En su guerra interna, Trump politiza a los generales y apunta contra México y los migrantes
Este martes, en Quantico, Virginia, Donald Trump rompió otra línea roja: llevó a 800 altos mandos del Ejército de Estados Unidos a un acto político camuflado de reunión estratégica. Desde el podio, entre banderas y uniformes, el presidente norteamericano habló no de guerras en el exterior, sino de una “invasión interior” de extranjeros y de ciudades “tomadas por el crimen”. Ordenó “prepararse para la guerra”.
El presidente republicano no estaba en campaña ni en un mitin partidista, sino frente a generales y almirantes, un escenario donde la tradición marca neutralidad. Convirtió a las Fuerzas Armadas en público cautivo de sus obsesiones: inmigración, ciudades “peligrosas” gobernadas por demócratas, y la promesa de usar tropas para recuperar calles.
Trump no improvisa: su discurso llega tras anunciar el despliegue de tropas en Portland, Oregón, una medida que el propio estado y su gobernador intenta frenar en tribunales. El mensaje es doble: al electorado conservador le ofrece la imagen de un comandante “duro” que militariza fronteras y ciudades; a los mandos militares les marca la cancha de lo que espera de ellos: obediencia a un proyecto político más que a un marco constitucional.
Su secretario de Defensa, Pete Hegseth, complementó la jugada: endurecer normas de aptitud física y aseo, eliminar lo que llama “basura woke”, y celebrar despidos de líderes militares, muchos de ellos mujeres y personas de color. El ejército, históricamente refugio de diversidad y movilidad social, ahora es tratado como un cuartel de pureza ideológica.
El silencio de los generales fue ensordecedor. Nadie aplaudió, nadie interrumpió, nadie cuestionó. Pero la imagen queda: Donald J. Trump politizando al ejército más poderoso del mundo.
Una sombra que cruza la frontera
¿Por qué importa en México? Porque cada vez que Trump enciende sus guerras culturales internas, inevitablemente nos arrastra al ring. La narrativa de la “invasión interior” tiene nombre y apellido: migrantes, muchos de ellos mexicanos y centroamericanos. Su idea de usar ciudades estadunidenses como “campos de entrenamiento” militariza no solo el discurso, sino también la percepción del migrante como enemigo interno.
Si en Portland o Chicago los militares se entrenan contra la “inseguridad urbana”, ¿qué impide que mañana la Casa Blanca decida “probar tácticas” en la frontera con México? Los precedentes están ahí: propuestas de bombardear laboratorios en territorio mexicano, despliegues de la Guardia Nacional en Texas, acusaciones directas contra cárteles como enemigos equivalentes a terroristas.
La frontera se convierte, en este tablero, en laboratorio de militarización y, de paso, en instrumento de negociación comercial. Porque mientras Trump hablaba en Quantico de seguridad, también presumía sus aranceles. Migración y tarifas: las dos cartas que siempre juega contra México.
El gobierno mexicano observa con cautela, pero sin estrategia clara. La presidenta Claudia Sheinbaum ha optado por la ruta de no confrontar y “esperar” al desenlace electoral estadounidense. Sin embargo, cada declaración de Trump va escalando el costo de esa pasividad. El país aparece como vecino vulnerable, incapaz de fijar límites cuando se nos coloca en la narrativa del enemigo.
La lección es clara: Trump prepara a su ejército y a su electorado para la idea de que la guerra se libra no en Medio Oriente, sino en casa, y que los responsables de esa amenaza son migrantes, drogas y violencia que, según él, vienen del sur. En esa ecuación, México no es socio, es problema.
Trump hizo de Quantico un mitin y de los generales un público forzado. Pero el eco viaja más allá: en su discurso, México vuelve a ser la pieza más frágil de la partida. Mientras el régimen cuatroteísta cuida no incomodar a Washington, el magnate ya puso nuestras ciudades, nuestra frontera y nuestra migración en el mazo de su próxima campaña.
En esta mesa, Trump juega con todas las fichas: ejército, aranceles, frontera. México, en cambio, parece conformarse con mirar la partida, sin darse cuenta de que las apuestas ya nos incluyen.
monique.duran@outlook.com