Deportaciones y otras migraciones traslapadas en ciudades fronterizas mexicanas
La utilización de las deportaciones en los Estados Unidos como forma de control poblacional, basada en postulados racistas, nativistas y xenófobos, no es algo nuevo. De hecho, el gobierno norteamericano puede caracterizarse como una máquina de deportación (según Adam Goodman) que históricamente ha realizado esfuerzos largos, turbulentos y sistemáticos para aterrorizar y expulsar a migrantes de su país. Esta máquina de deportación, bien aceitada en los años noventa –con leyes que vincularon el sistema criminal con el migratorio– y recalibrada a partir de la caída de las Torres Gemelas –cuando la migración se convirtió en un asunto de seguridad nacional–, ha estado dirigida en los últimos veinte años, en su mayoría, hacia la población mexicana. Durante este periodo, aproximadamente cinco de cada seis deportados son nacionales de México, Honduras, El Salvador y Guatemala, y de estos, cuatro han sido de nacionalidad mexicana.
Uno de los corolarios de esta situación es que, durante el siglo XXI, las ciudades fronterizas mexicanas han acusado las consecuencias de estas políticas de deportación. Específicamente, Tijuana ha sido uno de los puntos de recepción de paisanos que más eventos de repatriación han registrado en las últimas décadas. De alrededor de cinco millones de registros de repatriación en este periodo, al menos dos millones han sido a través de Tijuana.
Con el paso de los años, estas urbes han sido testigos de cambios no solo en los perfiles migratorios, sino también en los tipos de movilidades que fluyen a través de ellas o, por el contrario, que quedan atrapadas en ellas, como ha sido constante en los últimos años. En lo que va de este siglo, las ciudades fronterizas del norte de México han pasado de ser consideradas como ciudades de tránsito a ciudades de retorno, debido a la dinámica de la deportación.
Sin embargo, no podemos omitir el cambio en la dinámica migratoria de los últimos diez años, en los que han crecido ampliamente los flujos que pretenden llegar a Estados Unidos para solicitar asilo o, en su caso, han decidido buscar refugio en México. En ese sentido, si podemos caracterizar de alguna manera a las ciudades fronterizas, esta debe ser como ciudades de traslapes de procesos migratorios, lo que, sumado a las políticas migratorias restrictivas, tiene como consecuencia un proceso de atrapamiento en la frontera.
El traslape de perfiles migratorios no es una novedad en los últimos veinte años; sin embargo, la atención mediática, política y gubernamental ha tendido a enfocarse en una u otra de las dinámicas migratorias que ocurren en ciudades fronterizas como Tijuana: deportados viviendo en El Bordo, migraciones extracontinentales, caravanas y migraciones masivas, protocolos de protección al migrante, aplicaciones digitales de gestión de asilo, entre otros. En medio de ello, se formaron campamentos migrantes, se saturaron los espacios de atención en ciudades fronterizas y, ante las amenazas arancelarias, el gobierno mexicano cooperó con el norteamericano en la contención migratoria, poniendo a agentes militares al servicio de la gestión de la movilidad humana.
Más allá de la historia de las diferentes dinámicas migratorias en la ciudad, lo que interesa destacar aquí es que todas estas modalidades conviven en un espacio citadino. En la ciudad se encuentran atrapadas movilidades diferenciadas con necesidades específicas que es preciso atender. La atención plena a los procesos de deportación –por ser el tema de interés mediático actual– puede descuidar las necesidades de solicitantes de asilo varados en la urbe o de aquellas personas interesadas en solicitar refugio en México o buscar procesos de integración a la ciudad. Esto no solo atañe a los medios de comunicación, sino también a las acciones gubernamentales de atención a esta situación. Hasta ahora, las respuestas han sido centralizar los esfuerzos del gobierno mexicano en atender a deportados y –una vez más– enviar tropas de la Guardia Nacional a la frontera con Estados Unidos.