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Opinión

El chiste de la política o la política del chiste

Por: Carlos Martínez García

Son las mismas palabras, pero el orden de su escritura sí altera el producto. El chiste de la política podría expresarse como la clave, el secreto, el saber cómo hacer política en cierto contexto. Por su parte la política del chiste tiene que ver con ser hilarante, trivializar casi todo mediante dichos graciosos, ridiculizar al adversario, y hasta infligirle escarnio para demeritarlo públicamente.

Denostar con chistoretes al contrincante es toral en la política permeada de supuesto humorismo. Pero también lo es que la persona se ponga a sí misma en situaciones pretendidamente graciosas, autoflagelándose placenteramente, por ejemplo, en memes o TikTok al mostrarse en actitudes que harían ruborizarse a quien tenga sentido del autorrespeto. De lo que se trata es de exhibirse para congraciarse con los potenciales votantes.

Han dado inicio las campañas políticas locales, estatales y federales para puestos gubernamentales y de representación popular. En los siguientes tres meses van a intensificarse los ofrecimientos de todo tipo de los candidatos al electorado. No vamos a ver la multiplicación de espacios de deliberación y diálogo, ágoras que refuercen la ciudadanía, sino circos de muchas pistas que reducen a meros espectadores, eso sí muy divertidos, a los movilizados por los partidos políticos para que atestigüen cómo quienes anhelan el sufragio popular mediante prestidigitación solucionan los problemas habidos y por haber.

En todas partes se cuecen habas, en unas más que en otras. A la luz de lo anterior es importante reflexionar sobre el trato dado por candidatos a los asistentes a sus actos de campaña. Guardadas las diferencias de tiempo y forma, puede que siga sucediendo lo escrito por Juan Rulfo en uno de sus cuentos (“El día del temblor”) que, leído en tiempos de campañas electorales, adquiere particular relevancia. Magistralmente Rulfo narra la visita del gobernador a un poblado devastado por un sismo. Los empobrecidos habitantes son testigos de la parafernalia desatada por la comitiva del político.

Los pobladores son mera escenografía para el lucimiento de quienes desde el estrado lanzan floridas peroratas. Con ironía Rulfo muestra la otra devastación vivida por el pueblo, la causada por los encumbrados visitantes: “Después de los temblores cayó por aquí el gobernador para ver cómo nos había tratado el terremoto. Traía geólogo y gente conocedora, no crean ustedes que venía solo. Oye, Melitón, ¿cómo cuánto dinero nos costó darles de comer? Algo así como 4 mil pesos”.

Sobre todo las nuevas generaciones saben bien qué es el zapping. Lo describe la Real Academia Española como “cambio reiterado de canal de televisión [y plataforma digital, agrego yo] por medio del mando a distancia”. Zapear consiste en ver por escasos segundos, tal vez minutos, algo del inmenso catálogo que ofrece la industria del entretenimiento. Ya que lo presentado no logra capturar la curiosidad o atención de los consumidores, entonces el control remoto y/o el ratón de la computadora cambia incesantemente de show.

El crecimiento de zapeadores, sus gustos y motivaciones, están bien investigados por especialistas de los hábitos de consumo de personas que solamente quieren pasársela bien. Hoy, de acuerdo con la metodología de asesores que rodean a los aspirantes por ser favorecidos con el voto ciudadano, habría que modificar el título de la exitosa canción de 1983 interpretada por Cyndi Lauper Girls Just Want to Have Fun, por el de “Everyone just wants to have fun”. Por tanto, hay que llevar al extremo la lógica de la banalización a través de instantáneas (visuales o audibles) cómicas.

Es deseable, y hasta exigible, que en la competencia por los miles de cargos (más de 19 mil, según el Instituto Nacional Electoral) a elegir por los votantes no domine la mimetización ni la memetización. La primera es que los candidatos sean camaleónicos y se transformen al gusto del auditorio en turno. Lo segundo tiene que ver con evitar la preponderancia en la forma de comunicación subiendo memes cotorrones, insustanciales, que por su mordacidad los candidatos consideran que les ganan adeptos.

Es muy probable que memes como los descritos alcancen considerable número de likes, quién sabe si votos. Crecen exponencialmente sitios, canales digitales y programas noticiosos en los cuales sus conductores no solamente hacen chistes dizque ingeniosos, sino que muestran encono y denigran con apodos a los candidatos por los que tienen profunda animadversión. No hay debate de propuestas, críticas documentadas, balance en la cobertura de los actores políticos, pero es profusa la verborragia que va de un sarcasmo a otro.

El sarcasmo es “burla sangrienta, ironía mordaz y cruel con que se ofende o maltrata a alguien o algo”. Es cosa seria saber hacer chistes. Es saludable el humor sutil, ingenioso, que incluso motiva la revisión de ideas y prácticas. ¿Nuestra clase política estará a la altura de producir una jocosidad inteligente?

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