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Opinión

El último lector | Ricardo Garibay: Paradero en lo humano / II

Por: Rael Salvador

Voy dando paso a ciertos aspectos que tienen que ver con la trascendencia mística, de la cual Garibay entendía y entresacaba su relación con Dios, ese Dios cristiano con paradero en lo humano. Otra falta que no le perdonarían.

A Dios se le encuentra a golpes. Los duros golpes que no se consiguen evadir, esos que no se logran evitar, y que son la música dura de la existencia en la cabeza de cada uno. No en vano, en sus años finales —mucho después de no lograr sostener sus estudios sobre lo religioso—, ofrecía su elegante taller, sólo a mujeres, sobre la lectura del “Cantar de los cantares”.

Recriminándole, alguien le dijo: “Después de mujeriego serial, ahora mujeriego senil”. La emboscada la describe, como autorretrato, al referirse al poeta judío Yehudá Haleví en su libro “Feria de letras”: “Era un portentoso pecador y era capaz de unciones extremas en la contemplación religiosa, en la adoración de su creador”.

Precisamente, como dice Ricardo Venegas, Yehudá Haleví, “quien amaba con vehemencia la belleza femenina y el vino, y sin embargo su poesía se convirtió en la liturgia de su pueblo”.

Y eso le pasa a Garibay, su liturgia personal se radicaliza como motivo principal de su narrativa: “Ricardo Garibay de convierte en un escritor sobrevalorado —comenta Adolfo Castañón— y al cual su propio personaje le estorba. Ricardo Garibay sabe que todo esto forma parte de su obra, sabe que eso es incorregible. Nosotros también lo sabemos y nadie quiere que sea otro escritor. El lector sólo le pide que, si ha decidido olvidar su primera manera y su mundo más propio para escribir sobre sí mismo, sea menos obvio y más franco, que si es narcisista no nos venda como literatura sus admiraciones, que haga, en fin, de ese personaje epidérmico pero increado la materia misma de la literatura que él, lo sabemos, es más que capaz de escribir”.

Bien, como vemos, el crítico Castañón tampoco le dispensa la obviedad.

Él, Garibay —viejo púgil de grandes glorias de cantina, de grandes glorias de papel y de grandes glorias de cartonería cinematográfica— tiene como respuesta la pelea: “Para mí, escribir es pelear, pelear contra todo y contra todos, y lo más, pelear en mi contra —y sé bien lo que digo, no hay ingenuidad ni jactancia barata—. Y como de muchos modos me amo y me detesto sin pudor ninguno, no quiero que la derrota venga de afuera. Y así, amo y detesto a la gente de aquí, a esta tierra, mi gente, mi única tierra. Debo, quiero, tengo que escribir por ellos, contra ellos. Vanidad, soberbia, ciertamente. Porque amor sin soberbia no es amor, sino andar de pedigüeño; y la soberbia es condición primera del escritor, entes que el don y la aplicación; en ella envuelve su quebrazón original, su gratuidad, la personalísima y creciente sospecha de ser innecesario. Si le quitas la soberbia lo haces pordiosero”. (Fragmento)

raelart@hotmail.com

*Parte II, de la conferencia sobre Ricardo Garibay, en homenaje al Centenario de su nacimiento, realizado el 16 de julio en la Sala Federico Campbell, Feria del Libro Tijuana 2023.

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