Opinión

El último lector | La profesión de la muerte

Por: Rael Salvador

Comprometido con la información en Gaza, Mohamed Solaimane nos dice que “el periodismo es una noble misión humanitaria”. Pero ser periodista en ese territorio, hay que reconocerlo, no es estar en un lugar normal: ahí, en Gaza, se ejerce la profesión de la muerte.

Solaimane nos hace saber que no es una guerra convencional —Israel ha abandonado todas las normas legales, de derechos humanos y morales—, “y no somos corresponsales de guerra —comenta el periodista gazatí— en el sentido en que antes enseñabamos a nuestros alumnos a cubrir zonas militares”.

Con estas palabras, Mohamed Solaimane nos invita a reflexionar sobre la “noble misión humanitaria”, social y cultural, que como periodistas ejercemos en zonas francas, donde —golpeados al exterior— somos amenazados de muerte, menospreciados violentamente, subestimados en el ejercicio de nuestra labor.

Todo esto tal vez se deba porque el desprecio vive en la misma calle que la ignorancia. Y, como ya se sabe, la muerte de un periodista, en Gaza o cualquier otra parte del mundo, no vale la admiración de los imbéciles… que, creyendo matar a la “Verdad”, sólo aniquilan a quien con valor la encuentra, la describe y la proporciona.

“Matar al mensajero” es una expresión que refiere “al acto de acusar a una persona de traer malas noticias” y no al autor de las mismas.

Lo decía Edwy Plenel: “Que el periodismo se levante y reencuentre la altura y la grandeza, que rechace la facilidad y combata las corrupciones que lo miman y lo desacreditan”.

Si un país vale por su prensa, la lección que heredamos de Albert Camus se convierte en un llamado para aquellos que, desde la comodidad en línea, taza de café al mando (calígulas de las redes sociales), sueltan sublimes topos de paja escritural —en la desmesura de la antihigiene mental y en la propalación irreparable de lo indebido— que se convierten en vivo ejemplo de todo lo contrario que pedía el autor de “La caída”.

“La libertad de opinión es una farsa si la información sobre los hechos no se garantiza y si no son los mismos hechos los que están al centro del debate”, suscribe Hannah Arendt, admiradora analítica de los juicios de Camus, cada vez que lo endeble de una visión personalizada impone su peso a partir de la ligereza de un opinante profesional.

La alegoría, fiel a lo que narra —destrucción, tortura, represión, encarcelamiento y crímenes, en este caso ejecutados en suelo palestino, desde hace décadas, por el Estado de Israel (respaldado por el “Sion” del imaginario bíblico)—, ha cobrado la vida de dos centenares y medio de periodistas, comprometidos con la información, como sostiene Solaimane.

“Es una realidad innegable —apremia Mohamed Solaimane— que no podemos ignorar ni eludir. Alrededor de mil periodistas que seguimos informando desde Gaza (…) vivimos en las condiciones más peligrosas del mundo para los reporteros, con 246 informadores muertos y 500 heridos por los ataques israelíes desde octubre de 2023”.

He querido traer el duro testimonio del reportero en Gaza, Mohamed Solaimane, porque nos ayuda a comprender y emprender nuestra responsabilidad periodística-cultural y no cejar ante nimiedades circunstanciales.

Solía decir Nietzsche: “Lo que no me mata, me hace más fuerte”, consigna que advierte en su optimismo —que también es el nuestro— que todo mal es superable.

raelart@hotmail.com

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