Aranceles, dependencia y posverdad en la era Trump 2.0
La guerra comercial de Donald Trump contra México, Canadá y China comenzó. Aunque los aranceles del 25% para Canadá y México se pospusieron por un mes tras los acuerdos de Trump con la presidenta Claudia Sehinbaum y con el primer ministro Justin Trudeau, vale la pena analizar algunas de sus implicaciones y el discurso embustero que les subyace.
Y es que Trump ha afirmado que Estados Unidos (EU) lleva años subsidiando a Canadá y México a través de su política comercial. Se refirió al hecho de que EU importa más bienes y servicios de los que exporta con ambos países, lo cual es cierto, aunque mal interpretado (al menos para el caso mexicano), pues Trump presenta este desequilibrio comercial como un “abuso” de sus vecinos a EU y con ello justifica el incremento de aranceles.
Los aranceles son, básicamente, impuestos a las importaciones. Aparte de servir para aumentar la recaudación del Estado, son medidas utilizadas para proteger al aparato productivo nacional, ya sea del sector primario (agricultura, materias primas) o secundario (industria), y para fomentar el mercado interno. De ahí que la aplicación de aranceles sea un elemento central de las economías proteccionistas, contrarias a las de libre mercado.
Desde finales de la II Guerra Mundial y hasta la década de 1970, México adoptó políticas económicas proteccionistas, las cuales permitieron apuntalar el modelo de industrialización por sustitución de importaciones que devino en el llamado “milagro mexicano” o desarrollo estabilizador, periodo en el que se registraron tasas de crecimiento de 6% en promedio.
Este modelo dio un viraje en la década de 1980 con el ingreso de México al Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT) en 1986 y la entrada del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1994. El gobierno mexicano, siguiendo el neoliberal “Consenso de Washington”, desreguló y liberalizó su economía, eliminando o reduciendo aranceles, entre otras medidas. A partir de entonces comenzó la erosión del aparato productivo nacional.
La nueva apuesta productiva fue la industrialización mediante inversión extranjera directa, que se tradujo en el establecimiento de industrias de ensamble de matriz transnacional, las cuales fueron atraídas por el bajo costo de la mano de obra mexicana, entre otras ventajas comparativas. Fue una organización productiva sustentada en la superexplotación del trabajo (el pago de la fuerza de trabajo por debajo de su valor), concepto desarrollado por Ruy Mauro Marini en su obra Dialéctica de la dependencia, con el que explica la forma en la que se reproduce el capital en las economías dependientes con tendencia exportadora.
A partir de estos cambios estructurales, muchas industrias de EU y de otros países trasladaron segmentos de su producción a México, sobre todo de ramas industriales en las que se requiere abundante mano de obra y bajo nivel tecnológico, convirtiendo a nuestro país en el patio trasero maquilador de EU. Con esta política, los capitales estadounidenses buscaban revertir la caída de la tasa de ganancia que ocurría desde fines de la década de 1960, a la par de que abarataban los bienes de consumo en territorio estadounidense. De ahí proviene parte del desequilibrio comercial que alega Trump.
Como argumenta Marini, esta relación comercial se basa en un intercambio desigual, pues México exporta a EU productos con mayor desgaste laboral (o más tiempo de trabajo aplicado) a cambio de productos importados con menor trabajo cristalizado (o desgaste laboral), los cuales aparecen en el mercado como equivalentes. Esta relación asimétrica resulta en la profundización del subdesarrollo y dependencia en México, a la par de que contribuye al desarrollo y al aumento de las tasas de plusvalía en EU.
De ahí que los dichos de Trump no sólo sean falsos, sino contrarios a lo que argumenta, pues la superexplotación del trabajo en México es la que ha estado “subsidiando” por años a EU. Y este modelo económico fue diseñado y promovido desde Washington.
La otra parte del desequilibrio comercial proviene de la guerra económica entre EU y China, la cual se acentuó durante el primer mandato de Trump, cuando impuso aranceles al país asiático. A partir de esta competencia, EU redujo las importaciones de China e incrementó las de México y de otros países. Así fue como México desplazó a China como principal socio comercial de EU. De ahí que el déficit comercial con México haya aumentado. La apuesta por el nearshoring hará que aumente mucho más.
Finalmente, las amenazas arancelarias no sólo exhiben la asimetría económica de los tratados de libre comercio (TLCAN y T-MEC), sino también la asimetría política, pues mientras México se somete a las reglas comerciales de los mismos, como fue el caso de la prohibición de la importación de maíz transgénico de EU (donde nuestro país perdió el arbitraje internacional), Trump viola el T-MEC de un plumazo con la imposición de aranceles.
Algunos analistas han augurado el fin del T-MEC con el nuevo gobierno de Trump y su apuesta por la reindustrialización de EU (al menos de ciertas ramas económicas como la industria automotriz). Trump incluso ha lanzado un mensaje a las transnacionales para que trasladen sus operaciones a territorio estadounidense y paguen “buenos salarios” o les aplicará aranceles. No queda claro hasta qué punto busca esto o si los aranceles son solamente instrumentos de coerción y propaganda para llevar a cabo su agenda.
Quizá sea el momento de que México vuelva a dar un viraje a su economía, no sólo implementando políticas proteccionistas, sino disminuyendo su dependencia con EU y fortaleciendo su integración con los países de América Latina y el Caribe, con relaciones recíprocas no sólo comerciales, sino basadas en la solidaridad, la justicia y la cooperación. Es decir, quizá sea el momento de dejar de ver al norte y voltear la mirada abajo y al sur.