Opinión

Apuntes Postsoviéticos / Juan Pablo Duch

Por: Juan Pablo Duch

El ataque de Rusia a Ucrania, que va mucho más allá de acudir en ayuda a los separatistas de Doniestk y Lugansk, plantea muchas preguntas que, al margen de las fobias y filias de las personas y que pueden distorsionar la realidad, cada lector debe responder si quiere entender esta guerra premeditada:

¿Tener armas nucleares da derecho a invadir un país soberano para cambiar a un gobierno que no es de su agrado y que eligió su pueblo? Si concluye que eso es amoral, ¿cómo justificar ese hecho con la legítima preocupación de proteger su seguridad nacional? ¿Esa justificación vale sólo para Rusia? De no ser así, ¿deben preocuparse los países que tienen frontera con Estados Unidos? ¿Qué un gobernante gringo diga que México podría llegar a tener armas nucleares y pretender recuperar la mitad de su territorio que le arrebató Estados Unidos sería un argumento para invadirnos?

En cuanto a la seguridad, ¿no sería mejor negociar acuerdos de control de armamento y medidas de confianza, que eran propuestas originalmente suyas?

Acaso, si logra su objetivo de cambiar el gobierno de Kiev, ¿podrá sentirse más segura Rusia, ya que tendrá frontera directa con los países que son miembros de la OTAN y no con uno que podría serlo quién sabe cuándo?

Antes de desatar la guerra, ¿no había otra posibilidad como negociar con Kiev su estatus de neutralidad, ofreciendo a cambio respetar su integridad territorial, incluidas las regiones rebeldes, que lleva ocho años armando y financiando? Es una aberración que Washington tenga vasallos en el mundo, pero ¿estaría bien que los tenga Rusia? Si una de las razones del ataque es salvar del “genocidio” a la población de origen ruso en la tercera parte de las regiones homónimas de Donietsk y Lugansk, ¿por qué no se sublevaron las otras ocho regiones del este que son afines a Moscú?

El hecho de que en Ucrania haya una condenable minoría ultranacionalista de corte fascista, ¿es suficiente para afirmar que el país está gobernado por un “régimen nazi”?, ¿cuántos diputados o ministros tienen?, ¿cuántos votos sacaron en las elecciones? ¿En qué son peores que sus colegas de Italia, Francia y otros países que son recibidos en el Kremlin como grandes amigos? Por razones de espacio, son sólo algunas preguntas y cada lector debe decidir: ¡No a la guerra! o aplaudir lo que se le ocurra al Kremlin.

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