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Opinión

El último lector | “YAGA”, y el alumno del cuento-jazz

Por: Rael Salvador

“El jazz es ritmo y significado”.

 Henri Matisse

La clase inicia con música clásica.

Beethoven, Mozart, Bach, Vivaldi son mis “teloneros”, con ellos se abren los libros, con ellos confrontamos nuestras dudas, con ellos se trabaja, con ellos despedimos la tarde.

Ahora ha sucedido algo diferente: nos encontramos disfrutando del jazz.

Resulta que, a petición de un profesor amigo, las actividades tomaron el curso del silencio, lugar y hogar donde se deja oír la melodía de los cuentos…

—A la entrada te voy a mandar un niño para que les cuente un “cuento” a tus alumnos —dijo el profesor Aviña, entusiasmado.

El alumno invitado nos narraría, de viva voz, el cuento de “Yaga y el hombrecillo de la flauta”, de la renombrada autora alemana Irina Korschunow, edición que se encuentra en la Biblioteca de Aula, en su apartado de Astrolabio —para lectores de mayor dominio en el lenguaje—, del inmejorable acervo del Programa Nacional de Lectura (PNL).

—Les quiero contar una historia… —inició Jonathan Eduardo, alumno de sexto grado que se encuentra a cargo del profesor Juan Manuel Aviña.

La exposición es una virtud de datos creíbles y escenarios increíbles, agraciados por su luz de plata, siempre matizada por las sombras del contrapunto: la ambición y la vanidad, y refrendados por la memoria y la pasión, donde lo descrito se convierte en una lección moral del bien contra el mal.

(El viejo músico Aaron Copland, haciendo grave acopio de instructor pedagógico, dividió este placer de escuchar música en tres vertientes. Uno, el Plano Sensual: el placer que produce el sonido musical, seguido del Plano Expresivo: lugar donde la música nos dice algo concreto… Vivaldi: flores, nubes, viento, hojas secas, nieve, por ejemplo, y terminando con el Plano Musical que, sumando las dos anteriores, le agregamos que todo el mundo de la música está detonado —explotado, como juvenil cabeza de león silvestre— en infinidad de notas concretas y manipulables.)

Y estamos escuchando jazz, sencillamente porque Yaga, “la que sabe embrujar”, según la gente de aquella ciudad, tenía una trompeta con la que podía soplar malas ideas…

—Cuando Yaga tocaba, las notas volaban sobre la ciudad, como pájaros negros —relataba nuestro “Cuenta cuentos” invitado.

Bajo el influjo de esa música, los hombres no podían reírse. Tenían malas ideas, igual que Yaga. Sólo reñían, se peleaban y se hacían daño unos a otros.

Pero apareció el hombrecillo de la flauta y…

Esto es hermoso, nos encontramos escuchando jazz porque una mujer posee una trompeta, hastío, aburrimiento y náusea; es decir, malas ideas que no ayudan a nadie a vivir mejor.  

Hace tiempo el jazz, música de negros poseídos, tenía mala nota, mala reputación, mala prensa: en 1924 un periodista del New York Times se refería a ella como “el retorno de la música de los salvajes”. Cosa más incierta, lean el cuento de “Yaga” y se enterarán.

En el aula de tercer año, grupo en el que la didáctica hace mezcla con la música, mi alumno “predilecto”, Josue —modelo inusual de inteligencia—, toca trompeta (su padre es un músico muy querido en la comunidad); para él, Josue Asaf, solicito el libro de Irina Korschunow (ilustrado por la maestría de Pablo Echevarría), sintonizo la estación ABC Jazz, pongo el volumen a su alcance y lo lee en un santiamén, quedando con una sonrisa que él sólo sabe emitir. 

Ya lo decía Nietzsche: “Sin música la vida es un error”.

raelart@hotmail.com

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