Donald Trump y sus nuevas obsesiones: cannabis regulado, IA sin frenos
Donald Trump ha vuelto a mover fichas en dos tableros que, a primera vista, parecen ajenos entre sí: la marihuana y la inteligencia artificial. Sin embargo, ambos temas revelan una misma lógica política y económica: reducir la intervención del Estado cuando estorba a los negocios estratégicos y a la competencia global de Estados Unidos, incluso si eso implica tensar equilibrios legales, científicos y federales. No es casualidad que estas discusiones resurjan ahora, en un momento de reposicionamiento del poder económico y tecnológico estadounidense.
En el frente del cannabis, el movimiento es delicado pero de gran calado. Trump analiza presionar para que el gobierno federal flexibilice drásticamente las restricciones sobre la marihuana, reduciendo su nivel de supervisión hasta equipararla con algunos analgésicos recetados y otros medicamentos comunes. La medida no implicaría legalización ni despenalización, pero sí una reclasificación que aliviaría barreras regulatorias, impulsaría la investigación científica y daría oxígeno a una industria legal que hoy opera con reglas fragmentadas y, en muchos casos, contradictorias.
La discusión no es nueva. En agosto pasado, el presidente Trump ya había mencionado públicamente la posibilidad de reclasificar la marihuana, lo que supondría culminar un proceso iniciado durante la administración de Joe Biden. Bajo ese gobierno, el Departamento de Justicia siguió la recomendación de autoridades sanitarias federales para mover la marihuana fuera de la Lista I —la categoría reservada para drogas sin valor médico aceptado—. Sin embargo, el procedimiento quedó estancado tras el regreso de Trump a la Casa Blanca.
Ahora, el tema vuelve con fuerza. De acuerdo con fuentes cercanas a las conversaciones, el republicano habló directamente del plan con el presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, en una llamada desde la Oficina Oval. La ruta sería una orden ejecutiva que instruya a las agencias federales a solicitar formalmente la reclasificación. Aunque el presidente no puede hacerlo de manera unilateral, sí puede ordenar al Departamento de Justicia que suspenda la audiencia administrativa pendiente y emita la norma final.
No es un ajuste menor. Como ha señalado el abogado Shane Pennington, esta sería la mayor reforma federal en política de cannabis desde que fue clasificada como droga de la Lista I en los años setenta. Que en la conversación hayan participado ejecutivos de la industria, el secretario de Salud, Robert F. Kennedy Jr., y el director de los Centros de Servicios de Medicare y Medicaid, Mehmet Oz, confirma que el enfoque no es cultural ni moral, sino económico y sanitario: investigación, mercado y sistema de salud.
Segundo frente: la IA
El otro eje es aún más ambicioso. Trump firmó una orden ejecutiva para neutralizar las leyes estatales que regulan la inteligencia artificial, creando un marco federal que se impondría sobre las normas locales. La medida otorga amplias facultades al fiscal general para demandar a los estados y revocar leyes que, a juicio de la Casa Blanca, obstaculicen el dominio global de Estados Unidos en IA.
El mensaje es claro: no habrá 50 regulaciones distintas para una tecnología que Trump considera estratégica frente a China. Las leyes estatales —muchas de ellas enfocadas en seguridad, transparencia algorítmica y protección del consumidor— son vistas como un freno a la innovación y a la competitividad. La amenaza de retener fondos federales, incluidos recursos para banda ancha, busca disciplinar a los estados que se resistan.
Trump lo resumió sin rodeos: “Tiene que haber una sola fuente”. Rodeado de funcionarios como David Sacks, su zar de IA y criptomonedas, el presidente dejó claro que la prioridad no es la precaución regulatoria, sino la velocidad y el liderazgo tecnológico.
Lectura política
Ambos movimientos comparten un hilo conductor. En cannabis y en IA, Trump apuesta por desregular para competir. En el primer caso, para normalizar una industria que ya opera legalmente en muchos estados pero sigue atrapada en un marco federal obsoleto. En el segundo, para evitar que la fragmentación normativa limite a las grandes empresas tecnológicas estadounidenses frente a sus rivales globales.
No se trata de un giro ideológico, sino de una estrategia de poder económico. Trump no abandona el discurso de ley y orden en materia de drogas, ni renuncia a su narrativa nacionalista en tecnología. Simplemente ajusta el marco regulatorio para que el mercado —y no los estados— marque el ritmo.
Marihuana e inteligencia artificial parecen temas inconexos, pero con Donald Trump responden a una misma lógica: menos reglas cuando las reglas estorban a la hegemonía económica de Estados Unidos. El debate de fondo no es si éstas decisiones son correctas o riesgosas, sino quién define los límites entre regulación, mercado y poder federal.
… Y en ambos casos, Trump deja claro que quiere ser él.




