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Opinión

Benedetta / Carlos Bonfil

Por: Carlos Bonfil

Actos impuros. Benedetta (2021), el filme más reciente del veterano realizador holandés de 82 años Paul Verhoeven ( RoboCop, 1987; Showgirls, 1995), está basado en el recuento histórico que elabora la escritora Judith C. Brown en su libro Afectos vergonzosos: Sor Benedetta, entre santa y lesbiana ( Immodest Acts: The Life of a Lesbian Nun in the Italy of Renaissance), publicado en 1986, y que refiere la vida de la monja Benedetta Carlini en la ciudad italiana de Pescia en el siglo XVII. Aunque la historia es verídica, en su tránsito a la pantalla Verhoeven y su guionista David Birke ( Elle, 2016), entremezclan a su antojo la realidad histórica y una carga de mitología conveniente para abordar el caso de una novicia estrafalaria a quien se le atribuían el poder de lanzar profesías, hablar directamente con Jesús y transmitir los deseos de la Virgen María, al tiempo que revelaba, para azoro de sus fieles, los estigmas corporales que vinculaban su experiencia con el sufrimiento de Cristo, lo que le permitía realizar milagros.

Parte central del relato es la investigación a que la sometió la jerarquía católica, por medio de un nuncio papal (Lambert Wilson), enviado a Pescia para descartar o confirmar la conducta herética de la monja, vuelta después abadesa, quien para colmo de agravios cargaba sobre sí la sospecha de ser también lesbiana.

Desde la estrategia publicitaria que acompaña al filme Benedetta (un cartel de erotismo tenue en el que asoma un seno desnudo entre los hábitos de una monja), es evidente la indoblegable voluntad del director de Showgirls por escandalizar a sus audiencias con su modo irreverente, a menudo jocoso, de sacudir las temáticas serias; en un caso, exhibe la sexualización de la industria del entretenimiento, en el otro, la demonización del cuerpo femenino por parte del dogma católico que convierte a la sexualidad en una materia detestable. Una monja en la cinta resume así el asunto: “Tu peor enemigo es tu cuerpo”. Algunos espectadores siguen reivindicando a Paul Verhoeven como un gran fustigador de las hipocresías morales que relegan el placer sexual femenino a un segundo plano mientras toleran en los hombres innumerables abusos sexuales. Al respecto, el personaje clave del nuncio papal se muestra como un religioso venal, muy adicto a los placeres de la carne, que goza con impunidad de las mejores prebendas eclesiásticas. Para otras audiencias, el director se limita a explotar, con astucia comercial, y por medio de un atisbo de denuncia social, su gusto personal por situaciones y escenas escabrosas invariablemente relacionadas con la sexualidad femenina, con un manejo artístico a menudo voyeurista. El talento de Verhoeven consiste en manejar ciertos temas delicados con la ambigüedad suficiente que le lleva a irritar a no pocas feministas y a defensores de la corrección política, y mostrar al mismo tiempo un perfil crítico cuando señala, por ejemplo, los intereses estrictamente económicos que deciden el ingreso o rechazo de novicias a conventos como al que accede la joven Benedetta en la Italia de la contrarreforma.

Sin embargo, el momento en que dicha ambigüedad deja de serlo es cuando el cineasta no vacila en transformar, de modo complaciente, la irreverencia inicial en un festín visual de ocurrencias de corte pretendidamente transgresor –en rigor, hoy ingenuas– como convertir un fetiche religioso, una estatuilla de la Virgen María, en un juguete sexual, el consolador que utilizan las monjas Benedetta (Virginie Efira) y su amante Bartolomea (Daphne Patakia), mientras son espiadas a través de una ventana secreta por la madre religiosa Felicita (Charlotte Rampling). No menos tosca es la ilustración de las visiones apocalípticas que asaltan a Benedetta o que su propia imaginación fabrica. Pareciera así la cinta tomar más su inspiración estética en el cine de Ken Russell ( Los demonios, 1971) o de William Friedkin ( El exorcista, 1973) que en los memorables delirios místicos plasmados por el polaco Kawalerowicz en Madre Juana de los Ángeles (1961). Es fácil comprender ahora que gran parte de la fuerza dramática y coherencia discursiva de una película como Elle –el mayor logro reciente de Verhoeven– proviene de la actuación fromidable de Isabelle Huppert. En el caso de Benedetta ninguna fuerza actoral, ni siquiera la de una Rampling aquí desaprovechada, compensa por el itinerario efectista y burdo al que nos invita el director de Invasión ( Starship Troopers,1997) en su nuevo parque temático de profanaciones sexuales, esta vez en modo renacentista.

Se exhibe en Cineteca Nacional, Cinépolis, Casa de Cine, Cinemex, Cine Tonalá y Cinemanía.

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