Opinión

Colombia: triunfo de la esperanza

Por: La Jornada

De acuerdo con los resultados preliminares de la autoridad electoral colombiana, el senador Gustavo Petro prevaleció sobre el multimillonario Rodolfo Hernández y será el próximo presidente de Colombia. Con 99 por ciento de las urnas computadas, Petro alcanzaba un 50.49 por ciento de los votos frente a 47.25 por ciento de Hernández, quien reconoció la derrota a través de redes sociales. Por el mismo medio, el triunfador expresó que “hoy es día de fiesta para el pueblo; que festeje la primera victoria popular; que tantos sufrimientos se amortigüen en la alegría que hoy inunda el corazón de la Patria”, “hoy es el día de las calles y las plazas”.

Se trata de una victoria histórica para la sociedad colombiana, para América Latina y para las personas de todo el mundo que anhelan dejar atrás la larga noche neoliberal y construir un mundo más justo, basado en la solidaridad y en la paz. Para dimensionar la importancia de la decisión tomada ayer por la mayoría de los colombianos, debe recordarse que Petro será el primer mandatario de la nación caribeña emanado del progresismo, un hito que logró enfrentando no sólo a su rival en la segunda vuelta, sino a toda la oligarquía que durante siglos mantuvo asfixiado al país y cerró cualquier posibilidad de cambio por canales democráticos.

Está claro que el triunfo de Petro es deudor y heredero del amplio movimiento ciudadano que, primero en 2019 y luego en 2021, se articuló para rechazar las políticas regresivas del presidente Iván Duque, representante de los grupos más reaccionarios y pupilo del paramilitar Álvaro Uribe. La rampante corrupción, el sabotaje oficial al proceso de paz, el intento de imponer medidas lesivas a la economía de las mayorías en medio de la pandemia, así como la brutal represión desatada por el gobierno de Duque para tratar de apagar el descontento –la cual se saldó con decenas de muertos y centenares de heridos y desaparecidos– llevó a un despertar de las conciencias que ayer cristalizó en las urnas para poner fin a un ininterrumpido dominio de unas élites caracterizadas por su indiferencia ante las necesidades sociales, su sumisión a los designios de Washington, los salvajes niveles de violencia que están dispuestas a alcanzar para imponer sus intereses y su manipulación de los temores (racionales o no) de las clases medias para cerrar el camino a cualquier alternativa ya no socialista o revolucionaria, sino mínimamente justa y apegada a los derechos humanos.

Al mismo tiempo, es evidente que Petro no tiene un camino fácil por delante. Los sectores que no han dudado en recurrir a la mentira, la suplantación de la democracia por el poder del dinero, la criminalización de la disidencia, e incluso el asesinato de líderes sindicales, campesinos, indígenas y ambientalistas para mantenerse en el poder, siguen activos y nada indica que estén dispuestos a aceptar de buen grado el dictamen de las urnas.

El mismo hecho de que Hernández, un miembro de la derecha más cerril que no oculta sus entusiasmos filonazis, lograra el respaldo de casi la mitad de los electores muestra la fortaleza de las ideologías reaccionarias y la polarización política que deberá sortear el nuevo gobierno para concretar su agenda ecologista, de justicia fiscal, bienestar social, relanzamiento de la construcción de la paz e impulso a la educación como un bien público.

Por el bien de todos los colombianos, cabe desear a Petro el mayor éxito al frente de un gobierno que cumpla las expectativas depositadas en él por todos los ciudadanos que apuestan por dejar atrás la violencia, cerrar las grandes brechas sociales y, en suma, dar paso a una Colombia humana.

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