La artillería del Ejército Libertador maderista
Foto de Ciudad Juárez tomada de video publicado en la cuenta de Twitter @MunicipioJuarez
Por Lawrence Douglas Taylor Hansen | Voces de El Colef
Durante la insurrección antirreeleccionista de 1910-1920, las fuerzas rebeldes podían introducir a México rifles, parque y ametralladoras por medio del contrabando, pero no podían hacer lo mismo en el caso de piezas de artillería, al menos que fueran desarmadas y sus componentes enviados a México por diferentes rutas.
Una noche oscura en abril de 1911, el doctor Ira Jefferson Bush, de El Paso, jefe cirujano del grupo de insurrectos dirigidos por Pascual Orozco, organizó, con el apoyo de otros tres residentes de la misma ciudad (uno de los cuales era Frank Thatcher, veterano de la segunda guerra anglo-bóer de 1899-1902), el secuestro de un antiguo cañón de bronce que servía como monumento en la plaza principal de El Paso. El cañón, utilizado en la guerra de Secesión estadounidense, fue llamado McGinty, por el club social al cual pertenecía. Rebautizado “Blue Whistler” y manejado por el capitán Alfred W. Lewis, veterano canadiense de la guerra anglo-bóer, fue empleado en varias ocasiones durante el sitio de Ojinaga, así como en el asalto y toma de Santa Rosalía de Camargo.
En preparación para el contemplado ataque contra Ciudad Juárez, el voluntario extranjero Giuseppe Garibaldi, nieto del famoso libertador de Italia del mismo nombre e ingeniero civil de carrera, construyó, junto con cinco mecánicos estadounidenses que también combatían como voluntarios con Madero, dos cañones con chatarra ferroviaria en los talleres de la Compañía del Ferrocarril Noroeste de México en Madera, Chihuahua. Una de las dos piezas consistía en un cañón de 75 mm y otro de 55, completos y con proyectiles y pólvora. Los mecánicos mexicanos Benjamín Aranda y Rafael Rembao también colaboraron en este proyecto. Como el mismo Garibaldi confesó en sus memorias, estas dos piezas de artillería improvisadas, las cuales todavía no habían sido probadas, tenían más valor psicológico que práctico. No eran muy potentes, ni certeras en el tiro. Los cañones sirvieron sobre todo para elevar la moral de los rebeldes en desventaja frente a un ejército enemigo bien dotado en términos de artillería y ametralladoras.
Durante el ataque contra la ciudad fronteriza, que duró del 8 al 10 de mayo de 1911, los cañones construidos en Madero comenzaron el bombardeo del cuartel general y la plaza de toros, baluartes ambos de las obras de defensa federales, para proteger el avance de la infantería rebelde. El mexicano Aranda estaba a cargo del manejo de una de las piezas; la otra quedaba bajo la dirección del experimentado artillero francés Emil Louis Charpentier, con su equipo de ayudantes estadounidenses. El cañón de Charpentier, el de mayor calibre, logró perforar el estanque de agua del cuartel general, pero explotó en la mañana del segundo día de ataque después de disparar un tiro. El cañón de Aranda, más pequeño, no provocó daños serios en los baluartes federales, pero desalojó a los soldados porfiristas del convento. Al ser colocado más cerca de la ciudad, pudo mantener bajo fuego al cuartel general durante el asalto rebelde.
En el transcurso de la batalla, refuerzos antirreeleccionistas llegaron de Ojinaga, Chihuahua, entre ellos el artillero canadiense Lewis y el cañón McGinty, del cual no se sabe con certeza si tomó parte activa en la batalla. Además, se utilizaron unas cuantas ametralladoras recientemente adquiridas, a cargo de los estadounidenses John S. Talbott y Ray M. Jones. Es probable que esas armas, junto con las bombas de dinamita usadas por los insurrectos con frecuencia en los combates, fueran de mayor utilidad como instrumentos de apoyo para los soldados atacantes que los “cañones” descritos. Los antirreeleccionistas lograron capturar varias piezas de artillería con la rendición de la guarnición defensora al mediodía del 10 de mayo, pero, los artilleros federales ya las habían inutilizado.
Debido al embargo impuesto por el presidente William H. Taft a la venta de armamento a los grupos rebeldes en México a partir del 14 de marzo de 1912, los insurrectos orozquistas y constitucionalistas experimentaron problemas semejantes a los insurrectos maderistas para introducir armas y parque a través de la frontera. En ambos casos, su artillería se componía esencialmente de ametralladoras y unos cuantos cañones construidos por ellos mismos o sustraídos a los federales. Cabe notar que, con respecto a la artillería en los grupos rebeldes, las ametralladoras se consideraban como “artillería” cuya función consistía en apoyar a las unidades de infantería en las operaciones de ataque y defensa. El modelo más empleado por los insurrectos norteños fue el Colt (de diseño estadounidense), seguido por el Rexer (también estadounidense), el Hotchkiss (de invento estadounidense pero producido en Francia), el Vickers-Maxim o Maxim (también de origen norteamericano, fabricado en la Gran Bretaña), el Gatling (estadounidense), el Madsen (de manufactura danesa), entre otros tipos. Todos estos modelos habían sido utilizados ampliamente por las fuerzas armadas de Estados Unidos y varios de los países europeos en los años anteriores al comienzo de la revolución en México.
Lawrence Douglas Taylor Hansen, Profesor-investigador de El Colegio de la Frontera Norte, Tijuana