Contra el sionismo, contra el antisemitismo, por la humanidad*
Hace unos días, en una protesta ante la embajada de Israel, alguien lanzó consignas antisemitas. Era un provocador y fue aislado rápidamente. Sin embargo, el asunto es delicado porque el Estado sionista aprovecha el innegable recrudecimiento del antisemitismo tras la invasión de Gaza para justificar sus crímenes. Dicha narrativa se legitima a partir de un hecho histórico: los judíos han sido víctimas de una de las masacres más grandes de la historia, el holocausto (shoah en hebreo), llevado a cabo por los nazis en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial. Esto justificaría que los sobrevivientes se refugiaran en Palestina, región que, supuestamente, les pertenecía por razones históricas y teológicas.
Aquí es donde comienza el enredo porque el problema de Israel es doble: no solamente es impresentable su gobierno actual, sino también es cuestionable su legitimidad histórica. Según Netanyahu, los palestinos serían un puñado de gente sin historia que persiguen a los judíos tal y como lo hicieron los nazis en su momento. En estas condiciones, Israel no tendría más remedio que defenderse, si es necesario haciendo uso de la fuerza desproporcionada. Y claro, todos los que nos oponemos seríamos antisemitas o, para ser más precisos, antijudíos.
No obstante, resulta que entre los antisionistas hay muchos judíos. En Israel mismo, la nueva escuela de historiadores ha desmontado los mitos fundacionales del sionismo. Uno es la llamada diáspora, el supuesto exilio de los judíos tras la destrucción del segundo templo en Jerusalén (70 dC), cuando se habrían dispersados por el Mediterráneo. En La invención del pueblo judío (2008) y en La invención de la tierra de Israel (2012), Shlomo Sand, de la Universidad de Tel Aviv, muestra que dicha dispersión nunca ocurrió y que los romanos jamás los expulsaron.
Documentos a la mano, el historiador israelí evidencia que las comunidades judías que existieron y siguen existiendo en muchas partes del mundo son el producto de distintas oleadas de conversiones que se dieron a partir del siglo IV de la era cristiana y no de flujos migratorios procedentes de Palestina. Claro que había y hay judíos dispersos por el mundo; claro que fueron víctimas del antisemitismo, lo cual es una terrible mancha en la historia de la humanidad, pero sostener que el pueblo judío tiene derechos ancestrales sobre Palestina es tan absurdo como alegar que los budistas los poseen sobre la tierra de Siddhartha Gautama.
Por otra parte, dos arqueólogos, Israel Finkelstein, también de la Universidad de Tel Aviv, y Neil Asher Silberman, de Bélgica, al interrogarse sobre la fiabilidad de la Biblia, han mostrado que es un fascinante relato literario, pero de ninguna manera una fuente histórica creíble. Tras décadas de excavaciones en Israel, Líbano, Siria y Egipto, los dos científicos han comprobado que no hay evidencias de la existencia de los patriarcas, tampoco de la fuga de los judíos de Egipto ni de la conquista de Canaán.
Menos aún se puede comprobar que David y Salomón reinaron sobre un extenso imperio (La Biblia desenterrada, 2003).
En cuanto a la historia del sionismo, el historiador estadunidense de origen judío Lenni Brenner (Sionismo y fascismo: El sionismo en la época de los dictadores, 1983), ha mostrado que, en los años 20 y 30, los principales dirigentes de la Agencia Judía negociaron incluso con Hitler y Mussolini para lograr sus objetivos. Y siempre es útil recordar que los primeros practicantes del terrorismo en Palestina fueron los integrantes de los grupos paramilitares judíos, antecedentes de las actuales Fuerzas de Defensa de Israel. Sin embargo, justo es reconocer que sólo una minoría de los judíos dispersos por el mundo eran sionistas. Brenner evoca la experiencia de la Unión General de Trabajadores Judíos de Lituania, Polonia y Rusia, conocida como Bund, que a principios del siglo pasado se oponía a la emigración hacia Palestina e incitaba a luchar contra el antisemitismo y por el socialismo en los países de origen. En tiempos más recientes, el Matzpen, un pequeño partido comunista antisionista y antiestalinista, integrado por trabajadores palestinos y judíos, luchó contra la ocupación de los territorios palestinos por parte de Israel.
¿Hubo alguna vez un sionismo de izquierda? Es innegable el espíritu humanista y utópico de, por ejemplo, Martin Buber y de otros que aspiraron a crear el socialismo libertario en Palestina. Contra el eslogan sionista de “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”, Buber pensaba en una tierra para dos pueblos y criticaba la política colonial de la dirigencia sionista. En 1947, en vísperas de la partición, señaló que la solución no era construir dos estados, sino una entidad sociopolítica binacional común. Tenía razón.
Empero, las de Buber siempre han sido posiciones minoritarias, incluso en la llamada izquierda sionista. Fue bajo la conducción del Mapai, el partido laborista, que se proclamó el Estado judío en 1948. Entonces, decenas de miles de palestinos fueron masacrados, mientras que entre 700 mil y 800 mil se vieron obligados a huir de sus hogares. Es lo que en el mundo árabe se conoce como nabka, o catástrofe, algo que explican muy bien el palestino Edward Said en La cuestión Palestina, pero también el judío Ilán Pappé en La limpieza étnica de Palestina. Una limpieza étnica, precisa Pappé, que se prolonga hasta la actualidad. Hace días, Ahvi Dichter, integrante del gabinete de seguridad del gobierno israelí, declaró sin tapujos que el Estado judío –el mismo que ha negado la nabka durante 75 años– ya puso en marcha la nabka 2023. Tal cual: 80 por ciento de la población de Gaza (2.26 millones de habitantes) ya tuvo que abandonar sus hogares en la peor catástrofe humanitaria desde 1948.
Y, sin embargo, como ha escrito el periodista Gideon Levy, es imposible mantener en la cárcel a 2 millones de personas sin pagar un precio cruel. Esa cárcel se tiene que desmantelar ahora mismo y, aunque parezca inverosímil, a largo plazo sólo la reconciliación entre judíos y palestinos que preconizaba el “utopista” Buber puede cambiar el destino de los dos pueblos. En 2009, la CIA de Estados Unidos vaticinó que Israel se desmoronaría en unos 20 años y ahora el Pentágono señala que el Estado judío podría sufrir una derrota estratégica en su guerra contra Gaza. La cuenta regresiva ha comenzado.
El antisemitismo es el socialismo de los idiotas
Auguste Bebel
*Ponencia presentada en el encuentro Genocidio en Gaza, en el plantel del Valle de la UACM, el 6 de diciembre pasado
**Historiador italiano