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Opinión

El último lector | Álbum de boda

Por: Rael Salvador

Una boda como imagen ilustrativa. Foto cortesía Rael Salvador

Por: Rael Salvador

Primera foto

Bien, ella resguarda en su vientre un ramo de rosas anaranjadas, se encuentra parada, simulando felicidad —sé por qué digo esto—, frente a un barandal que revienta frente al mar. Su cara quiere sonreír, pero parece que el acontecimiento le atraganta las intenciones. Sus pechos están pulidos y brillan como manzanas de supermercado o dos gemelos cabezones que quisieran escapar de la pesadez de una cobija con holanes de fiesta.

El novio le abraza por la espalda, las manos se le agigantan en la cintura y suda, parece que la corbata —muy linda, parece exótico pez tropical— quisiera advertirle con su ahorcamiento que el velo de la prometida contiene las bondadosas fragancias de la condenación matrimonial eterna.

Segunda foto

Frente a frente, en primer plano, como queriendo jugar al cíclope, ellos enseñan sus dentaduras perfectas. Él la atrae hacia sus fueros —que no es lo mismo que decir a “sus dominios”— y le planta su aliento en una nube de eucalipto desgastado. Ella, siempre llevando la demarcación de su escote como glorioso pasaje al paraíso, permite que los aretes le cuelguen con desenfado, sin saber que con ese gesto inconsciente permite que el recién esposo arrastre a su imaginación la inminente devastación que acarrea la Fuerza de Gravedad y su insoslayable contrato con las Leyes de Atracción.

Tercera foto

El ramo de Halloween, como amuleto o curiosidad infernal, continúa apareciendo. Sé distinguir muy bien los atributos de la belleza en contraposición al entusiasmo siempre fugaz del erotismo, y esta fotografía en especial rinde un tributo holgado a los bríos siempre divinos de la estética. Ella se encuentra inundando con su cara de maniquí el primerísimo plano, pestañas bañadas de cosmos dorado y puños de culpabilidad al pecho —ya ampliamente descrito—, muy cerca del crucifijo de diamantes que le colgó con desgano la abuela. No sonríe, deja caer los labios rojos y duros, como cereza en estación, en una voluptuosidad árabe que dan ganas de ser el novio o el nudo de nervios recién casado. El anillo brilla, muchos preferirían que fuera su mirada.

Cuarta foto

Ahora los dos caminan tomados de la mano, van de espaldas entre el sendero de los viñedos, queriendo —con esa actitud de los “animales de boda” — indicarnos la ruta de la fertilidad. ¡No sé qué decir! El mundo de las palabras enmudece la voz, veo las fotos y la cucharadita de azúcar se me cae fuera del café. Entonces viene a mi mente aquel viejo refrán del zorro de Sófocles: “Cásate; si por casualidad das con una buena mujer, serás feliz; si no, te volverás filósofo, lo que siempre es útil para un hombre”. Cualquier luz es mejor que la noche oscura. A propósito, ¿dónde diablos puse mi libro de Nietzsche?

Quinta foto

Ésta resulta más que interesante. Siempre me gustó ese gesto de arrogancia instructiva, esa hipótesis gestual que nos hace lucir mejor de lo que realmente somos. Levita la inocencia en su mirada como un crimen específico… No termino de decir lo anterior y ahora los perros aúllan como extraviados en las tinieblas de Saturno. Ya lo decía mi santa madre: “Cuando una mujer extingue en los brazos de un hombre todos los signos de placer y no deja otra solución que una violación desencantada, no hay fantasía que sirva”.

Sexta foto

Vamos, que aquí voy a cerrar el álbum… ¡Apenas si lo puedo creer! En una toma abierta, gobernado por la dulzura, él le está levantando el vestido blanco sin ninguna necesidad, pues no están en la celebración de regocijo —así lo dictamina la foto— cuando se entrega la liga a la jauría famélica de amigos, gorriones e invitados. Se encuentran solos, de fondo hay un jardín de no sé qué flores espigadas y una deteriorada rueda de carreta de hace por lo menos dos siglos. Él mete las manos entre las piernas de la novia como su buscara un alambre desconectado en el motor de su Jaguar F-TYPE. Ella, soltando un suspiro, y con los ojos puestos en el esplendoroso cielo azul, parece decir: “No sé nada de las ardillas, pero sigue buscando…” Sí, aquí cerraré su Álbum de boda y, nos sin menosprecio por el “orden divino de las cosas”, llevaré a planchar la arrugada camisa amarilla que usaré bajo la fría y desolada luz de este extraño mes de junio.

raelart@hotmail.com

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