento, compañías y tecnologías chinas.
Estados Unidos desempolvó su viejo manual para detener el resurgimiento y el crecimiento chinos. El ex presidente Barack Obama propuso crear un nuevo bloque comercial de países asiáticos en el que se excluía al gigante. Cuando era candidato presidencial, Donald Trump fue aún más allá y prometió un abierto proteccionismo en contra de China. Tras ganar la elección de 2016 con esta plataforma anti-Pekín, Trump impuso a esa nación aranceles unilaterales que claramente violaban las reglas de la OMC, y para evitar que ésta las prohibiera, Washington inhabilitó a la corte de apelaciones de la organización al vetar dos de sus nuevos nombramientos. La administración Trump también impuso un bloqueo sobre los productos de las principales compañías de tecnología chinas como ZTE y Huawei, y urgió a sus aliados a hacer lo mismo.
Cuando asumió el presidente Joe Biden, muchos (incluyéndome) esperábamos que él revirtiera o suavizara las políticas anti-China de Trump. Sucedió lo opuesto. Biden se plegó y no sólo mantuvo los aranceles, sino que firmó órdenes ejecutivas para limitar el acceso de China a tecnologías de semiconductores, así como las inversiones estadunidenses. Se aconsejó, de manera informal, a las empresas estadunidenses que si sus cadenas de suministro pasaban por China las cambiaran a otros países en un proceso que recibió la etiqueta de friend-shoring, en lugar de offshoring. Al imponer estas medidas, Estados Unidos ignoró por completo los principios y procedimientos de la OMC.
Estados Unidos niega categóricamente que esté en una guerra económica con China, pero como dice el viejo adagio: si se ve como un pato, si nada como pato y grazna como pato, probablemente es un pato. Estados Unidos está usando el libro de tácticas ya conocido, mientras los políticos en Washington invocan una retórica marcial y se refieren a China como el enemigo que debe ser contenido o derrotado.
Los resultados pueden verse en el retroceso de las exportaciones chinas a Estados Unidos. El mes que Trump fue investido –enero de 2017–, 22 por ciento de las importaciones comerciales estadunidenses provenían de China. Para cuando Biden asumió la presidencia, en enero de 2021, fueron de 19 por ciento. En junio de 2023 esta cifra se desplomó a 13 por ciento. Esto implica que en sólo un año, de junio de 2022 a junio de 2023, las exportaciones chinas a Estados Unidos disminuyeron en un enorme 29 por ciento.
Por supuesto, las dinámicas de la economía de China son complejas y no dependen únicamente de su comercio con Estados Unidos. Es posible que se recuperen parcialmente las exportaciones, pero parece improbable que Biden relaje las trabas comerciales impuestas a Pekín antes de las elecciones de 2024.
A diferencia del Japón de los años 90 cuya seguridad dependía de Estados Unidos y, por tanto, acataba las exigencias de Washington, China cuenta con un mayor margen de maniobra para enfrentarse al proteccionismo estadunidense. Lo que es más importante: creo que China es capaz de incrementar sustancialmente sus exportaciones hacia el resto de Asia, África y América Latina mediante políticas como la Iniciativa de la Franja y la Ruta.
Mi evaluación es que los intentos estadunidenses de constreñir al gigante asiático no sólo son erróneos e injustos, sino que están destinados a fracasar en la práctica. China encontrará socios en la economía mundial que apoyarán su continua expansión en lo comercial y en sus avances tecnológicos.
*Director del Centro para el Desarrollo Sustentable en la Universidad Columbia.
Traducción: Gabriela Fonseca, especial para La Jornada