El último lector | octubre, mes del Nobel literario
Desde hace muchos años —décadas, podría decir—, los primeros días de octubre los dedico a reflexionar, bajo una insolación de astros retóricos, a quién diablos le otorgarán el Premio Nobel de Literatura.
Como sucede a los diferentes fanáticos o “groupies” —no hay que olvidar que en 2016 se lo dieron a Bob Dylan— de escritores famosos, reconocidos o superventas —leídos o no, es lo de menos (aunque no debería serlo)—, yo también cada año termino decepcionado: las quinielas de mi cuadra de competidores no logra colocarse o es denostada, con sobrada franqueza, por el jurado sueco.
Este mes de octubre no fue la excepción.
¿Antonio Lobo Antunes no cuenta con los méritos suficientes? Es verdad, ha mandado en diversas ocasiones al comité a la mierda. Pero, ¿qué decir de Milán Kundera? ¿Acaso su obra también es huidiza en los escritorios de los que deciden el galardón? Al mundo le queda el beneplácito de haberlo leído bien, a fondo —ninguno que respete su oficio puede decir lo contrario—, muy a pesar de los giros de la mercadotécnia editorial, que ahora presenta su “Insoportable levedad del ser” con una carita de perro triste y azul… (como el gato de Roberto Carlos).
¿Haruki Murakami? De él, de su occidentada japonería —plenitud de un caleidoscopio psicológico de tientes surrealistas—, mejor no hablar.
Aunque no dejaré de mencionar al Sr. Nakata, ese tierno, sincero y maravilloso subnormal —más normal que todos los putos normales de esta Tierra— que aparece en la “Kafka en la orilla”, batuta genuina en la orquestación de esta novela no lineal, que cuando niño sufre un extraño accidente durante la guerra y que, a partir de ello, pierde la memoria y muchas de sus capacidades como leer y escribir…
Sí, Nakata no sabe leer ni escribir, pero no tiene una sola caries y nunca ha necesitado gafas. Tampoco ha ido al médico. No le duele la espalda y caga, como es debido, todas las mañanas. Y que en compensación a su desmemoria adquiere otras facultades, como la de hablar con los gatos, con Johnny Walker y el proxeneta Coronel Sanders (el mismísimo de Kentucky Fried Chicken), así como lograr predecir algunos eventos antinaturales demasiado extraños.
¡Oh, mi amado Haruki Murakami, este octubre tampoco estamos de manteles largos!
El Nobel de Literatura 2022 ha caído en la figura de la escritora francesa Annie Ernaux (1940), una brillante narradora, de frases inolvidables —que calan hondo— expresadas en primera persona, porque como ella misma lo dice: “Escribir es intentar alcanzar lo real” (palabras que resplandecen como insectos de cristal y nieve y sueño en la entrevista realizada por Melisa Balcázar, cuando la autora de “Los años” obtuvo el Premio Formentor en 2019).
Tendremos que leerla con el beneplácito de una disciplina visible, rectora, a trasluz, con todo el mérito y la dignidad que se atribuye a un Nobel (así como uno lee con fervor a los No Nobel: Antonio Lobo Antunes, Milán Kundera, Haruki Murakami, etcétera), y no olvidar la importancia y el valor de la literatura en esta especie cada vez más maldita que es la humanidad.
En palabras de Annie Ernaux: “Como el deseo sexual, la memoria no se detiene nunca”.
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