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Opinión

El centroamericano trotamundos

Por: Abraham Kato

El poeta nicaragüense Rubén Darío (1867-1916) es una de las figuras más emblemáticas de la literatura hispanoamericana. Fue un escritor precoz, prodigio y prolífico, viajó por gran parte del mundo como diplomático y periodista, desde a los 14 años escribía artículos para varios periódicos nicaragüenses (los cuales firmaba ya como Rubén Darío, abandonando desde la adolescencia su verdadero nombre Félix Rubén García Sarmiento) y a los 20 publicó su primer poemario, Abrojos (Imprenta Cervantes, 1887). Es considerado el padre del modernismo al ser el primero en introducir el verso alejandrino francés a la métrica castellana y su libro Azul… marca el inicio de este movimiento. 

Cuenta el escritor nicaragüense Sergio Ramírez, en su ensayo El libertador, para la edición conmemorativa de la Real Academia Española (RAE) Rubén Darío, del símbolo a la realidad (Alfaguara, 2016), por el centenario de su muerte, como ‘‘Rubén fue desde su infancia un extraño prodigio que componía versos con una facilidad inaudita, una especie de fenómeno de feria de cabeza desproporcionada que asombraba a los gramáticos, profesores de primeras letras, versificadores y militares en retiro de las campañas liberales’’. 

De igual forma, asombraba a los curas y a las viudas que buscaban al ‘‘niño poeta’’ para que compusiera alabanzas en verso a la Virgen María, madrigales, sonetos para quinceañeras y elegías para difuntos. El mismo Darío lo recuerda en su autobiografía La vida de Rubén Darío escrita por él mismo (Maucci, 1913): ‘‘Los que sabían mi rítmico don llegaban a encargarme pusiese su duelo en estrofas…’’.  

Cuadrivio

En su libro Cuadrivio (Joaquín Mortiz, 1965), Octavio Paz afirma que Dario no es solo el más amplio y rico de los poetas modernistas, sino uno de los más grandes poetas modernos. Lo compara un poco a los poetas norteamericanos Edgar Allan Poe, ‘‘por esa porción de su obra desdeñosa del mundo americano y preocupada solo por una música ultraterrestre’’, y a Walt Whitman, ‘‘por su afirmación vitalista, su panteísmo y el sentirse por derecho propio cantor de la América Latina’’. Sin embargo, asegura que se asemeja más al gran poeta frances Víctor Hugo, por la elocuencia, abundancia y la sorpresa continua de su rima inagotable. 

Paz explica que el genio de Dario era lírico y le sobraba salud y energía. ‘‘Su poesía es viril: esqueleto, corazon, sexo. Clara y rotunda hasta cuando es triste; nada de medias tintas. Nacida en pleno fin de siglo, su obra es la de un romántico que fuese también un parnasiano y un simbolista. Lo califica como un centroamericano trotamundos, como un ser híbrido tanto por la variedad de influencias espirituales, como por su ascendencia india, española y africana. 

Por su parte, nuestro señor Jorge Luis Borges, en entrevista con Harold Alvarado Tenorio para la revista Arquitrave, comenta: “todos somos hijos de Rubén Darío, todo procede del modernismo, al decir modernismo pienso evidentemente en su jefe, aunque desde luego están los otros, desde luego están Valencia, Lugones, Jaimes Freyre, Amado Nervo, etc”.  

El modernismo

A lo largo de la historia han existido diversos movimientos que marcan una época, a finales del siglo XIX se gestó el primer movimiento propio del continente americano: el modernismo. Este nuevo movimiento literario, que Darío protagonizó, proviene de la literatura francesa, en específico del Parnasianismo y que renovó el idioma castellano porque trajo consigo una nueva musicalidad vigorosa y nuevas estructuras verbales. En Cuadrivio, Paz asegura que el modernismo fue el lenguaje de su época, ‘‘fue una escuela poética; también fue una escuela de baile, un campo de entrenamiento físico, un circo y una mascarada’’. 

Algunos de sus temas predilectos son el amor, el más allá, el paisaje y las leyendas góticas y árabes. En su conocido poema Lo fatal, del libro Cantos de vida y esperanza. Los cisnes y otros poemas (1905), que dedicó al músico chileno René Pérez, Darío expresa una idea pesimista por la vida:  

‘‘Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,

y más la piedra dura porque esa ya no siente,

no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, 

ni mayor pesadumbre que la vida consciente’’ 

Un sentimiento que todos los que hemos sufrido la pérdida de un ser querido conocemos. Una reflexión que surge en los momentos de mayor dolor y miedo, sobre nuestra finitud, el mundo y la muerte.  

En el mismo libro también tenemos el poema Canción de otoño en primavera, que contiene no solo la estrofa más conocida de la poesía rubendariana, sino de la poesía en general: 

‘‘Juventud, divino tesoro,

¡ya te vas para no volver!

Cuando quiero llorar, no lloro…

y a veces lloro sin querer…

En el poema Darío recuerda sus amores pasados con toda la nostalgia y ternura que la memoria suele hacer. En esos años maduros y otoñales uno siempre voltea hacia el pasado no solo para añorar lo perdido, sino para aprender de todo lo vivido. Para una persona tan nostálgica como yo, este poema toca las fibras más sensibles en mí. 

Cuentos

Si bien Darío fue por encima de todo poeta, también cultivó con gran éxito la prosa. Escribió cerca de una centena de cuentos a lo largo de toda su vida; antes de su primer poemario y después del último. Sin embargo, solo en Azul…  el autor recopiló algunos de sus cuentos

(como veremos más adelante) y el resto quedaron dispersos en periódicos y algunas recopilaciones. Pero aún en los cuentos, e inclusive en sus intentos de novela, siempre se vislumbra al Darío poeta. 

Azul …

Recuerdo que en la clase de Literatura Hispanoamericana del siglo XIX, mi profesor Alfonso René Gutiérrez llegó a comentar que el libro Azul … te lo podías encontrar tirado en la calle, debajo de las piedras o en las ramas de los árboles. Sin duda alguna, la presencia de este libro es omnisciente, su influencia está en todos lados y su lectura es obligatoria. 

En 1913, en el diario La Nación, de Buenos Aires, (posteriormente recopilado en Historia de mis libros), Darío explica haber titulado Azul… a su obra por ser para él, el color del ensueño, del arte, del océano y del firmamento; un color helénico y homérico. Asegura haber concentrado con ese color célico la floración espiritual de su primavera artística. Asimismo, comenta que un soplo de París animaba sus esfuerzos de entonces al igual que un gran amor por las literaturas clásicas y conocimientos de todo lo moderno europeo. Reconoce influencias de Daudet, Hugo, Flaubert, Mendès, Armand Silvestre, Maizeroy, Zola, entre otros que impregnan de la vida y literatura parisiense a un Darío que nunca había salido de su pequeño país natal, salvo para ir a Chile en el año que se publica Azul… 

El libro está principalmente dividido en dos partes: poesía y prosa. En la primera tenemos diez cuentos cortos, entre los que destacan El rey burgués, La ninfa, La canción de oro, El rubí y El pájaro azul. Todos muy fáciles de digerir. Mientras que con los poemas, lo fuerte del libro, Darío aplica algunas ventajas verbales de otras lenguas como el francés. Abandona el orden usual de los clichés consuetudinarios y pone una mayor atención a la melodía para poder contribuir con mayor éxito la expresión rítmica.

Con  Azul … Rubén Darío logra consagrarse como una joven nueva promesa, pero con el que aún no llega a su madurez. Un libro en verdad  indispensable, pero que el mismo Rubén Darío dejó fuera de los tres tomos de su antología personal: I. Muy siglo XVIII, II. Muy antiguo y muy moderno, III. Y una sed de ilusiones… En ella, la mayoría de los poemas corresponden a sus libros Prosas profanas (1896 y 1901), Cantos de vida y esperanza. Los cisnes y otros poemas (1905), que constituyen lo capital en su obra. ‘‘Toda la poesía moderna en lengua castellana parte de Cantos de vida y esperanza’’, afirma Octavio Paz.

El príncipe de las letras castellanas 

La pluma de Rubén Dario no tuvo límites, como indica José Emilio Pacheco, en su ensayo 1899: Rubén Darío vuelve a España, para la edición conmemorativa de la RAE, desde antes de Azul… ya había ‘‘quinientas páginas de poemas previos en todas las formas métricas, todos los estilos y todos los vocabularios empleados por la poesía castellana desde sus orígenes hasta 1885’’. Su influencia en la literatura hispanoamericana es inigualable y representa un parteaguas en la Historia; como dijo Borges: ‘‘cuando por un idioma pasa alguien como Rubén Darío ya todo cambia”. Su nombre es imprescindible y su presencia aún se impone tanto en la prosa como en la poesía, tanto en América como en Europa. 

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