El litio, factor de soberanía
El presidente Andrés Manuel López Obrador encabezó antier en Bacadéhuachi, Sonora, un acto para formalizar la nacionalización del litio. “Lo que estamos haciendo ahora, guardada la proporción y en otro tiempo, es nacionalizar el litio para que no lo puedan explotar empresas extranjeras ni de Rusia ni de China; el petroleo y el litio son de la nación, estamos firmando este acuerdo, ya hay una ley que se aprobó en el Congreso”, señaló el mandatario, quien descartó que puedan proceder los recursos legales interpuestos por la voracidad de diversas empresas extranjeras y nacionales para tratar de revertir la legislación correspondiente.
Se trata, en efecto, de una medida histórica. De acuerdo con lo que puede preverse de acuerdo con las tendencias actuales, en el mediano plazo este mineral adquirirá una importancia fundamental en las industrias de energía y del transporte en general, particularmente la automotriz, y en prácticamente todas las aplicaciones de la electrónica. Será, pues, un componente primordial e indispensable en la economía, el desarrollo y el bienestar.
Cabe recordar que, a diferencia del petróleo –una riqueza del subsuelo que es punto de referencia inevitable–, el litio no es un energético en sí mismo, sino una sustancia que permite almacenar energía en la forma más eficiente y masificable que se conoce hasta ahora. De ahí su importancia en los vehículos eléctricos, en los cuales las baterías de litio sustituyen al tanque de combustible, y en las nuevas tecnologías de energía renovable, que deben guardar electricidad para subsanar las intermitencias producidas por la falta o debilidad de la luz solar, fuerza del viento o caudal suficiente en las corrientes de agua.
Así pues, el uso de este mineral es obligado si se aspira a emprender una transición energética exitosa que permita eliminar o reducir en forma significativa el consumo de combustibles fósiles y sus efectos perniciosos en el medio ambiente.
Al igual que ha ocurrido con todas las materias estratégicas a lo largo de la historia, el litio es ya un objeto codiciado por las grandes potencias mundiales y por los intereses corporativos que se encuentran detrás de sus gobiernos, y la declaración de esta sustancia como propiedad nacional intransferible pone al país al abrigo de presiones e injerencias ante las cuales sólo un régimen entreguista podría ceder, para lo cual primero tendría que llevar a cabo una contrarreforma legal similar a la “reforma energética” perpetrada en los inicios del sexenio pasado.
Dicho lo anterior, debe considerarse que México aún tiene por delante la tarea de desarrollar tecnologías que le permitan explotar los yacimientos de esta sustancia –localizados principalmente en el norte del país–, incorporarla a productos susceptibles de ser fabricados en masa y vincularla con las industrias correspondientes.
Sólo de esa manera el litio podrá traducirse en la generación de empleos de calidad, soberanía nacional, desarrollo y bienestar. Se debe empezar ya.