Astillero | Gracias, Vicente Fox
Delator de esencia de Xóchitl // Toparon con comunidad judía // España: «¡No pasarán!»
Siendo el padrino político de Xóchitl Gálvez, pues él la inició en la política al nombrarla responsable de asuntos indígenas durante su administración, Vicente Fox Quesada se ha convertido rápidamente en algo más que un lastre para la ante precampaña de la senadora hidalguense.
Más que un lastre porque no sólo ha sido una carga, un impedimento, sino que ha pasado a la condición de virtual delator de la esencia política de la precandidata presidencial. Las delaciones vicentinas han puesto sobre la mesa, con plena claridad derechista, temas como las pensiones presidenciales, los programas sociales y el racismo, que la narrativa de Xóchitl pretende manejar discursivamente con aires progresistas.
La estrategia claudiosalinista de homeopatía con el obradorismo pasa por colocar a Gálvez en tonalidades distantes de la derecha clásica y acercarlas a las necesidades populares, pero Fox ha expuesto abiertamente en tan poco tiempo tales puntos del verdadero pensamiento derechista salvaje que ha hecho caer a su cofrade hidalguense en momentos de confesión involuntaria, como proponer que empleados gubernamentales puedan contratar servicios médicos particulares cubriendo nada más unos 70 mil pesos mensuales.
Sin embargo, Gálvez ha necesitado realizar una tentativa de desmarque respecto al lenguaraz ex presidente de México. No por tanto disparate que ha estado lanzando a través de las redes sociales, sino por haber friccionado una fibra política y económicamente muy delicada al caracterizar burlonamente a Claudia Sheinbaum como «judía búlgara».
El propio Fox saltó, tropezante, para disculparse con la comunidad judía por haber hecho esa mención, pero no con los otros tres aspirantes cuatroteístas a la candidatura presidencial. No por decirle «fifí francés» a Ebrard o «extraterrestre» a Fernández Noroña o «de Transilvania» a Adán Augusto. Disculpas sólo a la comunidad judía.
Lo mismo hizo Gálvez: sólo mencionó, para disculparse, a la comunidad judía, y reprobó que se mencionara a Claudia Sheinbaum en ese contexto. Pero aprovechó para tratar de deshacerse del lastre de su primer jefe político: «Yo le digo al presidente Fox que no me representa. Él me invitó al gabinete, cumplí en el gabinete y hasta ahí. Es más, tiene un buen rato que ni lo veo».
No bastan, desde luego, los deslindes circunstanciales motivados por el temor a la reacción de una comunidad tan poderosa. La esencia política de Xóchitl es el foxismo; es decir, la ligereza de opinión, la vacilada casi farandulera, la maledicencia y el estruendo como sustitutos de la profundidad. Pero no sólo esas características escénicas o discursivas sino, sobre todo, el sometimiento a intereses extranjeros y nacionales que conjuntan fuerzas, recursos y medios (no sólo de comunicación) para inflar figuras manejables. En realidad, más allá de deslindes y tuits de oportunidad de la ingeniera en computación: gracias, Vicente, por ayudar a hacer la luz.
Resulta sumamente ilustrativo para las izquierdas electorales latinoamericanas y, obviamente, para la mexicana, una frase que dijo ayer Pedro Sánchez, el presidente de España, que según encuestas de opinión y visiones mediáticas de aquel país parecía destinado a entregar el poder a la derecha (el Partido Popular) y la ultraderecha (Vox): «el bloque involucionista de retroceso que planteaba una derogación total de todos los avances que hemos logrado en los últimos cuatro años ha fracasado. ¡Ha fracasado!», dijo el líder del Partido Socialista Obrero Español mientras su audiencia coreaba la consigna antifascista, «¡no pasarán!»
Falta ver la manera en que se acomodarán las minorías nacionalistas e independentistas (País Vasco, Cataluña y Galicia, según precisó Armando G. Tejeda en su primer reporte a La Jornada) y si eso permite que Sánchez siga presidiendo España, a pesar de que PP con Alberto Núñez Feijóo haya sido la opción más votada. ¡Hasta mañana!
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