publicidad
Opinión

Deportaciones y otras migraciones traslapadas en ciudades fronterizas mexicanas

Por: Juan Antonio Del Monte Madrigal* | Voces de El Colef

La utilización de las deportaciones en los Estados Unidos como forma de control poblacional basado en postulados racistas, nativistas y xenofóbicos no es algo nuevo. De hecho, el gobierno norteamericano puede caracterizarse como una máquina de deportación (según Adam Goodman) que históricamente ha realizado largos, turbulentos y sistemáticos esfuerzos por aterrorizar y expulsar a migrantes de su país. La máquina de deportación norteamericana, bien aceitada en los años noventa –con leyes que vincularon el sistema criminal con el migratorio– y recalibrada a partir de la caída de las torres gemelas –cuando la migración se convirtió en un asunto de seguridad nacional–, ha estado dirigida en los últimos veinte años en su mayoría hacia la población mexicana.  Durante este periodo, aproximadamente cinco de cada seis deportados son nacionales de México, Honduras, El Salvador y Guatemala y de éstos, cuatro de ellos, han sido de nacionalidad mexicana.

Uno de los corolarios de esta situación es que durante el siglo XXI, las ciudades fronterizas mexicanas han acusado las consecuencias de estas políticas de deportación. Específicamente Tijuana ha sido uno de los puntos de recepción de paisanos que más eventos de repatriación han registrado en las últimas décadas. De alrededor de cinco millones de registros de repatriación en este periodo, por lo menos dos han sido a través de Tijuana.

Con el paso de los años, estas urbes han sido testigos en los cambios no sólo de los perfiles migratorios sino de los tipos de movilidades que fluyen a través de ellas o, por el contrario, que se quedan atrapadas en ellas, como ha sido la constante en los últimos años. En lo que va de este siglo, las urbes fronterizas del norte de México han pasado de pensarse como ciudades de tránsito a ciudades de retorno por la dinámica de la deportación.

Sin embargo, no podemos omitir el cambio en la dinámica migratoria de los últimos diez años en donde han crecido ampliamente los flujos que pretenden llegar a Estados Unidos para solicitar asilo o, en su caso, han decidido por el refugio en México. En ese sentido, si podemos caracterizar de alguna manera a las ciudades fronterizas, esta debe ser como ciudades de traslapes de procesos migratorios, lo que, aunado a las políticas migratorias tan restrictivas, tiene como consecuencia un proceso de atrapamiento en la frontera.

El traslape de perfiles migratorios no es una novedad en los últimos veinte años, sin embargo la atención mediática, política y gubernamental ha tendido a enfocarse en una u otra de las dinámicas migratorias que se suceden en ciudades fronterizas como Tijuana: deportados viviendo en El Bordo, migraciones extracontinentales, caravanas y migraciones masivas, protocolos de protección al migrante, aplicaciones digitales de gestión de asilo, etcétera. En medio de ello se formaron campamentos migrantes, se saturaron los espacios de atención en ciudades fronterizas y, ante las amenazas arancelarias, el gobierno mexicano cooperó con el norteamericano en la contención migratoria poniendo a agentes militares al servicio de la gestión de la movilidad humana.

Más allá de la historia de diferentes dinámicas migratorias en la ciudad, lo que interesa destacar acá es que todas estas modalidades conviven en un espacio citadino.

En la ciudad se encuentran  atrapadas movilidades diferenciadas con necesidades específicas que se hace preciso atender. La atención plena a solamente los procesos de deportación –porque es el tema de interés mediático actual– puede descuidar las necesidades de solicitantes de asilo varados en la urbe o de aquellas personas interesadas en solicitar refugio en México o buscar procesos de integración a la ciudad. Esto no solo atañe a los medios de comunicación sino también a las acciones gubernamentales de atención a esta situación. Hasta ahora, las respuestas han sido centralizar los esfuerzos del gobierno mexicano en atender a deportados y –una vez más– enviar tropas de la Guardia Nacional a la frontera con Estados Unidos.

*Departamento de Estudios Culturales, El Colef

Related Posts