El mundo de la basura
Durante esta semana, La Jornada ha publicado el reportaje especial “El mundo de la basura”. En las cinco entregas de este trabajo, nuestros reporteros y corresponsales abordaron varias facetas de una problemática ecológica que en años recientes se ha visto opacada por el cambio climático, pero se mantiene en el primer orden de pendientes que la humanidad ha de resolver si desea preservar las condiciones de habitabilidad del planeta y asegurar su futuro como especie.
En la primera parte, se dio cuenta de las dimensiones de la generación de desechos en México, ilustrada con un ejemplo tan gráfico como estremecedor: los 42 millones de toneladas de basura que se producen cada año podrían llenar 231 veces el estadio Azteca. Ya es motivo de preocupación que cada habitante del país genere 850 gramos de desperdicios al día, pero lo peor es que apenas 7 por ciento de ellos se reciclan. En la Ciudad de México, objeto de la segunda entrega, se viven tanto avances como grandes retos: pese a la construcción de instalaciones para la clasificación y procesamiento de los residuos, más de la mitad de las 12 mil toneladas de desechos sólidos generadas al día aún acaban en rellenos sanitarios. En alcaldías como Álvaro Obregón, Cuajimalpa, Cuauhtémoc y Miguel Hidalgo, la separación de basura orgánica e inorgánica es bajísima, lo cual dificulta el aprovechamiento de los materiales reciclables. La importancia de separar los residuos se trató en la tercera parte, donde un experto de la UNAM enfatiza que sólo con esta medida podrá frenarse el deterioro sanitario y ambiental del país. Ayer publicamos información sobre un tema poco conocido por la ciudadanía, pero de enorme relevancia: el traslado de desechos plásticos a través de las fronteras nacionales, un fenómeno que casi siempre tiene como emisoras a las naciones ricas y como receptores a países pobres o en vías de desarrollo, y que por ello se ha denominado colonialismo de la basura. La sociedad mexicana necesita informarse en torno a esta práctica, pues entre 2015 y 2021 se triplicó el arribo de residuos a territorio nacional.
En la entrega final, que el lector encontrará en nuestra edición de hoy, se da un cambio de escenario para exponer la situación prevaleciente en la Unión Europea, una entidad que suele ser vista como pionera en el manejo responsable de los manejos, pero donde persisten grandes diferencias entre los estados miembros.
No se puede seguir impasible tras la lectura de este reportaje. Tanto la velocidad con que los seres humanos producimos desechos como la negligencia con que los arrojamos a la naturaleza resultan inquietantes una vez que se cobra conciencia de las consecuencias. Para quienes permanecen escépticos ante la catástrofe ecológica que han significado el surgimiento del capitalismo y su expansión violenta a todo el globo, es necesario recalcar que no se trata de cuestiones estéticas o sentimentales. Un vertedero de basura mal administrado no sólo se ve y huele mal, sino que es un foco de enfermedad para quienes habitan en sus inmediaciones, así como un peligro de envenenamiento de los mantos freáticos y los cuerpos de agua cercanos. Asimismo, la presencia de cantidades incalculables de plásticos en océanos, ríos y lagos no sólo es un problema de las especies acuáticas, sino una seria amenaza de colapso de las cadenas tróficas y, por consiguiente, de desaparición de peces, moluscos y artrópodos que son fundamentales en la dieta de cientos de millones de personas. Si lo anterior fuera poco, la ciencia apenas comienza a dilucidar los daños a la salud humana que acarreará la ingesta de microplásticos, es decir, de los diminutos fragmentos de este material que ya se han esparcido por toda la Tierra y se encuentran en los animales de los que nos alimentamos.
En esta tragedia se entrecruzan las responsabilidades políticas, corporativas e individuales. Las empresas presionan a los gobiernos a no tomar medidas que puedan afectar sus ganancias, y los gobernantes las escuchan, ya sea por ignorancia del impacto de sus decisiones, por corrupción o por apego a ideologías según las cuales lo que es bueno para los grandes capitales es bueno para todos. Pero los ciudadanos de a pie también contribuyen a la generación irracional de basura cuando adquieren productos con empaques irracionales, cuando acuden a los comercios sin una bolsa reusable para llevar sus mercancías o un recipiente para los alimentos; cuando se entregan al consumo desenfrenado de ropa que usarán un par de veces antes de desecharla.
Es un hecho bien documentado que las naciones e individuos más ricos generan mucha más basura que los pobres (además de dañar al planeta de otras maneras; por ejemplo, con su desmedido consumo de energía), y que no siempre la manejan mejor. Por ello, cualquier política para reducir el impacto ecológico de nuestros actos (lo que hoy se denomina huella ecológica) debe ir acompañada de una distribución diferenciada de las responsabilidades, en la que quienes más han contaminado asuman la parte correspondiente de los costos de revertir este desastre.