Opinión

EU decomisa petróleo y lanza comando para cambiar el mapa de presión en Latinoamérica

Por: Mónica García-Durán | Rompecabezas

La incautación por parte del gobierno de Donald Trump de un petrolero de gran porte frente a las costas de Venezuela no es un hecho aislado ni una operación puntual contra la empresa estatal Petróleos de Venezuela, S. A. (PDVSA) o sus socios comerciales. Es, más bien, la señal más visible —y más disruptiva— de una estrategia hemisférica que se está acelerando en cuestión de semanas: presión económica, control marítimo, reconfiguración militar y uso expansivo de facultades ejecutivas bajo el paraguas de la “seguridad nacional”.

El retiro del buque en altamar no solo amplía el cerco sobre el régimen de Nicolás Maduro; también envía un mensaje a todos los países latinoamericanos: la política de Trump está dejando de ser retórica y se está traduciendo en acciones materiales, con implicaciones directas para economías energéticas, rutas de comercio, y espacios de soberanía.

Al mismo tiempo, el Ejército de Estados Unidos activó el Comando del Hemisferio Occidental (USAWHC, por sus siglas en inglés), una nueva estructura que consolida al Ejército Norte, Ejército Sur y al Comando de Fuerzas en un solo cuartel general operativo con sede en Fort Bragg. En términos estratégicos, significa algo contundente: Washington ya no piensa sus acciones en América como programas aislados, sino como un teatro militar único, desde el Ártico hasta la Patagonia.

Señales coordinadas de una política dura

La combinación de estas dos acciones —incautación naval y reordenamiento militar— configura una arquitectura de presión que coloca a América Latina en el centro de una doctrina de seguridad más agresiva. La inclusión de bombardeos a lanchas en el Caribe como táctica disuasoria y las amenazas explícitas de Trump de realizar operaciones “quirúrgicas” contra organizaciones criminales en México y Venezuela muestran que el nuevo enfoque no distingue entre crimen organizado, amenazas migratorias y adversarios políticos.

El USAWHC busca integrar inteligencia, logística y despliegue. No es menor que esta reorganización ocurra en paralelo al reforzamiento de controles migratorios y de interdicción marítima. Lo que antes se veía como capítulos separados —narcotráfico, migración, comercio energético— ahora se concentra en una narrativa hemisférica donde todo puede ser considerado un vector de riesgo.

Para países como México, Colombia, Panamá o las islas del Caribe, el mensaje es claro: cualquier infraestructura crítica —oleoductos, puertos, rutas marítimas de exportación, incluso flujos de remesas— puede entrar en el radar de Washington bajo la justificación de seguridad continental.

Grieta interna: recursos militares desviados a política migratoria

Mientras Trump amplía su postura de fuerza en el hemisferio, un informe legislativo demócrata apenas difundido este miércoles, ha revelado una preocupación que afecta la credibilidad de esta estrategia: el Pentágono habría desviado más de 2 mil millones de dólares de misiones centrales para apuntalar la ofensiva migratoria del presidente.

Los recortes alcanzaron programas sensibles como la construcción de un centro de entrenamiento de pilotos, la reparación de escuelas para hijos de militares, así como la remodelación de cuarteles en el extranjero.

Según el informe, estos ajustes están afectando de forma directa la preparación militar, al destinar recursos a misiones de inmigración “no consistentes” con la doctrina castrense y para las cuales las tropas “no están entrenadas”. La senadora Elizabeth Warren, en versiones de prensa, lo resumió sin rodeos: la administración Trump está usando el presupuesto de defensa como “fondo secreto para maniobras políticas”.

Paradójicamente, mientras el gobierno estadounidense impulsa nuevas estructuras militares como el USAWHC, la capacidad operativa interna de las Fuerzas Armadas podría estar siendo erosionada por reasignaciones presupuestales destinadas a sostener un muro fronterizo o patrullajes migratorios.

El Pentágono defiende las decisiones: con un presupuesto de casi 900 mil millones de dólares, asegura que puede mantener todas sus misiones simultáneamente. Sin embargo, no queda claro si el Departamento de Seguridad Nacional ha reembolsado los gastos incurridos al Ejército, un vacío que subraya la opacidad del proceso.

Además, el Congreso ya autorizó 170 mil millones de dólares para cuatro años dedicados a la agenda migratoria, elevando el presupuesto del ICE de 8 mil a 28 mil millones. Una expansión de capacidades domésticas que contrasta con la redistribución de fondos militares destinados originalmente al adiestramiento y preparación internacional.

El impacto regional que se vislumbra afectará economía, seguridad y soberanía… Para América Latina, el mensaje se mueve en dos planos: En el plano económico, la incautación del petrolero frente a Venezuela crea un precedente que podría afectar a operadores energéticos en Trinidad y Tobago, Brasil o México.

Las cadenas de suministro, aseguradoras marítimas y contratos de exportación pueden volverse más riesgosos en un escenario donde Estados Unidos decide intervenir embarcaciones en nombre de la seguridad energética o la lucha contra el crimen transnacional.

Mientras que, en el plano político-militar, la activación del USAWHC sugiere que el continente será tratado como un espacio estratégico prioritario. De tal forma que la región podría ver mayor presencia de asesores militares, ejercicios conjuntos más frecuentes, operaciones de interdicción ampliadas, presiones para alinear políticas migratorias y antidrogas.

México, por su posición geográfica y su volumen de comercio, será uno de los países más expuestos a esta nueva doctrina. La amenaza de ataques directos contra organizaciones criminales dentro del territorio mexicano —ya repetida por Trump— adquiere una dimensión más seria cuando existe un comando militar estructurado para operar en el hemisferio.

La incautación del petrolero no es un acto aislado; es la primera ficha de una estrategia que busca controlar flujos energéticos, disciplinar regímenes adversarios, ajustar rutas migratorias y consolidar un mando militar con visión continental.

América Latina entra en un periodo donde cada acción de Washington tendrá efectos directos sobre seguridad, economía y gobernabilidad.

La pregunta ya no es si habrá más acciones similares, sino cuán rápido escalarán y qué capacidad tienen los gobiernos latinoamericanos para responder sin sacrificar soberanía ni estabilidad interna.

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