publicidad
Opinión

El último lector | El existencialismo es un humanismo / Rael Salvador

Por: Rael Salvador

Si queremos ayudar a que la realidad cambie, debemos acercarnos a la filosofía.

Dejar de lado esa especie de vergüenza heredada, de culpa religiosa, de cadalso histórico –de tradiciones de calendario, de irracionalidad escolar, de adiestramiento noticioso– y afrontar la vida contra la telaraña de lo infausto y la idiotez de los estigmas.

¿Para qué? ¿En condición de qué? ¿A cambio de qué?

Aceptemos aquí las interrogantes en calidad de reto y a título de enfrentamiento, que no son duditas que se contorsionan y dejan ver su sexo en esas bolas de cristal que desenmarañan entuertos y pronostican el presente, y todo mundo en paz.           

Contra el entumecimiento del alma, la palabra liberada.

Frente al sistema tirano, la sublevación de los principios.

Ante los perros guardianes del orden, el hecho filosófico.

El hecho filosófico se ha tornado una afrenta que, en palabras de Michel Onfray, asumiríamos “a partir de una poética de granero o de una fenomenología de la bodega, de la vacilación de una vela o del perfume dominical de un pollo asado”.

Un delicado agravio que resulte insoportable ante los déspotas, como la risa sin la esclavitud de las mandíbulas, como la cabellera acariciándote los hombros, como el libro bajo la axila, como citar a Marx, refrendar a Sartre y escurrirte en un beso público la miel de Camus.

Y el mismo Camus dirá: «Una sociedad que soporta entretenerse por un prensa envilecida y por un millar de bufones cínicos que se adornan con el nombre de “artistas” corre hacia la esclavitud a pesar de las protestas de las propias personas que contribuyen a su desgracia. (…) Nuestra tarea consiste en no caer en esa sucia complicidad. Nuestro honor depende de la energía con que nos neguemos a aceptar el compromiso».

El ópalo de la filosofía es existencialista, con él se observa el devenir de la contingencia humana: sus desastres y sus glorias, sus torpezas míticas y sus esplendores virtuales, su anonadamiento bárbaro y su maravilloso velamen hipertecnológico desplazarse en el mar pedregoso del espacio.

Pero la fiesta del chivo no termina ahí (Jean-Paul Sartre, estoy seguro, secundaría sardónico: “El terrorismo es la bomba atómica de los pobres”).

La sociedad tiene deudas filosóficas con nuestra calidad de vida:

Porque adiestra para una óptica siniestra.

Porque instruye para sacarle los ojos a la confianza.

Porque educa para que la mentira se acepte como verdad.

Porque catequiza para el prohibicionismo sea religión.

Porque adoctrina para que los que menos tienen más quieran.

Porque ilustra para que lo legal no sea una opción.

Porque alfabetiza para repetir que no hay otro camino mejor.

El mundo posmoderno del capitalismo pasional nos ha torcido la manera de apreciar la realidad y, antes de sucumbir como el crucero griego Costa Concordia, ese viraje está obligado a recuperar la ruta: “El capitán/ no es el capitán./ El capitán/ es el mar…”, dirá en auxilio nuestro el poeta anarco-existencialista Jesús Lizano.

Cierro esta entrega con una cita entusiasta de Michel Onfray, de quien hago referencia, sin indigestión académica, a cada instante: “Hay que salir del tiempo corto del periodismo que vive de la emoción, para entrar al tiempo largo de los filósofos, que vive de la reflexión”.

raelart@hotmail.com

Related Posts