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Opinión

Diplomacia de megáfono / Nikole Lara G.

Por: Nikole Lara G.

La doctrina Monroe fue una carta de acción política para el hemisferio occidental que a lo largo del tiempo ha incluido otros mecanismos como la política del Gran Garrote, la Doctrina de Seguridad Nacional, la Doctrina de Guerra Preventiva o la teoría del excepcionalismo americano. Todo esto bajo el ideal imperialista formulado en el Destino Manifiesto: considerarse la nación destinada a intervenir, proteger y expandirse desde el Atlántico hasta el Pacífico.

El objetivo de esta doctrina, al principio, fue alcanzar la soberanía y evitar la recolonización europea en América Latina, consiguiendo así un tipo de protección hacia adentro. Sin embargo, no tardó mucho tiempo para que Estados Unidos se autoasigne el rol de policía y acoja el destino que la divina Providencia le habría otorgado para proteger su imperativo político América para los americanos, cosa que en la práctica significó: América para los estadounidenses en notorio contraste con el ideal político de Simón Bolívar proclamado en el Congreso de Panamá en 1826, donde se dio el primer intento para conformar un Sistema Americano entre las naciones y se enunció el destino de nuestro continente: “Para nosotros la Patria es América”.

Mucho se ha discutido sobre si esta doctrina fue realmente motivada por la preocupación de que se produjese una intervención militar de la Santa Alianza en Sudamérica. Sin embargo, José María Fernández en Antecedentes de la Doctrina Monroe señala que lo que realmente se buscaba era aislar a Occidente de la influencia europea y liberarse de cualquier compromiso con los países del viejo continente que pudieran arrastrar a conflictos y perjudicar los intereses del gobierno estadounidense, todo esto con un fin: extenderse por todo el hemisferio. 

Varios hechos históricos –como la conquista del Oeste, la Primera intervención en México, las guerras bananeras en Centroamérica y el Caribe, la guerra Hispano-Estadounidense, la guerra de Vietnam, el embargo contra Cuba, la guerra de Afganistán, la guerra contra el terrorismo y otros conflictos internacionales– han hecho que el «imperialismo estadounidense» no sea solamente un concepto aceptado por gran parte de la comunidad internacional, sino que su actitud bélica se naturalice.

En 2013 John Kerry, Secretario de Estado de Estados Unidos, en conferencia ante la OEA declaró “el fin de la doctrina Monroe” con la idea de definir una nueva fase en las relaciones entre Latinoamérica y Estados Unidos para que “todos los países se vean como iguales”. Estas declaraciones representaron un avance significativo en las relaciones bilaterales, sin embargo, en 2017 Trump frenó este avance al decir que el mejor camino para conseguir la paz es la fuerza y que se fortalecerá la influencia estadounidense en el mundo. Las similitudes entre los intereses de Trump y la doctrina Monroe no sorprenden, América para los estadounidenses se transforma y actualiza con “Hacer a América grande de nuevo”, slogan que evidencia el declive de un imperio que se justifica a sí mismo en logros pasados y que busca perpetuar con una diplomática agresividad su influencia.

La permanencia de la doctrina Monroe ha pretendido ser aplacada por Biden quien ha intentado demostrar que América Latina no es el patio trasero sino el patio delantero de Estados Unidos. Sin embargo, pese a los intentos, los métodos intervencionistas permanecen en el manejo de la política exterior con Latinoamérica y el resto del planeta. Su diplomacia tiene la característica de imposición de poder en función de estrategias que tienen más de 200 años, sumando a esto la presión del poder militar y la relevancia que tiene el tema armamentístico para Estados Unidos en su paso del soft al hard power. Ha exacerbado un ambiente de crisis en zonas como Nicaragua, El Salvador, Cuba, Venezuela, Afganistán y Ucrania que son regiones de interés geopolítico. Estas acciones se las puede entender desde la desesperación ante la pérdida de hegemonía frente al ascenso de potencias como Rusia y China.

Desde esta perspectiva se hace necesario intervenir o desestabilizar a las naciones sin miedo a las repercusiones políticas o económicas. Han vivido tanto tiempo bajo el mito del excepcionalismo americano que han justificado cualquier acto violento en nombre de la democracia, la libertad y los derechos humanos. Han forjado alianzas siempre y cuando faciliten la manipulación política de esos países y les permita experimentar con la democracia, la economía y la libertad. Pero ¿qué ocurre cuando no es el caso? Cuando un país dice ¡no! entonces, se amedrenta con la portentosa maquinaria mediática, bélica, lo exponen mundialmente y lo aíslan de la comunidad internacional con la diplomacia de megáfono.

Llama mucho la atención que todavía no existan otro tipo de respuestas y herramientas de poder con capacidades conciliatorias. Que en un ambiente de tolerancia se comprenda la existencia de la diversidad de identidades culturales, sociales e ideológicas, realizando verdaderos esfuerzos diplomáticos y diálogos estratégicos para mantener relaciones internacionales saludables en un mundo multipolar que necesita encontrar equilibrios.

nikole.vanessa@outlook.com

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