Opinión

El último lector | La educación en la pobreza genera pobreza de educación / Rael Salvador

Por: Rael Salvador

El profesor —como el campesino y el pescador— tiene una relación íntima con la materia que utiliza.

Se podría decir que dicha relación es similar al contacto que manifiesta el escultor con su obra, el pintor con su creación o el músico con su instrumento.

Tanto para el artista, como para el campesino y el pescador, la garantía del resultado se encuentra sujeto a la visualización del objetivo.

También lo debe de ser para el profesor.

La educación —que es más arte que ciencia y tecnología— toma sus atributos del contexto en que se desenvuelve: si la educación en la pobreza genera pobreza de educación, la educación en la riqueza debería de procurarnos cierta riqueza.

La agricultura no florece sobre las piedras, ni tampoco la pesca es una aventura entre dos ríos. Nos engañaríamos en pensar que la educación, por sí misma, nos garantiza aprendizajes esperados.

Pareciera que la educación está destinada a los alumnos, pero no es así: se encuentra al servicio de los adultos, que son quienes ofrecen la enseñanza.

Un profesor desinformado es como un niño.

Y a un niño se le educa.

(Se deja de ser infante a través de la instrucción, que no es lo mismo que dejar de ser animal a través de la domesticación.)

Al educando se le transfieren los conocimientos, costumbres y valores para que se desempeñe de acuerdo a intereses preestablecidos: metas y fines que hacen progresista a cualquier tradición o innovación.

¿Para qué otra cosa educamos? ¿Para qué otra cosa se reciben clases, cursos, capacitaciones, talleres y asesorías, aun en estado de excepción?

Se pueden utilizar los avances digitales en el presente auge de la tecnología, pero eso no remplaza la cultura clásica cifrada en el legado de obras maestras: tanto las de orden científico, como las literarias o las artísticas (desplegadas en un catálogo de funcionalidad civil —impulsadas por las instituciones— y de herencia familiar).

Si lo anterior —en una crisis de aprendizaje o asimilación— es ignorado o desconocido por el profesor, se le tiene que educar en su adultez; de ahí la justificación para nivelar el rezago de conocimientos, el analfabetismo tecnológico y las ausencias y lagunas en los múltiples saberes de las ciencias y las humanidades.

Esto parecerá paradójico, pero con lógica siniestra y argumentos absurdos es lo que a diario se intenta ocultar en el ambiente privado de los profesores. Ya no en el aula, sino en el despliegue de una simulación: la educación a distancia.

De ahí que la exigencia sea pública (clamor añejo que surge de la presente inoperatividad pandémica de la Secretaría de Educación Pública) y así el revisionismo de la base magisterial se lidie en coherencia y se ofrezca de la A a la Z, que incluye a las autoridades de alto nivel jerárquico: inspectores, jefes de departamento y encargados de sector; es decir, a la principal camarilla responsable de vigilar y garantizar el éxito de la Educación, para que todo este engaño impune que ocurre en lo político no se continúe suscitando en materia escolar: tener a profesores como alumnos y a los verdaderos alumnos como rehenes de su ignorancia.

raelart@hotmail.com

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