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Opinión

El estante de lo insólito | H. G. Wells, viajero de cualquier tiempo

Por: Raúl Criollo y Jorge Caballero

«Les hice frente, y no sólo a ellos, sino también a mi destino»

La isla del Dr. Moreau, de H. G. Wells

Se fracturó la pierna a los siete años en su natal Kent, Inglaterra, donde nació el 21 de septiembre de 1866. Una lesión así es lamentable en cualquier momento, pero cuando apenas se establecen las dinámicas de aprendizaje para correr, saltar y rasparse las rodillas es mucho más amargo. Del mal momento surgió algo estupendo: el niño se volvió lector. Las historias que cobijaron su tiempo de recuperación, el aprendizaje y un deseo de contar se convirtieron en El desierto Daisy, su primer texto, a los 10 años. Casi 150 años después de aquel suceso, millones de personas en el mundo son lectoras de aquel pequeño, que creció para extender su ingenio literario para firmar como H. G. Wells.

La gran biblioteca

Los padres de Herbert George Wells se empeñaron en mejorar su futuro con un negocio de porcelana. No tuvieron éxito. Vivieron en condiciones muy modestas. El pequeño Herbert pasaba mucho tiempo solo en el sótano, no como refugio, sino como espacio asignado de habitación. La tienda cerró y sus padres hicieron lo posible para asegurar la supervivencia, ella como empleada doméstica y él como jardinero. A los 13 años, Herbert abandonó sus estudios para conseguir empleo. Trabajó como aprendiz de distintos oficios, esencialmente en una empresa textil. No duró mucho, así que corrió a refugiarse con su madre en la acaudalada propiedad en la que laboraba en Uppark. Ahí, Wells vivió su segunda gran experiencia literaria, ya que la casa contaba con una magnífica biblioteca.

Tan grande como sus lecturas fue su aprendizaje como estudiante matriculado en la Escuela Normal de Ciencia, donde estudió biología, gracias a una beca que le cumplió el primer gran sueño: ir a Londres para hacerse universitario. Es famoso que en ese periodo contribuyó a formar la edición científica de la institución, donde se expresaron sus ideas fundamentales: ni del lado del Estado ni del de la religión ni del dinero, sino del ser humano. Ciencia, conocimiento y progreso debían ser universales. La evocación de sus tiempos más precarios debió reforzar ese concepto.

La máquina del tiempo

Escribiendo artículos, relatos breves, dando clases y pasando por dos matrimonios, el imparable Wells aportó Un texto de biología (1893), su primer libro formal. Él pensaba que el futuro no implicaría necesariamente acuerdos civiles y sociales para la unión en pareja, anticipando increíblemente el control natal, fue precursor de las libertades sexuales y derechos de la mujer, algo expresado en sus novelas Amigos apasionados y Ann Veronica. Si bien el escritor trabajó sobre la pasión amorosa y el repaso histórico, sus relatos fantásticos son los más frecuentados y estudiados; todo comenzó con La máquina del tiempo, lanzado en 1895.

La novela cuenta el viaje de un hombre por diferentes espacios temporales del planeta. En el futuro inmediato, ve un mundo corrompido, con criaturas enfrentadas y poca ambición de progreso o desarrollo. Salta después hasta el futuro apocalíptico, cuando el planeta no está para albergar vida humana. Más que maravillas, el viajero encuentra decepción por lo que viene, si bien su máquina es el más revolucionario invento para modificar entradas y salidas de la cuarta dimensión, es decir, el tiempo. Todos los viajes en el tiempo le deben a este clásico. Es el título que corta el listón inaugural de la narrativa de ciencia ficción moderna. Primero de muchos relatos fantásticos que hizo, como Los primeros hombres en la Luna, editado en 1919, que ya ponía pie en el satélite, lo que era añorado por muchos.

Es famosa la transmisión del 30 de octubre de 1938, cuando se desató el pánico en calles de Estados Unidos por la transmisión radial con Orson Wells dramatizando la novela La guerra de los mundos (1898). Para los expertos, es el primer acercamiento literario que establece con seriedad el encuentro de la raza humana con seres extraterrestres. Emocionante, reflexiva y con un inesperado final, sigue siendo una gran lectura. Tiene varias interpretaciones en la historieta y el cine, con dos versiones cinematográficas de gran nivel que impactaron en su tiempo: la de Byron Haskin, en 1953, y la de Steven Spielberg, en 2005.

Menos conocidos en la actualidad, pero de gran importancia, por su calidad literaria y, más aún, por su análisis crítico, son sus libros El bosquejo de la historia (también conocido como Breve resumen de la historia; su libro más vendido mientras estuvo vivo), El descubrimiento del futuroAnticipaciones y Una moderna utopía. Son particularmente inquietantes sus novelas anticipando los conflictos mundiales con La guerra en el aire, La guerra que terminará la guerra y El mundo liberado, donde ya asienta una catástrofe europea por una guerra atómica; eso lo escribió en 1914. La forma de las cosas que vendrán (llevada al cine como La vida futura, en 1936, con dirección de William Cameron Menzies) habla de un conflicto bélico mundial que inicia en 1940, además presenta despliegues de una invasión alemana y otros detalles de tal precisión que parecen crónicas de lo que pasó después. Otros textos son despliegues autobiográficos en torno a la opresión de las clases bajas y los sueños frustrados, como Kipps, the Story of a Simple Soul, llevada al cine por Carol Reed en 1941.

El hombre invisible y La isla del Dr. Moreau

Dos novelas definen la disección de Wells sobre el pensamiento humano y su conflicto progresista y autodestructivo: El hombre invisible y La isla del Dr. Moreau. En la primera, el científico Griffin pierde el control mental cuando la droga que desarrolla lo oculta del mundo; por su parte, el Dr. Moreau es victimizado por sus creaciones aberrantes de alteración genética (del mismo modo que el doctor Víctor Frankenstein es sometido por su criatura en la novela de Mary Shelley). Wells mantiene la convención teórica que advierte sobre cruzar los límites: fuera de la comprensión, hay caos, no control. La ciencia triunfa porque Griffin consigue la invisibilidad y Moreau altera especies con éxito, pero para ambos hay un destino terrible. El autor, analista de ene clásicos literarios y de historia mundial, entiende que la lección está dada y se mantiene como ineludible reiteración: la conquista de un nuevo orden, puede ser también miseria personal y consecuencia colectiva.

Como señaló Daniel González Dueñas en La visiones del hombre invisible (editado por la Universidad Autónoma, Metropolitana, 1988), el gran precedente a la novela de Wells no está en la literatura, sino en el cine, con George Mèlies al presentar El invisible Siva, en 1904, llevando su trabajo de magia escénica a montaje fílmico revolucionario. Wells estructura su relato pasando más por los conflictos intelectuales y morales de su protagonista, que por el efectismo del laboratorio y los horrores de sus apariciones. James Whale hizo para Universal el éxito legendario El hombre invisible en 1933, primera adaptación formal del texto, a la que siguen cientos de relatos sobre experimentos y científicos que buscan los mismos resultados como El regreso del hombre invisible (1940), de Joe May; La mujer invisible (1940), de A. Edward Sutherland; La venganza del hombre invisible (1944), de Ford Beebe; El hombre sin sombra (2000), de Paul Verhoeven, y El hombre invisible (2020), de Leigh Whannell. La isla también tiene múltiples adaptaciones, destacando La isla de las almas perdidas, de Erle C. Kenton (1932), y La isla del Dr. Moreau, de Don Taylor (1977), con Burt Lancaster en el protagónico. John Frankenheimer hizo otra versión (1996) con Marlon Brando en el papel principal. De gran éxito en su época y poca reproducción vigente es La vida futura, de William Cameron Menzies (1936), inspirada en su novela La forma de las cosas que vendrán. Hay otra versión de 1979 dirigida por George McCowan.

En su ensayo de 1960, titulado El primer Wells, Jorge Luis Borges escribe: “En mi opinión, la precedencia de las primeras novelas de Wells se debe a una razón más profunda. No sólo es ingenioso lo que refieren; es también simbólico de procesos que de algún modo son inherentes a todos los destinos humanos. El acosado hombre invisible que tiene que dormir como con los ojos abiertos porque sus párpados no excluyen la luz es nuestra soledad y nuestro terror (…). La obra que perdura es siempre capaz de una infinita y plástica ambigüedad (…)”.

Viajero de cualquier tiempo

Como Julio Verne, George Mèlies o Isaac Asimov, Herbert George Welles fue capaz de concebir su propio imaginario fuera del orden conocido de su tiempo. Como quien podía saltar en múltiples eras para ver otras realidades, Wells contó historias más allá de laboratorios fabulosos, donde había otros misterios y temibles fuerzas de dominación. Contra todo control, se mantuvo en su asiento de maravillas, encarando a los doctores Moreau de su tiempo y los que siguieran. Murió en 1946, cuando la guerra que anticipó había concluido.

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