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Opinión

Isegoría | Gobernar con las herencias

Por: Sergio Gómez Montero*

Una de las lecciones más impactantes que nos han dejado las transiciones sedosas (ésas, las tan cargadas de revisionismo, las que tienen que ver –aunque ellas no lo sepan—con el socialismo en un solo país, el eurocomunismo, el rechazo al socialismo en la Europa Oriental, entre otras cosas) es el peso brutal de las herencias. Así, para el caso de México, en donde se da hoy uno de los procesos más característicos de transición sedosa, el peso de las herencias es brutal y bien puede decirse se remonta a Iturbide, Santa Anna, Díaz y toda la runfla de priistas y panistas que después de Cárdenas gobernaron al país y lo llevaron a la ruina y la debacle desde el punto de vista social.

Pero no es ésa la tragedia.

El problema está en que luego de más de doscientos años la transición sedosa nos trae una sorpresa amarga: ¿cómo gobernar el país si no es precisamente con las herencias? ¿Por qué razón? ¿Acaso porque al norte somos vecinos de primer país capitalista de todo el mundo? ¿Por qué, cómo, vamos a dejar de alimentar a los 20 o 30, mil millonarios en dólares que habitan el país? ¿Porque cómo vamos a quitarle su autoridad a los poderes fácticos (ejército, narcotráfico, política partidaria, justicia institucional, burocracia electoral)? No, no se puede. O al menos, más suave: no, ahora no se puede, estos son tiempos de transición sedosa; un poco tiempo de chuparnos el dedo y no de llevar las cosas al extremo.

Puede que suene duro y demasiado amargo, pero esa es la verdad desde el punto de vista de la transición sedosa: si se quiere avanzar hay que ir despacio, muy lento (sólo el 5% de los más pobres del país dejaron de serlo los últimos cinco años, mientras hay aún un 45% de pobres en el país; o analícense los datos que Roberto Fuentes Vivar presentó aquí la semana pasada, en estas páginas, sobre la situación del campo hoy en México), para que el país, su economía, no se derrumbe. Eso es hoy una lección esencial de administración pública. Lo cual implica que, con la transición sedosa, hay que ir con mucha calma. Y eso no es pesimismo, es objetividad pura y dura, ya que –la búsqueda de la objetividad– es una de las razones que da sustento a la política; así pues que nada hay que sorprenderse cuando se trata de la integración de los equipos de trabajo de los gobernantes en turno: ellos deciden en función de las herencias (y si de cuatro les queda uno, no hay más que aguantarse), pues ellas son las que mandan a la hora de gobernar, y así pues el análisis periodístico se simplifica dado que ya las coordenadas están establecidas y uno, periodista, no se puede llamar a engaño.

Vendrán y seguirán los jaloneos dentro y fuera del grupo gobernante. Al interior, por la disputa de las migajas. Fuera, pues porque todavía no se admite entre las masas que lo siguen el que se avance con tanta lentitud y que las limosnas que se reparten sean tan escasas. Se quisiera ir más rápido y con mayor contundencia.

Pero, se insiste: las herencias son las herencias.

*Profesor jubilado de la UPN/Ensenada

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