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Opinión

Impunidad de fuerzas armadas ante crisis climática

Por: Raúl Zibechi

Con el clima sucede como con casi todos los temas: trascienden los datos menores, pero los realmente importantes quedan en la penumbra. Así, mediante abstracciones, pareciera que quienes habitamos el planeta somos igualmente responsables.

Días atrás el Panel Intergubernamental del Cambio Climático publicó su sexto informe. Dice que el aumento de la temperatura planetaria tendrá consecuencias sin precedentes, como sequías, inundaciones y olas de calor. El informe registra descensos continuados en el permafrost, la nieve, los glaciares y las capas de hielo del Ártico.

Un dato tremendo proviene de expertos que aseguran que la corriente del golfo, la principal masa marítima del Atlántico que lleva agua cálida de los trópicos hacia el norte, podría colapsar, pues se debilita de forma acelerada.

Hay muchos más datos para sumar, porque casi cada año surgen análisis que aseguran que el calentamiento nos lleva hacia varios abismos: climático, social y político. Quisiera hacer tres consideraciones.

1) No tengo la menor duda que los datos que aportan son verdaderos. Sin embargo, están escorados porque no dicen quiénes contaminan más, dónde viven y sufren las víctimas del cambio climático. En particular, los medios comerciales se empeñan en ocultar lo importante.

El Pentágono es el mayor consumidor institucional de petróleo y, por tanto, el máximo emisor individual de gases de efecto invernadero (GEI), según el informe Costs of War (Costos de la guerra), emitido por el Watson Institute de la Universidad de Brown, en noviembre de 2019. El dato es archiconocido, pero cada vez que se emite una alerta sobre el calentamiento global, no se menciona quiénes son los grandes contaminadores.

En efecto, la emisión de GEI del Pentágono supera a las de muchas naciones industrializadas, como Dinamarca, Suecia y Portugal. Además, la guerra contra el terrorismo produjo, entre 2001 y 2018, mil 267 millones de toneladas métricas de GEI.

Un B-52 Stratofortress, el bombardero de largo alcance del Pentágono, consume tanto combustible en una hora de vuelo como el conductor de automóvil promedio en siete años.

2) Tras la difusión de estos estudios por los grandes medios, los políticos se muestran preocupados, los especialistas dicen algo, pero cada quien sigue con su vida sin más, con lo que vale preguntarse qué utilidad tienen los datos y las declaraciones de buenas intenciones, si no existe la menor disposición a modificar hábitos y formas de vida.

Además, la población va percibiendo la realidad y, en consecuencia, crece el escepticismo. Según la media hegemónica, si todos somos responsables y ahorramos agua cerrando el grifo mientras nos cepillamos los dientes, las cosas van a mejorar. Los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, escribía León Felipe hace ocho décadas.

Creo que todos debemos ser cuidadosos con el ambiente. Pero promover la idea de que el cambio climático depende de actitudes individuales, es tomarnos por tontos o actuar con cinismo sabiendo que no les creemos.

La Comisión Europea, por ejemplo, ha publicado una tabla donde se pueden consultar las emisiones de GEI por persona, las de electrodomésticos y por cada actividad, pero nunca aparecen los grandes contaminadores, sobre todo si son empresas multinacionales y fuerzas armadas, dos pilares del sistema.

3) Los gobiernos de cualquier signo violentan a quienes menos contaminan, a los que emiten menos GEI, a los que viven en la sobriedad y la sencillez, como defiende Carlos Taibo para el Norte, aun sabiendo que ya no es posible porque la cultura del consumo colonizó todos los espacio-tiempos.

Lo que indigna es que las autoridades emitan discursos políticamente correctos sobre el calentamiento y el cambio climático, que prometan como Joe Biden, pero que no se inmuten cuando se les dice que el Pentágono es el mayor contaminante. Las fuerzas armadas serán cada vez más responsables de la crisis climática, sobre todo durante esta transición hegemónica que promete gigantescas movilizaciones de armas y combatientes.

Más penoso es ver cómo los gobiernos progresistas lanzan a sus militares y paramilitares contra quienes se resisten a las megaobras extractivas, desde el Tren Maya hasta la represa Belo Monte en la Amazonia. Los pueblos de raíz maya, el pueblo kayapó de la Amazonia y decenas de otros pueblos son los que están conservando la poca biodiversidad sobreviviente.

Esa es la razón por la que se los ataca con absoluto desprecio: son la punta de lanza de la resistencia a este modelo de muerte.

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