Donde cruzan las Brujas | No por falta de esperanza
Las mujeres de la actualidad aprendimos a “cuidarnos” de una manera peligrosamente superficial. Cuidarnos, pero de no engordar para vernos dizque bien bonitas; cuidarnos de no decir lo que pueda agobiar o molestar; cuidar nuestros modos, gestos, postura. Cuidar nuestra honra y castidad.
Cuidarnos casi siempre es de cómo nos vemos y de lo que se pueda pensar de nosotras; pocas veces nos detenemos a vernos la vida y preguntarnos a nosotras mismas cómo nos sentimos. Cuidarnos es también cuidarnos para adentro, desde el pensamiento hasta nuestras acciones. Cuidarte de cómo convives contigo y con tu entorno. Al decir entorno incluyo a las personas vecinas, las plantas y animales como seres vivos; el agua y el aire que respiramos como un derecho: todo tu entorno.
Muchas de nosotras estamos acostumbradas a decirnos todo tipo de groserías de lo más creativas para insultarnos cuando algo se nos cae, al tropezarnos, cuando nos quemamos las manos al cocinar, por mencionar algunas de esas veces donde somos nuestra primer peor enemiga. A veces nos degradamos a nosotras mismas empezando por cómo nos tratamos: si me veo al espejo y me hablo de manera desagradable, en vez de decirme un simple: “buenos días” o “hi”, si es que en ese momento no me siento tan glamourosa. Lo aprendimos de otras personas y lo repetimos porque es lo que parece ser normal, y no lo es.
A veces esta mala costumbre de hablarnos hasta a nosotras mismas con hastío, repercute a los tipos de violencia que toleramos o no de las personas con las que convivimos y el espacio donde trabajamos o nos desarrollamos. Al salir a la calle, hay que cuidarnos, al subir al transporte hay que cuidarse y al llegar al trabajo o a la escuela, hay que cuidarse. ¿Cuidarnos de quiénes o de qué?
En los últimos años se han visto en México políticas públicas enfocadas a “los cuidados” para evitar la carga social que tenemos las mujeres al vernos socialmente obligadas a cuidar a las personas más vulneradas de la casa: infancias, personas adultas mayores y personas con discapacidad. La idea que nos dieron es que nos iban a dar más espacio para desarrollarnos en aspectos públicos, pero llegó la pandemia y la supuesta apuesta por el desarrollo de las mujeres quedó en casa, con nosotras.
Las mujeres que trabajamos a favor de los derechos de las mujeres y las niñas sabemos que las políticas “de cuidados” implica darnos tiempo de tratarnos bien a nosotras mismas como tomar agua, darnos tiempo de caminar o jugar si preferimos. Pero de políticas de “cuidados” se transformaron en políticas “de cuidado”. Tenemos que andar por las calles con más cuidado que nunca y para nosotras solo hay tiempo para sobrevivir.
Si de algo es responsable el Estado, es de cuidar que las mujeres jóvenes puedan ir a estudiar seguras y regresar a casa sin ser acosadas. Tan deficientes son para ello que es necesario que las líderes de las colonias vayan a “limpiarles” el camino de agresores sexuales. Los agresores, que casi siempre son hombres y en muchas ocasiones son tipos en la calle y en el transporte público que las agreden sexualmente. No solo eso, también los maestros acosadores que ya hemos visto que solo se les cambia de zona escolar; o los taxistas, que pocas veces son sancionados por los delitos que cometen. La idea era cuidarnos para podernos desarrollar, no únicamente para poder sobrevivir.
Para “limpiar” el camino con el objetivo de que las mujeres y niñas podamos acceder a los espacios de poder es necesario que la escuela, el gobierno, los transportistas y todas las personas organizadas o no, dejen de acosar y hostigar sexualmente, dejen de ponernos obstáculos por considerarnos inferiores, que nos dejen brillar con nuestra propia luz a quienes buscamos aportar, a las jóvenes que deben traer su frescura, tan necesaria, a la política mexicana cada vez más apolillada.
El enfoque familista que busca renovar el presidente de México es una agresión directa a las mujeres al hacernos de nuevo las “reinas de la casa” pero dejarnos ajenas de los espacios de decisión. Es viajar en el tiempo a los años cuarenta, de regreso a la cocina. El presidente fue a hablar a América Latina de que la izquierda mexicana ha hecho a un lado la figura de la familia, proponiendo retomar el concepto y ponerlo al centro de las acciones gubernamentales. Suena contradictorio porque lo es en una democracia moderna.
La Organización Mundial de la Salud dice que “el autocuidado es la capacidad de las personas, las familias y las comunidades para promover la salud, prevenir las enfermedades, mantener la salud y hacer frente a las enfermedades y discapacidades con o sin el apoyo de un profesional de la salud”. Hay que leer entre líneas, si el gobierno nos avisa que tenemos que autocuidarnos y de pronto vemos que el sistema de salud mexicano se ve cada vez más reducido, hay que sospechar.
Es bueno entender la agenda internacional de derechos humanos y retomar las propuestas que consideremos que nos convienen localmente; los Objetivos de Desarrollo Sostenible son un patrón que tomar en cuenta si se es gobierno o si se busca difundir un sistema democrático donde todas las personas tenemos el mismo valor, los mismos derechos, las mismas oportunidades. No suena mal. No entiendo porqué no se han logrado difundir tanto como se esperaba, tal vez las Naciones Unidas no tenga tan buen equipo de publicistas.
Los delitos contra las mujeres se siguen agravando y convirtiéndose en nota de todos los días porque el gobierno nos está volviendo a acostumbrar a ver estos números como algo normal. No lo es.
Las mujeres y las niñas en el norte del país vemos nuestra agenda de derechos humanos cada vez más reducida en la práctica, pero más amplia en la ley. Parece normal, pero no lo es.
Las cifras de violencia contra las mujeres se elevan y la geopolítica cada vez parece menos clara en cuanto al avance de los derechos de las mujeres y las niñas. Cada vez surgen más mujeres listas para reclamar los espacios, para poner nuestras voces en las agendas políticas, en las comunidades y en todos los niveles. No por falta de esperanza nos dejemos vencer. No hay quien gane con tanto retroceso, pero tampoco hay, de este lado, quién se quiera dejar ganar; la batalla por llevar a la realidad la tranquilidad y la paz no ha terminado.