Opinión

El último lector | Bubalus Bubalis

Por: Rael Salvador

Hay un viento cálido que se eleva con la caída del Sol.

—Saigón… mierda.

Tenue es la luminiscencia en mi estudio, un crepúsculo que reposa su esencia espacial en texturas y formas, superficies y profundidades, como si la Naturaleza envolviera la creación en celofanes de colores.

¿Qué oposición encuentro entre Naturaleza y arte? Una importante distinción de orden existencial: matices.

Acabo de ingresar un “Bubalus bubalis” a la estancia —un Búfalo de agua, para ser preciso—. No se acomoda. Su belleza es de tal rango, que todo alrededor exige un museo propio. Al no encontrar lugar, mi sueño es arena donde los unicornios leen alemán.

Le observo pastar entre mis libros.

Como los monjes del sudeste asiático —budistas entre sí—, la dieta que consume es metafísica: herbívoro de las estrellas, sus quijadas son tijeras orgánicas de una película muda.

Es bovina su imagen obvia —tiene algo facial de W. H. Auden—, como imponente la belleza y la ternura que lo consumen: cuerpo raído, elegante su extensión, marcado en bronce. Se podría decir que es el vivo montaje de la tradición, exhibiendo cinturón labrado, silla bordada, tatuajes en espiral y —sin dar lugar que el cuello se silencie— cencerro melódico.

Cuando lo vi —ya enamorado—, lo rodeé varias veces…

Tarareando a Wagner, pensé primero en Francis Ford Coppola y luego en Rob Riemen*.

Rememoré la escena de “Apocalipsis Now” —las aspas de los helicópteros secundadas por la voz de Jim Morrison: “This is the end. / Beautiful friend. / This is the end. / My only friend, the end”— y, entre el horizonte de cortinas de fuego, los machetazos en el lomo del ritual…

Kurtz, el oficial problemático, recibiéndolos como búfalo de agua.

Vaya manera de permanecer en el tiempo: nadie, en el alma de la memoria, se sobrepone a estas llamas artificiales del cine. La caballería celeste de las “Walkirias” y ese olor a perfume de guerra que refiere el coronel Kilgore:

—Nepalm, hijo. No hay nada en el mundo que huela así. Me encanta el olor de nepalm por la mañana.  

Coppola —a mediados de los setenta, Filipinas simulando Vietnam— fue sorprendido por Eleanor, su esposa —quien filmaba un documental anexo sobre “Apocalipsis Now”—, cuando le cuenta que ha estado en una ceremonia del pueblo Ifugau.

—¡Tienes que ver este ritual, Francis!

—¿Qué llevas ahí, que gotea sangre? —pregunta el director.

Ella, revolviendo un poco el bolso, responde:

—Oraron toda la noche, como dicta su tradición. Y luego, a la mañana siguiente, sacrificaron a un “carabao” (“Bubalus bubalis”). Le dieron de machetazos hasta matarlo. Te extrañaron porque tú eres su “gran jefe”. Y, mira, para honrarte, te mandaron esto…

—¡El corazón!

Coppola, sudando frío —como una flecha que traspasa el iris del misterio—, acaba de dar con el final de la película: el búfalo de agua es para el pueblo Ifugau lo que Kurtz es para los EE. UU.

Un gesto simbólico de muerte.

Así es como funciona la liturgia, el rito…

Mientras le platico, “Bubalus bubalis” pasta lenta y ceremoniosamente entre la tarde anaranjada y los libros.

No dice nada. Está como agua hecha hueso. No gira la cabeza. Sólo me mira de reojo.

Días después, en una tienda de segunda mano he adquirido —medio deslavado, pero bello en su talla— un pajarito de madera roja. Lo he puesto en su lomo. Luego, dando saltitos de alegría emplumada, se le para en la boca y después en la cola, y así estamos.

El erotismo natural de los placeres que van y vienen.

*La conferencia Nexus 2025 lleva como título “Apocalipsis Now: La revelación de nuestro tiempo”.

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