¿Cómo logró Fox derrotar por primera vez al PRI en el 2000? / 1
El triunfo de Vicente Fox en las elecciones presidenciales del año 2000 marcó un punto de inflexión en la historia política de México, no sólo por representar la primera alternancia democrática después de siete décadas de hegemonía priista, sino también por la naturaleza de su campaña, que combinó elementos populistas con un discurso de transición institucional. Esta columna –se dividirá en varias partes– tiene una doble consigna: primero, examinar cómo el desgaste del PRI—producto de su acumulación de crisis de legitimidad, corrupción y autoritarismo—facilitó el ascenso de Fox. Segundo, evaluar en qué medida la campaña foxista puede considerarse populista.
Para hablar de Fox primero tenemos que hablar del PRI
El porfiriato vio su caída con la renuncia –destitución y posterior exilio obligado a París– de Porfirio Díaz a la presidencia, que se produjo el 25 de mayo de 1911, tras el levantamiento armado de la Revolución Mexicana, el cual puso fin a un gobierno de facto, que se había extendido desde 1876.
Tiempo después de este capítulo en la historia mexicana, el fantasma de Porfirio Díaz no solo se podía sentir al caminar por la colonia Roma, Condesa y San Ángel en la Ciudad de México, al observar la arquitectura que ahora conocemos como porfiriana –caracterizada por un estilo ecléctico influenciado por el romanticismo, el modernismo y las escuelas de bellas artes europeas– , en las cuales habitaban las clases altas, que si bien ya existentes, se expandieron con el Porfiriato, e incluso podríamos decir que jugaron un papel importante para el descontento social que terminó en revolución.
Pero volviendo al punto, ese fantasma del Porfiriato también estuvo presente en el nacimiento –el 4 de marzo de 1929– del Partido Nacionalista Revolucionario (PNR), luego transformado en Partido de la Revolución Mexicana (PRM) y, finalmente, en el Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Si bien el PNR –ahora PRI– se conformó muchos años después de la Revolución Mexicana (1910-1920), el conflicto social y político que hizo que Porfirio Díaz partiera un 26 de mayo de 1911 desde el puerto de Veracruz, México, hacia París, Francia –murió ahí 4 años después–, para nunca volver, fue el heredero oficial de dicho conflicto armado, ya que fue fundado en 1929 por Plutarco Elías Calles, presidente de México entre 1924 y 1928, con el objetivo de consolidar la Revolución Mexicana y brindar estabilidad política al país.
El “tricolor” surgió de las coaliciones y movimientos revolucionarios, con la promesa de integrar a diversos sectores sociales y políticos bajo una misma bandera, en plena recesión económica, a meses del asesinato del general Álvaro Obregón y poco antes de que la Universidad Nacional obtuviera su autonomía.
Asimismo, de acuerdo al creador del Partido Nacional Revolucionario (PNR), el expresidente de México, Plutarco Elías Calles, como una necesidad de pasar de la “época de los caudillos a la época de las instituciones”.
El “tricolor” se mantuvo en la silla presidencial entre 1929 y 2000, en la modalidad que el escritor peruano Mario Vargas Llosa llamara “dictadura perfecta”, ya que los presidentes emanados del mismo partido agotaban escrupulosamente sus mandatos por un período de seis años, para después entregar el poder a su sucesor, elegidos a “dedo” por el mandatario en turno.
Flavia Freidenberg (2007), en su obra “La Tentación Populista: una vía al poder en América Latina”, señala que durante más de setenta años consecutivos, México fue un Estado hegemónico de partido único, y que el priismo se caracterizó por ser un gobierno de corte civil con características autoritarias, pues concentró el poder haciendo que sus propios intereses se confundieran con los del aparato estatal.
El tapado
Como lo menciona Flavia Freidenberg (2007), el partido heredero de la Revolución de 1910, también emana de la Constitución de 1917, la cual dio primacía al Poder Ejecutivo, construyendo un sistema político en el cual el presidente concentra un papel decisivo en el desarrollo del país. Además, para prevenir el nacimiento de una dictadura como la de Porfirio Diaz, se prohibió la reelección presidencial – «Sufragio efectivo. No reelección» fue el lema de la Revolución Mexicana, en el contexto del Plan de San Luis Potosí, proclamado por Francisco I. Madero– y estableció el ciclo de sexenios que hasta hoy prevalece.
Durante la era priista, se desarrolló un “presidencialismo imperial”, ya que el presidente en turno era el encargado de designar al candidato que lo sucedería, así como de designar, aprobar y proponer candidaturas para los puestos de elección popular.
En 1956, el caricaturista Abel Quezada inventó el personaje de El Tapado, que representaba al candidato presidencial del PRI, pues, convirtiéndose en una liturgia política, los aspirantes del “tricolor” hacían apariciones públicas –tapado–, y después el presidente en turno seleccionaba –dedazo– al elegido, quien era anunciado –destape– y apoyado por el partido. Cabe destacar que la elección del próximo habitante de Los Pinos no era por capricho, sino interpretando la presunta voluntad de los electores, como una especie de concurso de popularidad.
Crónica de una muerte anunciada
Desde su nacimiento, el PRI no tuvo una ideología definida, sino que fue haciendo lo necesario para mantenerse en el poder y ganar las elecciones. Por lo tanto, sus presidentes –en setenta años– fueron variando sus políticas en función del partido y las demandas de la ciudadanía de la época.
Por ejemplo, en sus inicios, el PRI tuvo posiciones de izquierda, apoyó a la República en la Guerra Civil española, a Cuba ante la Organización de los Estados Americanos (OEA), creó el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), la Comisión Federal de Electricidad (CFE), etc.
Para conseguir esa flexibilidad de ideología, el PRI se posicionó en el centro político, desde el cual hizo frente al Partido Acción Nacional (PAN) –conservador que durante 40 años fue su mayor competencia– y descartó las ideologías de izquierdas que no eran aún abrazadas por la sociedad mexicana.
Pese a que el panorama para el priismo, en cuanto a su permanencia en el poder, parecía favorable, aunque con sus altas y bajas, nos enfocaremos en analizar los puntos de “quiebre” específicos que fueron dibujando la “crónica de la muerte anunciada” del tricolor.
Como menciona María Matilde Ollier (2014), se podría decir que la permanencia del PRI en la silla presidencial –dejando de lado las trampas antidemocráticas–, se debió a que los mandatarios emanados del partido supieron captar diversos poderes a partir de su relación con actores sociales, instituciones y la ciudadanía en general.
Pero fue también la pérdida de esa captación de poderes la que hizo que algunos de los mandatarios, con sus decisiones políticas y ruptura de ciertas alianzas estratégicas, fueran fracturando al PRI, debilitandolo poco a poco hasta hacerlo explotar en el año 2000.
La masacre de Tlatelolco, el primer capítulo de la caída del PRI
El mapa de la caída del priismo nos lleva al año 1968, cuando miles de estudiantes se movilizaron en México, principalmente en la capital –en ese entonces Distrito Federal (DF)–, donde se estaban llevando a cabo los Juegos Olímpicos, por lo que, Gustavo Díaz Ordaz, presidente de 1964 a 1970, en su afán de no mostrar a la comunidad internacional el descontento de la población hacia su gobierno, se encargó de ordenar la represión de las movilizaciones, sin lograrlo.
Hasta que el 2 de octubre de 1968, mientras un mitin se realizaba la Plaza de las Tres Culturas, ubicada en Tlatelolco, Ciudad de México, el Batallón Olimpia – grupo paramilitar creado por el gobierno mexicano –, utilizando francotiradores, atacó a los manifestantes, dejando un saldo de por lo menos 300 víctimas mortales, de acuerdo a testigos presenciales y organizaciones de derechos humanos.
Ese suceso, que hoy se le conoce como la Matanza de Tlatelolco, una de las heridas más grandes del país, fue el detonante para que en las últimas tres décadas del siglo XX la confianza de los mexicanos en el PRI cayera considerablemente.
Asimismo, los años que siguieron estuvieron marcados por la violencia policial, presente en episodios de represión como la matanza del Jueves de Corpus en 1971 y la Masacre de Aguas Blancas en 1995, dejando ver la cara más autoritaria del PRI, dando inicio a una guerra sucia entre éste y los movimiento de oposición política.
Después del 2 de octubre y el Jueves de Corpus, sectores de la sociedad mexicana –especialmente los universitarios– se dieron cuenta que no había canales de participación política, por lo cual optaron por la guerrilla.
No solamente Genaro Vázquez y Lucio Cabañas —maestros rurales o los maestros del asalto al cuartel de Madera, Chihuahua—, sino que la UNAM, las universidades de Sinaloa, Chihuahua y muchas otras en el país empezaron a movilizarse, y los herederos de esa guerrilla urbana —algunos participantes, quienes estuvieron en la cárcel o en la clandestinidad— caminaron a la fundación de partidos como el PRD en 1989, de lo cual hablaremos en las siguientes columnas…